Fue difícil dejar madrid, en especial a mi mamá y a robert. Pero luego de haberme escapado a barcelona no quería quedarme en la capital de españa. Tenía mucho por asimilar, tanto que entender… Envié una nota a mi mamá diciendo que estaría un tiempo en Perú, con mi hermana sofi.
Habré estado unos cuantos meses, pasando las fiestas de diciembre sintiendo el calor de Lima, disfrutando el tiempo que mi hermana no estaba trabajando. Fuimos a la playa, me la llevé a conocer Piura y Chiclayo, tierra del abuelito carlos. Todo iba muy bien hasta que llegó el momento de partir.
Traté de convencer a sofi que venga conmigo a madrid, que la mamá y yo la extrañabamos mucho, Se negaba, no quería apartarse de sus amigos, de las amigas con quienes iba de compras, no quería dejar sus eestudios (ella estudiaba medicina) ni a Anthony, su novio, a quien ella amaba con el alma.
Sin más hice las maletas y compré los pasajes, llevando regalos para mi madre y los pocos amigos que tengo en españa. No faltan los chocolates, ni la famosa gaseosa incacola. también me llevo recuerdos de piura y chiclayo, además de ropa nueva que compré para no olvidar mi patria.
Volé a madrid, triste y a la vez contenta de ver a mi mamá. Allí estaba ella, esperándome sonrriente en el aeropuerto. Cuando llegué, corrió a abrazarme con fuerza, sin faltar los regaños. Ella también quería ver a sofi y la entendía. La extrañaba. Ya te tocará, le dije y con una sonrisa de oreja a oreja salimos del aeropuerto… Llamé un taxi y el chofer, sorprendido por tanto equipaje logró subir todo en el maletero.
«A plaza españa, le dije sin dejar de sonreír». El taxista nos llevó y en cuestión de minutos estabamos en la plaza. Pagué la tarifa y tras bajar las maletas nos fuimos a la torre. El frío era insoportable, así que corrimos como pudimos para yo disfrutar del calor de mi casa.
Entramos, el gato me recibió feliz y tras dejar todo el equipaje nos sentamos a tomar un café. Tenía muchas explicaciones que darle, mucho que contarle, qué había hecho con sofi en la calurosa lima. Mi madre no dejaba de sonreír, que grande estaba el gatito. «Eso se debe a mí», me dijo ella sonriendo. Por cierto. Me contó las incontables veces que robert vino a preguntar por mí, que a él también le debía muchas explicaciones.
Le dije a mi mamá que en estos días volvería a reunir a mis amigos, entre ellos a robert. No había dejado de pensar en él, mis sentimientos estaban más que claros. Venía dispuesto a todo, eso nadie lo podía ebitar, ni yo tampoco. Cuando terminamos el café me fui a mi habitación y miré aquel libro que él me regaló, sonriendo para mis adentros.
«Prometo prestarte más atención, espero no haber vuelto demasiado tarde», escribí en la contraportada del libro. Lo cerré y tras cambiarme de ropa me acomodé en mi cama y me quedé dormida, pues el viaje había sido largo y agotador.