¡Hola! Me llamo Mayerlin Rivas. Me considero una amante de la naturaleza y los animales. Desde que nací me crié en el campo, en la hacienda de mi padre, Por allá en San Fernando de Apure, Venezuela. No era una vida fácil, a pesar de los cuantiosos beneficios económicos que le reportaba. Teníamos todas las comodidades de la típica familia hacendada, pero con el constante ajetreo de quienes tienen a su cargo una gran responsabilidad. El mantenimiento de las tierras, el ganado, los empleados y la administración del lugar mantenían a mi padre constantemente ocupado.
Mi mamá y él se conocieron porque ella era la veterinaria que se encargaba de hacer las visitas rutinarias para controlar el buen estado de salud de las vacas y caballos que teníamos. Como ella vivía para su trabajo, desde muy chiquita me llevaba a acompañarla en sus visitas a otras haciendas y me permitía observar su labor. A medida que fui creciendo y aprendiendo de ella, me fui involucrando más, pues ya no solo era su acompañante, sino su asistente. Para mí, por supuesto, no se trataba de un trabajo. Lo veía como algo que me apasionaba y por lo que era capaz de desvelarme noches enteras, aún cuando no me ofrecieran pago alguno. La simple emoción de ver nacer un becerrito, el dolor de ver partir los camiones que trasladaban el ganado al matadero, la satisfacción de hacer sentir mejor a un animal enfermo, e incluso el haber estado presente cuando mi yegua favorita se rompió la pata y hubo que ponerla a dormir, fueron todos momentos que me marcaron de por vida, y que me impulsaron a estudiar la carrera de veterinaria como mi madre, aunque para ello tuve que residenciarme en Maracay, una ciudad a varias horas de distancia. Aún así, no perdía ninguna oportunidad para visitar mi casa en vacaciones y feriados.
Mi hermano mayor, Marlon, me lleva 4 años, y aunque siempre nos llevamos de maravilla, él se inclinó más por seguir los pasos de mi padre, y en el futuro será quien seguramente se encargue de la administración de la hacienda, cosa que a mí me genera gran alivio, pues aunque amo a mis padres y la vida en el campo, siempre tuve gran inquietud por conocer mundo. Viajar es otra de mis pasiones, y el trabajo en la hacienda no me lo permitiría.
No obstante, en un par de ocasiones llegué a darme una escapadita con mis abuelos paternos, ya que mi abuela Gladis es de origen español y heredó de su padre un bonito departamento en el centro de Madrid, donde nos alojamos las 2 veces que viajé con ellos durante mis vacaciones escolares cuando aún estaba en el liceo. Tras el fallecimiento de mi abuelo, ella se vio muy afectada emocionalmente, y como su edad avanzada tampoco le favorecía, decidieron que lo mejor era que se instalara en la hacienda, donde todos podríamos estar cerca de ella y ayudarla en lo que necesitase.
Sin embargo, esto dejaba una interrogante sin responder. ¿Qué hacer con el departamento de Madrid En principio todos pensaron en venderlo. De esa manera se libraban de una preocupación, pues no había quien se ocupara de su mantenimiento y mi abuela ya no estaba en condiciones de viajar constantemente. Pero Claro que yo tenía otros planes. Les sugerí que me permitieran hacerme cargo, y así evitábamos perder la herencia de mi bisabuelo, a la vez que yo tendría la oportunidad de mudarme y disfrutar de mi independencia. No faltó quien pusiera peros, ya que yo aún no me había graduado de la universidad, pero por suerte no me faltaba mucho. De modo que me puse manos a la obra, y culminé mi carrera con honores y a temprana edad, pues siempre fui una alumna aplicada, pero ahora se me sumaba la motivación de la nueva vida que me aguardaba.
Claro que la preservación del patrimonio de mi bisabuelo no fue la única razón que impulsó a mis padres para permitirme viajar. En los últimos años la seguridad de la familia es algo que viene provocándonos serios dolores de cabeza, ya que al encontrarnos situados en un estado fronterizo, el abigeato y la extorción, que siempre fueron el pan nuestro de cada día, se han intensificado. Así que finalmente mis padres acabaron viendo mi viaje como una buena opción para mantenerme apartada de los peligros que acechan mi hogar.
A pesar de mis ansias por emprender mi nuevo rumbo, no me resultó nada fácil dejarlo atrás. Mi papá siempre fue un hombre de carácter recio y estricto, pero a nadie le cabe duda de que yo era su debilidad. Decía que yo era su princesita, y el día que me marché, fue la primera vez que lo vi con la voz entrecortada y los ojos aguarapados. Mi mamá en cambio, a pesar de que siempre fue la más cariñosa y emotiva, ese último día no paró de advertirme de esto y aquello, y recitarme una lista de consejos y por demás, con una frialdad inusual. Yo sospecho que lo hizo porque no quería romper a llorar delante de todos. Ay, no te conoceré yo, mami.
Ya tengo cerca de nueve meses viviendo en Madrid, y aunque echo de menos mi tierra y la faena del campo, me siento maravillada por el sin fin de novedades que ofrece la ciudad. Hay tanta gente y lugares distintos que apenas tengo tiempo para las añoranzas. Quiero conocerlo todo. Ya he hecho unos cuantos amigos, la mayoría extranjeros que como yo, han venido en busca de oportunidades, aunque por motivos diversos.
Hay un chico que conocí las primeras semanas de mi llegada. Nos topamos en el ascensor del edificio en el que vivo y desde que lo vi supe que algo tenía que pasar. Su nombre es Santino, y para mi fortuna vive un piso más arriba. Hemos empezado a salir desde hace unos seis meses y todo parece ir bien, o bueno… casi todo. A veces siento que mi entusiasmo por la vida, por descubrir cosas nuevas y experimentarlo todo le resultan un tanto… no sé… sobrecogedor tal vez. O quizás es que se preocupa demasiado. Desearía que se relajara un poco, pero no lo consigo.
Yo aún estoy tramitando todo lo necesario para convalidar mis estudios y tener mi propio negocio, pero estoy tranquila porque dinero no es que me falte precisamente. Además mis padres todavía me envían lo necesario para mantenerme mientras consigo resolver todo. Ya he pensado en el matrimonio, aunque las pocas veces que se lo he insinuado a Santi parece preocupado y distante. No es que yo tenga prisa pero… Creo que le atormenta el hecho de que aún no ha conseguido un empleo fijo. No sé… En una ocasión le propuse mudarse a mi depa porque me pareció innecesario que siguiera pagando un alquiler, pero se reusó. ¡Argentino orgulloso! Espero que mi paciencia me permita seguir aguardando un cambio. Aún no se lo he presentado oficialmente a mis padres, pero estoy segura de que lo adorarían. Es realmente un amor, solo que… bueno, le hace falta un poquito de alegría en su vida y esto me frustra mucho.
Por esta razón algunas veces he llegado a sentirme sola y un tanto perdida en esta gran ciudad. Me pregunto si me habré equivocado en mi elección, ¿o será que no estoy realmente preparada para asumir la vida con la seriedad y madurez que se requiere Intento mantenerme firme, pues desearía que todo saliera bien y que mi familia vea que sí soy capaz de manejarme como es debido. Quiero que se sientan orgullosos de mí, aunque no está resultando tan fácil como imaginé… Pero bueno, ya veremos cómo evoluciona todo. Por lo pronto, ¡que siga la fiesta!