Nuevo relato de Tibisay: Bitácora de una migrante. No quiero volver

Abro los ojos despacio. La luz que entra a través de las rendijas de la persiana me incomoda, pero no me enfadaré, es una señal inequívoca de que sigo viva.

intento estirarme, un dolor punzante me recorre todo el cuerpo. No sé qué hora es, ya no tengo reloj, ni móvil; apenas si me queda lo que llevo puesto y mis papeles de identificación que, por azar del destino pude recuperar.

Inspiro profundo. el olor es nauseabundo y me trae recuerdos; recuerdos que aunque parezca mentira no quiero olvidar.

No llevo demasiado tiempo en este país. No era mi destino, no fue lo que planeé, pero los dioses saben por qué hacen las cosas y no seré yo quien les contradiga.

Decido levantarme. Necesito bañarme y quitarme este aroma repugnante de sudor y semen.
Luego de la ducha salgo y me miro en el espejo. Apesar de lo vivido sigo siendo yo, la periodista sagaz y críticaque se volvió una superviviente de un régimen neocomunista que dice ser de izquierda, pero cuyos matices facistas despistan a cualquiera.

vuelvo a mirarme. escudriño mi imagen, como si de alguna forma pudiese examinar no solo mi exterior, sino lo que llevo por dentro. voy en búsqueda de alguna mancha, de alguna sombra que me empañe la dignidad y la moral. duele, duele ver como arrastro mis principios por seguir sobreviviendo, pero soy la única esperanza de mi madre y mi hermana.

El régimen nos quitó todo, incluso la vida de mi padre y mi hermano, pero nunca podrá quitarnos la libertad de disentir, así sea de la boca para adentro; jamás podrá aplastar mi espíritu, porque por eso llevo nombre de princesa guerrera, Tibisay.

Soy venezolana, nacida en Mérida, estado mérida hace 29 años. Mi padre, español, llegó en su juventud a lo que consideró su tierra prometida y ahí se quedó. Nunca volvió a la tierra que lo vio nacer. Para qué, me decía, cuando le preguntaba si no querría volver. creía y sentía que todo lo tenía ahí, en «Santiago de los Caballeros de Mérida», como había bautizado a la ciudad su compatriota Juan Rodríguez Suárez.

Veo sus ojos cuando miro los míos y me pregunto si por añoranza, su espíritu podrá verme aquí en su tierra. Espero que no, porque sé que le dolería ver como la niña de sus ojos se abre de piernas para poder comer, para intentar reunir y enviarle dinero a mi madre y mi hermana. Lo peor es que me temo, sobre todo cuando me flaquean las piernas, cuando la fortaleza se me tambalea, que tengo más probabilidad de fracaso que de éxito.

Vuelvo a mirarme al espejo mientras me pongo la misma ropa que he lavado a mano en el lavabo y puesto a secar dentro del baño y pienso que quisiera honrar el nombre que mi madre me puso.

Cierro los ojos y recuerdo cuando era niña y mi madre me contaba la leyenda de tibisay, la hechicera; así la habían llamado los españoles, porque a según hechizaba con su belleza.

Sigo con los ojos cerrados y es como si pudiese escuchar la voz de mi madre narrando la leyenda:

«… Ella había aprendido, mejor que sus compañeras los cantos guerreros y las alabanzas del Ches. En los convites y danzas dejaba oír su voz, hora dulce y cadenciosa, hora arrebatada y vehemente, exaltada por la pasión salvaje.

La danza empezó en un claro bosque, triste y monótona, como una fiesta de despedida, a la hora en que el sol, enrojecido hacia el ocaso, esparcía por las verdes cumbres sus últimos reflejos. Pronto brillaron las hogueras en el círculo del campamento y empezaron a despertar con las libaciones del fermentado maíz los corazones abatidos y los ímpetus salvajes.

Por todo el bosque resonaban ya los gritos y algazara, cuando cesó de pronto el ruido y enmudecieron todos los labios. Tibisay apareció en medio del círculo, hermosa a la luz fantástica de las hogueras, recogida la manta sobre el brazo, con la mirada dulce y expresiva y el continente altivo. Lanzó tres gritos graves y prolongados, que acompañó con su sonido el fotuto sagrado, y luego extasió a los indios con la magia de su voz.

-“Oíd el canto de los guerreros del Mucujún.”

“Corre veloz el viento; corre veloz el agua; corre veloz la piedra que cae de la montaña.”

“Corred, guerreros, volad en contra del enemigo; corred veloces como el viento, como el agua, como la piedra que cae de la montaña”.

“Fuerte es el árbol que resiste al viento; fuerte es la roca que resiste al río; fuerte es la nieve de nuestros páramos que resiste al sol”.

“Pelead, guerreros; pelead valientes; mostraos fuertes, como los árboles, como las rocas, como las nieves de la montaña”.

“Este es el canto de los guerreros del Mucujún”.

Un grito unánime de bélico entusiasmo respondió a los bellos cantos de Tibisay. Concluida la danza, Murachí acompañó a Tibisay por entre la arboleda sombría (…) Ambos caminaban en silencio con el dolor de la despedida en la mitad del alba y temeroso de pronunciar la postrera palabra ¡adiós!»

«¡Tibisay!», dijo a su amada el guerrero altivo, «nuestras bodas serán mi premio si vuelvo triunfante; pero si me matan, huye Tibisay, ocúltate en el monte, que no fije en ti sus miradas el extranjero, porque serías su esclava».
Abro los ojos y suspiro, mientras una lágrima recorre mi rostro, resbalando inquieta hasta caer entre mis manos.

Como por obra del instinto, una chispa de ímpetu se me enciende en la mirada. La idea vuelve a recobrar forma, fuerza, determinación.

Me fui de mi tierra huyendo de la esclavitud impuesta por un tirano; porque en eso nos han convertido, en esclavos del deseo y la ambición de poder de unos políticos corruptos que se han olvidado del pueblo, imponiendo una dictadura disfrazada de seudodemocracia sociocomunista que no es ni chicha, ni limonada. Ahora, tampoco me dejaré atrapar por la esclavitud del hambre y la necesidad. Saldré de aquí y lograré mi meta, me cueste lo que me cueste, como que me llamo Tibisay.

Nota: El estracto de la leyenda de la princesa Tibisay, pertenece al texto de Tulio Febres Cordero.