Querido Toño:
Alguien me dijo que intentara escribir sobre mis sentimientos, y yo no sé hacer eso, no sé escribir desde mí misma y para mí. Pero sí creo que puedo escribirte a ti. Y lo hago con el corazón en un puño, porque cada día estoy más segura de que estás muerto. No encuentro otra explicación a tan largo silencio. O mejor dicho, no quiero encontrarla. Porque sí, tengo que reconocer que a menudo pienso que te has alejado de mí a propósito, sea por lo que sea. Sea por protegerme, sea porque molesto en tu vida, sea porque realmente nunca me has querido. Pero ¿y tu hijo? ¿Qué culpa tiene él de nada? Ahí sí que me niego a creer que no lo amas, y es por eso que en mi interior, siento que te has ido para siempre.
Ahora, cuando es de noche y hace tantísimo frío fuera, en este hospital que ya parece mi casa, en este preciso momento, te añoro con toda mi alma y me siento sola. Y sé que no lo estoy. He encontrado personas maravillosas que lo están dando todo por mí, tengo a Yaco, sí, un perro, quién me lo iba a decir, y además, dóberman, lo más precioso del mundo, Toño, si lo vieras. Y Melisa, una chica maravillosa, más buena que el pan, que me comprende, que me ha ofrecido un futuro con tanto desinterés que me conmueve profundamente. Y Lilu, una soldado, la que era compañera de mi Yaco, que podía habérselo quedado para sí y me lo ha ofrecido, con toda la generosidad de su corazón. Hay gente muy buena en el mundo, aunque cueste creerlo hoy en día. Y más gente, Ruth, que me enseña a trabajar con Yaco, el personal del hospital, la doctora Arais a la que parece que conocías…
Quiero volver a empezar, quiero recuperar mi vida. El problema es que no sé muy bien cuándo comencé a perderla, no sé si la he tenido alguna vez. Quizá las pocas semanas que pudimos estar juntos. Entonces sentí que volvía a ser yo, Toño. Y desapareciste. Y quizá después, en las pocas horas en que Abraham logró que me sintiera especial. Me duele hablar de esto porque hacerlo significa que sé que jamás vas a leer esta especie de carta. Abraham, un hombre que por lo visto ha cometido multitud de delitos, incluidos delitos de sangre, violaciones, un hombre que se droga, que usa armas de fuego. Pero un hombre que parece que ha sufrido mucho y que no ha sabido elegir. Es terrible darme cuenta de que tengo sentimientos hacia él, y tan encontrados. Me hizo mucho daño, me engañó, me utilizó. Y con todo y con eso, pienso en él, le echo de menos, quisiera verlo, me entristece su situación pues pienso que si le dejaran salir de ahí podría rehabilitarse. Esto me lleva a pensar que tal vez estoy mal de la cabeza, Toño, porque no es normal. Y además, hay algo que me quita el sueño, que no quiero ni pensar, pero está ahí, no me atrevo ni a escribirlo porque si lo escribo quizá se convierta en una realidad, y todavía es posible que no lo sea.
Me siento muy culpable por tener a Itzae en ese sitio de refugiados. El niño no se merece esto. Hablo con él y le digo que estoy malita en el hospital, pero cuando me pregunta qué día volveremos a casa, cuando me pregunta dónde estás y cuándo volverás, es como si una mano me estrujara por dentro. Te aseguré que cuidaría de él y no lo estoy haciendo. No me estoy ocupando, Toño, es como si lo hubiera abandonado. Pero ¿cómo puedo cuidar de él si apenas puedo cuidar de mí misma? ¿Cómo darle la estabilidad que necesita si no la tengo? ¿Cómo decirle que su papito quizá no vuelva nunca? Soy una cobarde. No tengo valor para mirarlo a los ojitos y decirle eso. Pero tampoco lo tengo para hacer de su vida actual algo definitivo.
Algún día tendré que volver a la calle. Ahora tengo que poner en marcha mi peluquería. Sí, mi peluquería, gracias a Melisa, y eso va a requerir que salga por fin de aquí, que vuelva a casa, con Yaco, y espero que con Itzae. Ojalá pudiera dejar de soñar con ese hombre horrible que… que me comió el lóbulo de la oreja; con mi Sílver, más bueno que todas las cosas, desollado vivo; con el que intentó robarme; con el que me obligó a masturbarlo… Cuando las noches están llenas de estas imágenes que vuelven una y otra vez, es difícil dejar de pensar en ello. Y también sueño contigo, pero siempre estás alejándote de mí por el mar, hasta que no puedo verte más.
En un hospital nunca hay silencio. Pasos, susurros, quejidos, gemidos, toses. Me acompañan. Me hacen pensar que hay personas que sufren y que yo soy afortunada. Quizá ese hombre, Aras, tiene razón. Quizá soy privilegiada. Pero me cuesta verlo. Y sin embargo, bien visto, lo soy. Lo soy porque tengo un camino a seguir. Solo necesito fuerza para caminarlo.
Querido Toño, vuelven a pesarme los párpados. Que sepas que te he querido muchísimo. Ahora ya no sé dónde está mi corazón. Pero siempre tendrás un lugar cálido en él, porque fuiste el primero en hacerme sentir amada.