Llevaba días vagando por la ciudad sin atreverme a abandonar las calles que más o menos conocía, por los alrededores del hospital, donde cada día me cuesta más que no me interroguen y me inviten a irme. tengo que ir cambiando de sitio: de la sala de urgencias, como si esperara a algún herido o enfermo, a la de cualquier planta, el vestíbulo, algunas salas de distintas pruebas. Pero me temo que mi cara comienza a resultar reconocible para el personal. Al menos los de seguridad no me han dicho nada todavía. Pero sé que esto no durará mucho más, y sigo sin encontrar un empleo.
La tienda de cereales cerró y la de hamburguesas me da lo justo para comer. No puedo dedicarme a repartir pizzas tanto como quisiera porque la postura de sujetar el volante, si se complica el tráfico, termina por causarme mis horribles dolores de cabeza. No tengo un seguro para que ningún médico me vea y no podría pagar ningún tratamiento privado. Estoy segura que la caída del trapecio me causó alguna lesión en las cervicales, y los dolores de cabeza se suceden cada vez más a menudo. Junto con las pesadillas, que se repiten una y otra vez, y el miedo, el miedo y la sensación de que alguien me sigue. Pero no consigo ningún psicólogo tampoco. Intenté contactar con una mujer que se publicitaba en un tablón de anuncios, pero no me ha respondido ni nunca me coge el teléfono. tampoco sé si podría pagarle.
bien, hoy que me atreví a ir un poco más allá del lugar que conozco, cuál ha sido mi sorpresa, grandísima sorpresa, al dar con una escuela de circo. conservo mi carné de artista circense y el certificado que demuestra mi especialidad. Pensaba que me iban a poner reparos por no estar empadronada o cualquier diligencia o requisito no cumplidos. Pero no, me han tomado los datos y han estampado un sello en una titulación que parece que me entregarán en unos días. Nada más. Ninguna entrevista, solo un trámite que, realmente, no sé si servirá de algo. Por lo demás, si no consigo curar lo que sea que tengo en el cuello, tampoco podría volver al trapecio.