Una relasión tormentosa.
Punto de vista: Tallana.
Comunidad de NeoMadrid; Afueras de la Comisaría de moratalaz – 19:45 hrsLa puerta automática se desliza con un zumbido sordo y Tallana sale al exterior. Luce el uniforme policial impecable, aunque en su rostro no hay más que cansancio. Ojeras marcadas, labios secos, el cabello recogido sin esmero. El sol del atardecer baña la ciudad, pero ella camina como si cargara una nube sobre sí.
Sus pasos son lentos, el cuerpo le pesa. No sólo por las horas enfrentando el caos urbano, sino por el eco constante de lo que ya no dice con Alessandro. Discusiones a medias. Ausencias disfrazadas de turnos. Silencios demasiado largos entre un beso y otro.
Tallana suspira mientras enciende su auto.
El tablero se ilumina. El motor arranca.
La música suave de fondo no consigue cambiarle el ánimo.
En el cruce de Gran Vía, detiene el coche en rojo y desbloquea el celular.
En la pantalla, una conversación abierta:
TALLANA:
“¿Salimos a cenar esta noche? Quiero verte… hablar con calma.”
El mensaje permanece con doble visto desde hace 40 minutos.
Ella teclea de nuevo, con un impulso tenso en los dedos.
TALLANA:
“Al menos dime si llegarás a dormir a casa.”
Pasan unos segundos. Finalmente, la respuesta aparece.
ALESSANDRO:
“Estoy en el hospital. Llego tarde. No me esperes.”
Tallana cierra los ojos.
Una punzada le cruza el pecho, no es dolor físico.
Tallana aprieta la mandíbula y continúa conduciendo.
Atraviesa barrios que conoce de memoria. Semáforos, peatones, farolas encendiéndose. Todo le parece más apagado de lo normal.
Al llegar a la calle de Serrano, estaciona frente la casa de líneas sobrias donde vive desde hace6 meses con Alessandro.
Tallana permanece un momento en el auto, con las manos sobre el volante, sin moverse. En la radio suena una canción suave, una que solía sonar en los domingos compartidos.
Tallana mira su reflejo en el retrovisor.
No le gusta lo que ve. No se reconoce.
El maquillaje ya no cubre la tristeza. La fuerza que la sostenía parece resquebrajarse.
Tallana desbloquea de nuevo el celular. Abre la galería.
Tallana busca una foto vieja: ella en bata, en la cocina, Alessandro por detrás, besándole el cuello. Se miraban como si el mundo entero les perteneciera.
La fecha: hace 3 meses.
Tallana suspira hondo. No quiere llorar. No va a llorar. Pero duda. Duda de él. Duda de sí misma. Y duda de si hay algo aún que valga la pena salvar.
Aún así, apaga el motor, sale del auto y entra a la casa.
Tallana introduce la llave en la cerradura con manos temblorosas. La puerta se abre con un leve chirrido. Entra en la casa en penumbra, sin encender las luces. El silencio la recibe como una habitación vacía que sabe demasiado.
Tallana deja las llaves en el cuenco de cerámica sobre la mesa de entrada. Deposita el arma reglamentaria en su caja fuerte del pasillo. Se quita el abrigo del uniforme y lo deja colgado sin cuidado en la silla del comedor. Camina descalza sobre el suelo de madera hasta su habitación.
El aire dentro es frío, como si la ausencia de Alessandro ya hubiera tomado forma física.
Tallana se encierra en el baño.
Abre la llave de la ducha. El vapor empieza a cubrir el espejo.
Se desnuda con movimientos mecánicos, como si quitarse la ropa fuera también intentar quitarse el peso que lleva encima.
El agua caliente cae sobre su espalda.
Tallana apoya la frente contra los azulejos. Al principio es solo una respiración agitada. Luego un sollozo contenido. Después ya no puede más. Llora.
Llora por las noches vacías. Por las respuestas frías. Por las sospechas que no se atreven a confirmarse. Por las veces que Alessandro llegó tarde y olía distinto. Por los abrazos que ya no llegan. Por el amor que aún siente.
Tallana se cubre el rostro con ambas manos.
Llora en silencio.
Como si aún así quisiera proteger a alguien de ese dolor. Como si aún esperara que todo volviera a ser como antes.
Pero algo dentro de ella empieza a quebrarse. Y esta vez, no sabe si podrá repararlo.
Unas horas más tarde.
La habitación está en penumbra. Solo la luz tenue del pasillo se cuela por la rendija de la puerta entreabierta. Tallana yace en la cama, de lado, con el cabello aún húmedo sobre la almohada. Lleva una camiseta vieja de Alessandro que ya no huele a él. Los ojos hinchados delatan que no ha dormido.
El móvil reposa junto a ella en la mesita. Lo toma con lentitud.
Tallana mira la pantalla unos segundos.
Luego pulsa el nombre: Alessandro.
El tono de llamada suena una, dos, tres veces.
Finalmente, él contesta.
ALESSANDRO (voz baja, seca):
“¿Qué quieres, Tallana? Estoy en turno.”
Tallana traga saliva.
Habla con voz frágil, casi en un susurro.
TALLANA dice con acento ensenadense, “Solo quería saber si… si estás bien. No has llegado… no has dicho nada.”
Del otro lado, un silencio incómodo.
ALESSANDRO:
“Ya te dije que no me esperes. No estoy para tus caprichos esta noche, ¿vale?”
Tallana cierra los ojos.
TALLANA:
“No son caprichos, Alessandro… solo… te extraño.”
La respuesta no tarda. Dura. Inesperada. ALESSANDRO:
“Pues deja de hacerlo. Estoy agotado. Tengo mil cosas en la cabeza y tú siempre con lo mismo. Asfixias, Tallana. Cansa.”
Tallana se queda sin palabras.
Respira hondo.
Aprieta la sábana con una mano.
TALLANA dice con acento ensenadense, “Perdón si preocuparse es asfixiar… no era mi intención.”
ALESSANDRO (con tono aún más frío):
“Pues la próxima vez no llames. Cuando salga, si me apetece, paso por casa. Y si no, ya sabes.”
Alessandro cuelga.
La llamada termina sin despedidas.
Tallana baja el teléfono lentamente.
Lo deja boca abajo sobre la cama. Las lágrimas no caen esta vez.
Solo queda una sensación hueca. Y un silencio espeso que parece atrapar toda esperanza.
Ella gira de nuevo hacia la pared. Se tapa con la colcha.
Y mientras el reloj del salón marca la medianoche,
Tallana entiende que algo se ha roto. Y no sabe si Alessandro volverá a querer arreglarlo.