Mi nombre completo es Iratxe Gómez Rentería. Desde neskatxa, siempre me apasionaron dos cosas. La naturaleza, y estar a la moda. Recuerdo que en el insti siempre era criticada por ambas cosas. Mientras los demás disfrutaban de los columpios, de perseguirse entre ellos, yo lo daba todo por encontrarme en un ecosistema sin más barreras que las que los árboles crean de por sí con sus voluminosos cuerpos. Nunca me afectó esta… digamos… discriminación que sufría, pero seguí adelante con ambas de mis pasiones. A lo largo de mi vida estudiantil y extracurricular, creo que tuve la mayor diversión estando en estos ecosistemas que jamás pensé en haber tenido. Pero crecemos, comenzamos a afrontar responsabilidades, y con ello muere poco a poco la mentalidad infantil que tenemos y algunas de esas pasiones.
Cuando empecé a estudiar en la universidad de Juan Igartua, estaba completamente indecisa. Sabes ese estado en el que te encuentras al cruzar las típicas cuerdas flojas de los parques de atracciones o ferias? Ese estado, en el que te sientes segura de lo que quieres, pero también de que vas a caer elijas lo que elijas? En ese estado me encontraba yo. En elegir una carera que verdaderamente me proporcionara un sueldo no digno, sino que me permita vivir emancipada. Podría ser bióloga o naturalista, o cosas así, porque me apasionaban los ecosistemas y eso, o diseñadora de moda, que era donde tenía más y mejor colocado mi conocimiento.
Desafortunadamente no tuve mucho tiempo de elección. Mis padres y pequeña hermana fallecieron en un trágico accidente automovilístico mientras regresaban de un evento escolar que ella tenía. De inmediato cambié de estado y ni siquiera yo misma me lo podía creer. Sin dar un solo paso por la cuerda, dios desató ambos cabos y de todos modos me di de bruces contra mi propia vida.
Estaba realmente desesperada. Con los entierros y todo lo demás casi lo habíamos perdido todo y sin contar las relaciones familiares… donde la familia de mi padre no podía ir. Quedaba lejos y ni siquiera tenía trabajo. Donde la de mi madre podría ir, pero iba a ser la niña remilgosa a quien dejaban fuera de casa cuando llegaba tarde de la universidad, por este u otro motivo, como habían hecho tantas y tantas veces. Si, vale, de neskatxa hacía novillos, pero un castigo como esos no es digno de… en fin.
De pronto y por primera vez, pensé que la vida me sonreía. Yacía yo echada en la cama, con una o dos esperanzas de vivir, cuando me escribió quien yo menos pensaba al móvil. Era Bea, una amiga de la infancia. Entre charla y charla, sin contar alguna que otra llamada de vídeo, me comentó que vivía en Madrid y que todo o casi todo había cambiado.
Me comentó más o menos cómo iba la movida por allí, pero me sorprendió mucho más cuando me propuso que me mudase allí. Me quedé pensando y pasamos a temas más banales. Tras colgar, eché una mirada a mi alrededor. A mi casa. O bueno, a la que creía era mi casa.
Estaba devastada, casi sin alimentos en la alacena y con muchas cosas que recoger y organizar. Entonces me di cuenta de mi estado. Qué pinto aquí? A quién tengo aquí? Me reprochaba a mí misma una y otra vez, mientras lavaba los platos y recogía un poco la estancia, que lentamente tomaba forma de una casa de locos. Entonces, con lágrimas en los ojos como estuve desde que perdí a mi familia, me decidí. Iba a ir a Madrid a como diera lugar. Agarré mis pocas pertenencias, algunos recuerdos, y todo ello fue a parar en una bolsa de viaje. Luego… era cuestión de tomar un avión con el dinero que me restaba y listo.
Ya en Madrid, en el aeropuerto de Barajas, descendí del avión con mi bolsa de viaje y seguida por una mujer de avanzada edad y dos críos. Los tres iban riendo felices y a jurar por su apariencia y dialecto no eran residentes aquí. Luego, me alejé a paso lento hasta que pude tomar un taxi de los que estaban esperando y le dije que me llevase donde hubiesen hoteles que no sean muy costosos. El hombre asintió y condujo primero en línea recta, luego por pronunciadas curvas hasta que llegamos al ambiente agitado de la ciudad. Me lanzaba incómodas y libidinosas miradas, como si estuviera esperando a que le dijera que no tenía dinero para pagarle con… en fin. Seguí con el viaje, serena pero incómoda por las miradas del tipo. Nos detuvimos en preciados tras 15 minutos y me dijo… por fin llegamos, muñequita. Son *** euros.
Me apeé primero, porque estaba con la línea que divide las posaderas apunto de desaparecer y porque ya no toleraba sus miradas y le extendí dos billetes. El hombre asintió, y yo cerré la puerta girando en dirección contraria. Mientras caminaba, noté que aún me seguía mirando, pero ya se alejaba. Entonces, seguí mi camino mirando atenta y sonriente los establecimientos comerciales que estaban abiertos. Después de algunos minutos, finalmente me encontré ante el imperium hotel. Al menos eso decía el cartel que tenía enfrente.
Entré al establecimiento y no había un alma. Solo música ambiental y una recepcionista que escribía en un ordenador de escritorio. Le pedí una llave y me la dio, sacándola de un cajetín donde habían numerosas de ellas. Hablamos por un momento y le extendí 15 euros. Me sonrió y dijo… que tenga una buena estadía en Imperium Hotel. Le correspondí la sonrisa y le agradecí.
Realmente lo único que me apetecía era acostarme en la cama, y que el cansancio hiciera su trabajo. Abrí la puerta de la habitación y no me sorprendió nada con lo que me encontré. Era sencilla, pero cómoda a la vez. Me metí en la cama y cerré los ojos, dispuesta a comenzar mañana con buen pie.