Punto de vista: Toño
Me desperté en el chaise de Steve y vi que estaba solo. Me levanté e hice una ronda por el apartamento. Luis dormía como un puerco en una de las cámaras. De Steve no había ni señal. volví al salón y me senté a recapacitar. Dejé vagar la mirada por toda la estancia. Steve había llegado a España casi con lo puesto y el muy cabrón ya se las había arreglado para empezar a conseguir billetada. Posé mis ojos en la compu y me centré.
Primero pasé por la cocina a prepararme algo. Ya con un café y un buen jugo de naranja volví a la mesa y me senté frente a la computadora. Tendría que empezar a organizar todo si queríamos empezar a crecer en España. Saqué un pen drive de mi macuto y lo inserté en el puerto. Aunque Steve me confirmó que Alex había asegurado la conexión y la PC, prefería por el momento no entrar a internet.
Entré en el directorio de la unidad y empecé a pasar distraidamente el ratón por cada una de las carpetas. Por suerte, antes de la emboscada que nos organizaron a Luis y a mí, un buen contacto ya me habló de la situación con esos hijos de la chingada.
… directorio restaurantes…. hoteles…. lavanderías… discoteca ‘Bien cabrón’… Todo eso por ahora era mejor no tocarlo. Algún día, podríamos seguir ganando con ello pero por el momento era preferible que no se moviera mucho para no dar pistas.
… Licencias yates… Concesionario… Isla Esperanza…
Al leer el directorio referente a nuestro lugar franco no pude evitar recordar a Toñito. Lo dejamos al cuidado de los padres de Luis. El chamaco estaría en buenas manos, pero jamás pensé que podrían separarnos tantos miles de kilómetros. Lo único que me tranquilizaba era que aquel lugar jamás sería intervenido por los pinches guachos ni por nadie que no fuéramos nosotros cuatro.
al final llegué al directorio de las cuentas en Caimán. Abrí la carpeta y cinco archivos aparecieron ante mí. Me quedé pensando un minuto mientras encendía el primer aliñadito del día y apuraba el jugo. El cabrón de Steve se había aprovisionado de una buena hierba para cuando llegáramos. Expulsé el humo y me decidí a abrir el archivo referente a Marcos.
Semanas antes ya había estado moviendo efectivos de un lado a otro y ahora mismo podíamos contar con una liquidez cercana a los 200 millones de dólares entre los cuatro. El resto de propiedades y negocios tendrían que ir funcionando sin nosotros. Teníamos buenos empleados. cobraban la bastante lana para no decidir chingarnos, pero nunca podías estar seguro de nada ni de nadie.
revisé los números de Marco. Todos estabamos autorizados en su cuenta, igual que él en la de todos. Aunque las transferencias fueran totalmente seguras, todavía sería más difícil localizarnos si empezaba a mover desde ahí. Hice un cálculo de lo que podíamos necesitar a corto plazo. Accedí al archivo de identidades, puse a trabajar la impresora y cerré todas las ventanas. Pinché el icono de «retirar dispositivo» y saqué el pen drive, una extravagancia que ya nadie tiene a bien hacer.
Miré el reloj. Las 11 A.M. Mejor operar fuera de Madrid dentro de las posibilidades. Encendí otro cigarrito y me abrí una cerveza mientras se acababa de imprimir todo el documento. Cuando la máquina dejó de escupir papeles entré al fin en internet. Esperaba que Alexander estuviera en lo cierto y la conexión fuera segura. Conecté con cinco páginas de bancos y abrí ocho cuentas en cada una de ellas utilizando algunas de las identidades que teníamos preparadas. Desde el site de nuestro banco en las Caimán empecé a hacer pequeñas transferencias a todas las cuentas recién creadas. No era mi mejor trabajo, pero el hecho de haber escapado de esos guachos maricas y habernos reunido por fin los cuatro en Madrid me daba algo de tranquilidad.
Me levanté del escritorio y rebusqué en mi bolsa. Agarré una pequeña cartera negra y exsaminé su interior. Abrí una funda y leí: «Candelario garcía». Negué. Mejor no dejar ningún cabo que pudiera atarse. Guardé el pasaporte y saqué otro: «Bienvenido Méndez». Me lo guardé y bajé a la calle. En el ascensor aproveché para mandar un mensaje al canal
[Aves] Toño: «El Gavilán va a por alpiste. Volverá al nido con el siguiente sol».
Recorrí las calles de la ciudad, sin perder de vista cada esquina, cada rincón. Madrid estaba en guerra y cualquier precaución era poca. entré en un supermercado cercano a casa de Steve y me aprovisioné de lo necesario. Salí y llamé a un taxi. Los cabrones hijos de la chingada no operarían hasta la medianoche. Llegué a una parada de buses y miré cuál podía servirme. Casi una hora después me bajaba en Atocha. Fui a las taquillas y compré un boleto a Barcelona. Pagué en metálico y me encaminé al andén.