La resiliencia de la reina Ferrari

Aquí se irán publicando las escenas de rol tanto de trama principal, como las que querais publicar los jugadores. Debido a la naturaleza de este foro, si se admite contenido NSFW.
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Larabelle Evans
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La resiliencia de la reina Ferrari

Mensaje por Larabelle Evans »

Sinopsis – La resiliencia de la reina Ferrari.

La guerra entre los Marttini y los Ferrari culminó en Montenegro con la muerte de Matteo Ferrari y la caída de su imperio. Pero la victoria de Mássimo llega bañada en sombras: Leila, rescatada de las garras de su propio padre, regresa a Turín en un estado frágil, marcada por la tortura y el dolor de la traición.
Leila, rota pero no vencida, deberá demostrar si la sangre Ferrari que corre por sus venas puede transformarse en fuego para gobernar. Mássimo, firme pero consumido por su propia oscuridad, deberá decidir si su amor por ella lo salva o lo condena.
El enemigo ha caído, pero la guerra verdadera apenas empieza: la de reconstruir un imperio sobre las ruinas de la sangre, el dolor y la resiliencia de una reina que se niega a morir.

Prólogo – La resiliencia de la reina Ferrari.

El eco de los disparos se había apagado en Montenegro, pero el silencio que siguió no trajo paz. Matteo Ferrari yacía muerto, su imperio reducido a cenizas. Los corredores del búnker olían a pólvora y a sangre seca, testigos mudos de la guerra que había terminado.
Mássimo, con las manos aún manchadas, no miró atrás. Su victoria no tenía la dulzura del triunfo, sino la amargura del precio pagado. Había rescatado a Leila, pero lo que encontró no fue a la mujer fuerte que un día desafió a su mundo, sino a un cuerpo roto, apenas sostenido por la voluntad de seguir respirando.
La villa Marttini en Turín se levanta como fortaleza y sanatorio, un lugar donde Leila lucha por volver a ponerse en pie y Mássimo por sostener un imperio que parece tambalearse entre enemigos invisibles y heridas abiertas.
El precio de la victoria ha sido demasiado alto, pero lo que nadie entiende aún es que lo peor no terminó en Montenegro. Nuevos jugadores se asoman desde las sombras, alianzas quebradas salen a la luz, y el vacío de poder que dejó la caída de los Ferrari amenaza con encender otra guerra.
Mássimo y Leila, marcados por cicatrices físicas y emocionales, deberán sostenerse el uno al otro en un mundo que no perdona la debilidad. Porque en este juego de lealtades, la verdadera batalla no es contra los enemigos externos, sino contra lo que quedó roto dentro de ellos.

Los primeros días.

El ala este de la villa Marttini había sido transformada en un santuario de guerra, un lugar donde el lujo habitual se había borrado bajo el peso de monitores, camillas y un incesante olor a desinfectante. Las cortinas gruesas mantenían la luz tenue, y cada rincón parecía contener el murmullo de máquinas que medían respiraciones y latidos.
Leila yacía en la cama principal, el cuerpo apenas sostenido por almohadones, la piel pálida y marcada. Los médicos habían decidido mantenerla bajo observación continua, una especie de terapia intensiva improvisada, donde especialistas iban y venían sin horarios, discutiendo en susurros sobre secuelas neurológicas, cicatrices internas, y los rastros de sustancias que aún luchaban por abandonar su sangre. La heroína, usada como cadena por sus captores, había dejado un infierno silencioso que se manifestaba en sudores fríos, convulsiones breves y una ansiedad que sus ojos, entrecerrados, no podían ocultar.
Mássimo permanecía junto a la puerta, de pie, sin pronunciar palabra. Su presencia era una muralla que imponía respeto incluso entre los doctores. Cada movimiento suyo era calculado, como si temiera quebrar el delicado equilibrio que mantenía a Leila respirando.
En otra parte de la villa, Etna, Karlo, Maurizio y Gianluca se habían reunido en el salón principal. Nadie había tenido noticias directas hasta ese momento. El silencio era denso, cargado de sospechas y temores no pronunciados.
Mássimo entró finalmente, su rostro sombrío, sus ojos cansados, como si cargaran diez años más. Se detuvo frente a ellos y habló con voz grave, sin rodeos.
Mássimo dice con acento turinés, “Leila está viva. La recuperamos en Montenegro.
La frase cayó como un trueno en medio del salón.
Etna, que hasta entonces mantenía las manos entrelazadas en el regazo, perdió el aire de golpe. Sus ojos se llenaron de lágrimas inmediatas, y un estremecimiento recorrió su cuerpo. La culpa la atravesó como un cuchillo: ¿cómo no lo había sentido?, ¿cómo había podido aceptar en silencio la idea de su muerte? Ahora la imagen de Leila, destrozada pero viva, se mezclaba con un alivio feroz que le arrancaba un sollozo entrecortado.
Karlo desvió la mirada, sus puños apretados sobre las rodillas. Maurizio bajó la cabeza, murmurando apenas una plegaria. Gianluca, en cambio, se quedó inmóvil, la mandíbula dura, consciente de que esa verdad cambiaba todos los equilibrios que habían sostenido hasta entonces.
Mientras tanto, en la habitación contigua, Pietro se debatía entre la vida y la muerte. El ex custodio, convertido en inesperado aliado, sufría el peso de heridas profundas que no terminaban de sanar. Sus gemidos apagados eran acompañados por el tic constante del monitor cardíaco. Los médicos no daban garantías: podían perderlo en cualquier momento.
La villa entera parecía respirar al ritmo de dos cuerpos quebrados —Leila y Pietro—, cada uno sostenido por un hilo, mientras todos alrededor se preparaban para una guerra distinta, menos visible, pero no menos devastadora.
El cuarto de Leila había dejado de ser un espacio privado para convertirse en un campo clínico de batalla. La cama articulada estaba rodeada de bombas de infusión, un monitor multiparámetro con alarmas configuradas al mínimo volumen y bandejas con medicamentos de rescate listos. La luz cálida de las lámparas de la villa había sido reemplazada por focos blancos y funcionales.
La doctora Elena Marković, especialista en cuidados intensivos procedente de Ferrara, era quien dirigía el equipo. Junto a ella trabajaban el toxicólogo francés Dr. Julien Moreau, la psiquiatra española Dra. Nuria Valverde, y un par de enfermeras de confianza que no pertenecían a ningún hospital, contratadas de forma privada: Marta Krüger, alemana, y Lucía Fabbri, florentina con experiencia en trauma.
Elena revisaba los resultados de laboratorio recientes con una seriedad fría. La voz baja, pero firme, rompió el silencio.
Elena dice en tono profesional:
—A nivel sistémico, está estable. Pero hay múltiples frentes abiertos.
Julien, el toxicólogo, asintió mientras señalaba los gráficos en la tableta.
Julien dice con acento francés, “La abstinencia de heroína es complicada. Tiene crisis de ansiedad, sudoración excesiva, episodios de taquicardia. Ya hemos reducido el riesgo inmediato de un shock, pero la dependencia no se resuelve en días. Necesitaremos un protocolo largo de desintoxicación.
Nuria, sentada junto a la cabecera de la cama, observaba el rostro de Leila, todavía agitado en sueños intermitentes.
Nuria dice con acento Neomadrileño, “El trauma psicológico es severo. La amnesia parcial puede ser producto tanto de la droga como de un mecanismo de defensa. Si intentamos presionar, podemos fragmentar más su percepción. Habrá que trabajar despacio, con contención.
Marta Krüger, ajustando una vía central, añadió con precisión:
Marta dice con acento alemán, “Las lesiones físicas no son menos graves. Cicatrices en las costillas por golpes antiguos, desgarros vaginales, una fractura mal consolidada en el radio derecho, hematomas internos que aún drenamos. La analgesia debe ser controlada: no podemos darle opiáceos fuertes, no en su condición.
Lucía completó, mientras cambiaba los vendajes de una herida profunda en la pierna izquierda:
Lucía dice con acento florentino, “Las infecciones están controladas con antibióticos, pero hay riesgo de septicemia si no seguimos al pie de la letra la esterilidad. No hay margen para descuidos.
Elena cerró el informe digital y miró a los presentes.
Elena dice con acento ferrarés, “Todo esto debe presentarse a Marttini. Pero debe entender que la recuperación no es cuestión de semanas. Será un camino de meses, quizá años.
El equipo organizó la información en tres bloques, para evitar confusiones:
Condición médica inmediata: signos vitales estables, heridas bajo control, riesgo de infección moderado.


Dependencia y abstinencia: crisis controladas, tratamiento en curso, pronóstico incierto a mediano plazo.


Estado psicológico: trauma severo, episodios de disociación, necesita estabilidad absoluta en su entorno.


Elena decidió que ella misma, junto con Julien y Nuria, serían quienes darían la notificación formal a Mássimo. Había que ser claros, pero cuidadosos: el jefe no toleraba titubeos ni tecnicismos vacíos.
Leila yacía en la cama con los ojos entreabiertos, atrapada en un estado intermedio entre la conciencia y el delirio. Su piel mostraba un tono amarillento por la debilidad, con zonas enrojecidas de irritación en los brazos donde la piel había sido perforada demasiadas veces. Los labios agrietados, resecos, parecían incapaces de pronunciar palabras completas.
La abstinencia de heroína se manifestaba como una tormenta interna. Su cuerpo, habituado a la dosis diaria de la sustancia, reaccionaba con violencia al vacío. Tenía episodios de temblores finos en las manos, seguidos por espasmos musculares que recorrían las piernas de forma intermitente. El sudor le empapaba la camiseta de algodón que Marta le había puesto apenas unas horas antes.
De pronto, un gemido desgarrado escapó de su garganta, breve pero cargado de dolor. Su respiración se aceleró, los picos en la pantalla del monitor lo confirmaban.
—Saturación bajando —advirtió Marta en voz baja, acercándose con un estetoscopio.
Leila comenzó a murmurar frases inconexas, palabras que parecían no tener destino. Entre ellas se distinguían nombres: “mamá… Matteo… no… no más…”. La psiquiatra Nuria, que no dormía desde hacía horas, tomó su mano con delicadeza, hablándole en un tono calmado.
Nuria dice con acento neomadrileño, “Estás a salvo, Leila. Escúchame… ya no estás allí. Respira. Respira conmigo.
Los ojos de Leila se movían de un lado a otro bajo los párpados, como si reviviera escenas que nadie en la habitación quería imaginar. Era la fase disociativa: su mente la devolvía al cautiverio, a las sesiones de tortura, a los momentos en que el cuerpo se convertía en un objeto de poder para otros.
Julien, con la precisión del toxicólogo, ajustó la infusión de clonidina para controlar el síndrome de abstinencia.
Julien dice con acento francés, “ La crisis pasará en unos minutos. No podemos aumentar más la dosis sin riesgo de hipotensión —informó con un tono calculado, aunque sus ojos revelaban preocupación.
Un vómito seco la sacudió de repente. Marta, rápida, colocó la cuenca metálica y sostuvo su cabeza mientras Lucía limpiaba con gasas húmedas. Los reflejos eran automáticos, mecánicos, como si hubieran hecho esto decenas de veces en hospitales. Pero aquí, en una mansión convertida en clínica, cada detalle adquiría un peso distinto.
Cuando la agitación bajó un poco, Leila quedó exhausta, con el cabello pegado a la frente y las lágrimas resbalando sin control. Sus muñecas, aún vendadas por viejas lesiones de restricción, se aferraban al aire como buscando un punto de anclaje invisible.
Nuria, que no apartaba la mirada, murmuró para el equipo:
Nuria Murmura con acento Neomadrileño, “Los flashbacks son constantes. Es posible que desarrolle un cuadro de estrés postraumático crónico. Si sobrevive a las heridas físicas y a la abstinencia, lo psicológico será igual o más complejo.
Elena Marković asintió, tomando notas en su tableta digital.
Elena dice con acento Ferrarés, “Necesitamos turnos dobles de enfermería. Nada de dejarla sola. Las crisis pueden llevarla a la autolesión.
Leila volvió a murmurar, más bajo esta vez: Murmuras con acento siciliano, “fuego… Pietro… no grites… por favor…”. El nombre de Pietro se clavó en el aire como una aguja. Marta apretó los labios, consciente de lo irónico: el custodio que había arriesgado su vida por ella, ahora debatía la suya en otra habitación, mientras Leila lo nombraba en medio de su tormento.
El monitor se estabilizó poco a poco. El electrocardiograma regresó a un ritmo más uniforme. Pero la calma no era más que una tregua. En cualquier momento, otra oleada de síntomas podía romperla.
Elena cerró el expediente de la noche con una frase seca:
Elena dice con acento Ferrarés, “El cuerpo está luchando por sobrevivir. La mente aún está en cautiverio.
Nuria añadió en voz baja, casi como un lamento:
Nuria Murmura con acento Neomadrileño, “Y si no la sostenemos ahora… puede que nunca vuelva.
Los médicos salieron del cuarto para darle los informes al jefe de Turín.
La atmósfera del salón estaba impregnada de tensión. Etna permanecía sentada en el borde del sofá, con las manos entrelazadas sobre las rodillas, las uñas clavándose en la piel hasta dejar marcas rojizas. A un costado, Karlo y Gianluca intercambiaban miradas fugaces, incapaces de romper el silencio impuesto por la espera. Maurizio se mantenía de pie, cerca de la ventana, encendiendo un cigarro tras otro que nunca llegaba a terminar.
La puerta se abrió despacio. La doctora Elena Marković entró primero, seguida de Julien Moreau y Nuria Valverde. Ninguno intentó suavizar el gesto en su rostro; la crudeza de lo que traían era imposible de disimular.
Mássimo se puso de pie con lentitud, los ojos clavados en ellos, el ceño fruncido en una mueca de impaciencia contenida. No hizo preguntas: sabía que la respuesta estaba por llegar.
Elena se adelantó un paso, sujetando la tableta contra el pecho. Su tono fue firme, calculado, como quien ha dado malas noticias demasiadas veces, pero nunca en una sala como aquella.
Elena dice con acento ferrarés, “Don Mássimo, la condición de la signorina Leila es estable en términos vitales. Pero debemos hablar con absoluta claridad.
Julien tomó la palabra, desplegando en la mesa de centro el esquema clínico que había preparado.
Julien dice con acento francés, “En lo inmediato: signos vitales estables, control de infecciones bajo vigilancia estricta, y heridas físicas que responden al tratamiento. Sin embargo, el cuadro de abstinencia de heroína es severo. Tendremos crisis frecuentes. El proceso de desintoxicación no se mide en días, sino en meses.
Etna bajó la mirada al escuchar la palabra heroína, como si un cuchillo invisible le hubiera atravesado el pecho. La idea de que Leila hubiera sido obligada a eso la hacía encogerse en culpa.
Nuria avanzó un paso y dirigió la voz hacia Mássimo, sin rodeos.
Nuria dice con acento neomadrileño, “En lo psicológico, el daño es profundo. Presenta episodios disociativos, flashbacks constantes, insomnio, y verbaliza escenas de violencia durante los delirios. Si no se trabaja con cuidado, el riesgo de autolesión es real. Necesita un entorno completamente controlado y estable.
Mássimo no parpadeó. Solo apretó la mandíbula, dejando que cada palabra se le clavara como un hierro candente. La rigidez en sus hombros contrastaba con el ligero temblor en la mano que descansaba sobre el respaldo del sillón.
Elena cerró el informe y respiró hondo antes de concluir:
Elena dice con acento ferrarés, “Su cuerpo resiste, pero su mente aún está en cautiverio. Si sobrevive a las próximas semanas, la recuperación será un camino largo, muy largo. Necesitaremos todo el apoyo posible.
El silencio se extendió como una sombra espesa. El reloj de péndulo en la esquina del salón marcaba los segundos con una cadencia insoportable.
Etna, incapaz de contenerse más, murmuró con voz entrecortada:
Etna dice con acento catanés, “Yo… debí intuirlo… ¿Cómo no lo vi? ¿Cómo no lo sentí?
Mássimo la miró apenas, pero no respondió. Sus ojos permanecieron fijos en los médicos, como si buscara un resquicio de certeza en medio del caos. Finalmente, con voz grave, cargada de una calma forzada, habló:
Mássimo dice con acento turinés, “Lo que necesite, lo tendrá. Aquí nada le faltará. Pero díganme algo… ¿Hay posibilidades reales de que vuelva?
Nuria sostuvo su mirada, y aunque quiso ofrecer consuelo, solo pudo dar verdad.
Nuria dice con acento neomadrileño, “Sí. Pero no volverá a ser la misma. Y será ella quien decida si quiere regresar.
La frase quedó flotando en el aire como una sentencia. Etna rompió a llorar en silencio, cubriéndose el rostro con ambas manos. Maurizio apagó el cigarro sin decir nada, mientras Karlo apartaba la vista hacia el suelo.
Mássimo no se movió. Su rostro era una máscara de hierro, pero sus ojos, brillando apenas bajo la luz del salón, revelaban la tormenta que contenía.
La tensión se volvió casi insoportable. Etna se levantó de golpe, con los ojos enrojecidos, la voz quebrada, pero con un hilo de firmeza que desafiaba el ambiente cargado.
Etna dice con acento catanés, “Déjame verla, Mássimo. Déjame verla con mis propios ojos. No quiero informes ni diagnósticos… necesito verla. Karlo, Gianluca, Maurizio también… fuimos nosotros quienes la buscábamos vengar. Es nuestro deber mirarla ahora, aunque sea rota.”
El salón se quedó en silencio absoluto. La súplica de Etna resonó como un eco en las paredes de la villa. Karlo levantó apenas la vista, con la mandíbula tensa; Gianluca entrelazó las manos con torpeza, mientras Maurizio, pese a su aparente frialdad, dejó el cigarro intacto en el cenicero.
Mássimo no respondió de inmediato. Caminó unos pasos hacia la ventana, girando la espalda al grupo. La penumbra de la tarde recortaba su silueta contra el cristal, y el leve movimiento de su hombro delataba la lucha interior. Cuando al fin se giró, su voz salió baja, grave, con un filo de reproche.
Mássimo dice con acento turinés, “Si ustedes hubieran cuidado mejor de ella, Matteo nunca la habría tenido cautiva. Si ustedes hubieran sido el muro que juraron ser, no estaría ahora luchando por respirar.”
Las palabras cayeron como golpes. Etna se inclinó hacia adelante, soportando el peso de la culpa sin levantar la mirada. Nadie en la sala se atrevió a replicar.
Mássimo avanzó lentamente hasta quedar frente a ellos. Su rostro era de piedra, pero en los ojos había un destello de dolor que no alcanzaba a ocultar.
Mássimo dice con acento turinés, “La verán. Pero entiendan algo: Leila no saldrá de aquí. No volverá a Catania. No será arrastrada de nuevo por el pasado ni por las culpas de nadie. Esta mujer… mi mujer… se queda conmigo. Yo la cuidaré. Yo lucharé por devolverla a la vida. Y si alguien cree que puede decidir distinto, que me lo diga ahora.”
El silencio fue total. Nadie osó romperlo. Etna tragó saliva, los ojos empapados, y apenas pudo asentir con un gesto breve, rendida. Karlo apretó los labios, resignado. Maurizio apartó la vista, ocultando el brillo húmedo en sus pupilas. Gianluca, el más joven, cerró los puños, incapaz de sostener la tensión, pero sin abrir la boca.
Mássimo dio un paso atrás y levantó la mano, señalando la puerta del pasillo que conducía al cuarto de Leila.
Mássimo dice con acento turinés, “Vayan. Pero recuerden: lo que verán allí no es la Leila que conocieron. Es la que Matteo quiso destruir, y la que yo juro volver a levantar.”
La atmósfera se volvió más densa aún, cargada de un dramatismo insoportable. Etna respiró hondo, temblando, y se puso en pie con los chicos tras ella. La decisión estaba tomada: iban a enfrentar el horror con sus propios ojos.
El pasillo que conducía al cuarto de Leila parecía haberse alargado con cada paso. Etna caminaba delante, las manos temblorosas sobre el regazo, mientras Karlo y Gianluca la seguían en silencio, y Maurizio cerraba la fila, apretando el cigarro apagado entre los dedos.
Cuando Elena abrió la puerta, el cuarto los recibió con un silencio absoluto, roto solo por el zumbido de los monitores y el murmullo constante de las bombas de infusión. La luz blanca iluminaba el cuerpo de Leila, resaltando cada contorno de su fragilidad.
Leila yacía sobre la cama articulada, los párpados entreabiertos, pero su mirada no parecía realmente percibir nada. Su rostro, pálido y tenso, mostraba la abnecia de quien ha estado tanto tiempo atrapado en el horror: ojos que se movían sin foco, manos que se agitaban como intentando asirse a algo inexistente. No había reconocimiento. No había conciencia de quienes la rodeaban.
Etna se detuvo al borde de la cama, temblando. Su corazón se quebró en un instante. Aquella mujer que la había entrenado, quien le había dado una razón para vivir y la había rescatado de la Camorra napolitana cuando tenía diecisiete años, ya no estaba. Solo quedaba un cuerpo frágil, abatido, un eco de la fuerza que alguna vez irradiara. Etna se cubrió el rostro con las manos, incapaz de contener el llanto, y las lágrimas comenzaron a deslizarse sin control. La culpa la devoraba: cómo no se dio cuenta, cómo no vio que Leila podría estar viva y secuestrada, cómo no previó el peor escenario.
Karlo se quedó paralizado frente a la cama. Su mejor amigo y casi hermano, Pietro, estaba al borde de la muerte, y ahora Leila, a quien él consideraba su hermana de sangre aunque fuera su jefa, y había protegido y respetado siempre, estaba irreconocible. Verla así, tan herida, tan quebrada, le arrancaba la respiración. El dolor y la culpa se mezclaban en su pecho; la noche de la emboscada a la finca, el momento en que no pudieron salvarla, se le repetía en cada latido. La mirada vacía de Leila lo atravesaba como un cuchillo que no podía sacar.
Karlo se acercó, la mandíbula apretada, los ojos fijos en Leila. El dolor era un puño en su estómago, una rabia sorda contra Matteo, contra el mundo que había permitido tal crueldad. Su lealtad a Leila era inquebrantable, y verla así, tan diminuta y quebrada, encendió una llama fría de venganza en su interior. Él también había prometido protegerla. Él también había fallado. Se inclinó, su mano grande y fuerte tembló antes de rozar suavemente el brazo de Leila, como si temiera romperla. "Leila...", murmuró, su voz ronca de emoción.
Leila no reaccionó. Su mirada seguía perdida, ausente, y el roce de Karlo no pareció registrarse en su conciencia. Era como si su alma hubiera abandonado el cuerpo, dejando solo una frágil envoltura. La escena era desoladora, una puñalada para todos los presentes que recordaban a la imponente Leila Ferrari.
Gianluca permanecía junto a la puerta, rígido, con los puños apretados a los lados del cuerpo. Siempre había tenido el amor de Leila, y ella había hecho todo lo posible por sacarlo de la cárcel cuando él había arruinado su propia vida. Esa mujer le había dado una segunda oportunidad, y ahora la encontraba así, destrozada, víctima de un sufrimiento que él nunca pudo evitar. No podía articular palabra; solo un nudo de dolor le subía desde el estómago hasta la garganta, y sus ojos se humedecieron, llenos de impotencia y amor perdido.
Maurizio, que hasta entonces había mantenido una fachada de dureza, se acercó lentamente. Sus ojos, habitualmente fríos y calculadores, ahora reflejaban una profunda tristeza. Recordaba a la Leila fuerte e inquebrantable que lo había reclutado y confiado en él, una mujer que no temía desafiarlo. Verla tan despojada, tan ajena a su propio ser, era un golpe demoledor. Se llevó una mano a la boca, intentando contener un gemido de dolor, mientras una lágrima solitaria se deslizaba por su mejilla. En ese instante, la imagen de la reina Ferrari se desvaneció, dejando solo a una mujer herida, y él, por primera vez en mucho tiempo, sintió el peso de una impotencia abrumadora.
Elena, Julien y Nuria se mantuvieron discretos junto a la cabecera, observando a la paciente con profesionalidad, conscientes de que cualquier movimiento en falso podía precipitar una crisis.
Etna, con un hilo de voz apenas audible, murmuró:
Etna murmura con acento catanés, “Leila… soy yo… Etna…
Pero no hubo reacción. Ninguna señal de reconocimiento. Solo un leve temblor en los dedos de la mano de Leila, que parecía más un reflejo involuntario que un gesto de conexión.
Karlo se dejó caer sobre la silla más cercana, la cabeza entre las manos, incapaz de contener los sollozos que se filtraban sin aviso. Gianluca respiró hondo, intentando mantener la compostura, mientras su pecho se oprimía con la angustia de quien observa a alguien que ama y que ha sido devastado más allá de toda lógica.
Etna bajó la mirada, la culpa y la desesperación pesando sobre sus hombros. Cada segundo parecía una eternidad. La Leila que conocían, la que los había formado, protegido y amado, parecía haberse perdido entre las sombras de su propio cautiverio.
Nuria intervino con voz suave, guiando a Etna para que no hiciera movimientos bruscos:
Nuria dice con acento Neomadrileño, “No la presionen. Su mente aún está atrapada en el cautiverio. Los reconocerá, pero no ahora. Su cuerpo está aquí, pero su conciencia… todavía no.
Elena agregó, con tono firme:
Elena dice con acento Ferrarés, “Mantengan la calma. Cada estímulo debe ser controlado. Este es un cuerpo que lucha por vivir, y debemos sostenerlo sin perturbar la mínima estabilidad que hemos logrado.
El cuarto quedó nuevamente en un silencio absoluto. La única evidencia de vida eran las respiraciones entrecortadas de Leila, el pitido suave de los monitores y la tensión palpable de quienes la amaban y no podían tocarla ni rescatarla de su abnecia.
Después de unos largos minutos en silencio, Karlo se enderezó lentamente, frotándose los ojos con el dorso de la mano. Cada músculo de su cuerpo estaba tenso, como si quisiera retener cada instante frente a Leila, pero sabía que no podían quedarse más tiempo. Pietro necesitaba su presencia, y la incertidumbre sobre su vida pesaba igual que la agonía de ver a Leila así.
Etna, aún temblando, respiró hondo y se apartó un paso de la cama, como buscando fuerza en la distancia. Su voz temblorosa se abrió paso entre los sollozos:
Etna dice con acento catanés, “—Debemos… estar con Pietro. Él… lo necesita ahora.
Gianluca asintió, aunque cada gesto era pesado, cargado de un dolor que parecía atragantársele. Sus ojos se quedaron una última vez fijos en Leila, buscando algún signo de reconocimiento, algún parpadeo que dijera que la mujer que apreciaba aún estaba allí, aunque enterrada bajo el daño. No había nada. Solo la abnecia, el vacío que lo desgarraba por dentro.
Karlo se inclinó una vez más sobre la cama, apenas rozando la mano de Leila con la suya, un contacto mínimo que no la despertó, pero que él necesitaba como rito de despedida. Susurró, con la voz rota:
Karlo dice con acento siciliano, “Volveré, Leila. Te prometo que no te dejaré sola…
Etna extendió la mano, rozando suavemente el brazo de Leila, pero retirándola casi de inmediato, consciente de que cualquier estímulo demasiado directo podría desencadenar una crisis. Su corazón latía con fuerza, y su mente repicaba con culpa: la había admirado, confiado, amado como a una hermana, y ahora la encontraba irreconocible.
Gianluca se llevó una mano al pecho, como conteniendo el dolor que lo atravesaba. Murmuró para sí mismo:
Gianluca Murmura con acento napolitano, “Te juro que no permitiré que esto quede así…
Maurizio permaneció unos segundos más, contemplando a Leila con ojos duros pero llenos de pesar, y finalmente se volvió hacia los demás:
Maurizio dice con acento siciliano, “Vamos. Pietro nos necesita.
El grupo avanzó hacia la puerta, el aire cargado con la intensidad de lo que habían presenciado. Cada paso resonaba en el pasillo, un recordatorio de la fragilidad de Leila y de la impotencia que sentían. Mientras salían, Karlo lanzó una última mirada por encima del hombro, grabando mentalmente la imagen de la mujer que había sido su hermana de sangre, su jefa, su amiga.
Al cerrar la puerta, la habitación quedó en un silencio absoluto. Los monitores continuaban su ritmo constante, pero la ausencia de los chicos dejó un vacío emocional palpable. Solo los murmullos profesionales de Elena, Julien y Nuria mantenían la calma clínica, recordando que, aunque la abnecia de Leila los separaba, su lucha por la vida apenas comenzaba.
En el pasillo, Karlo exhaló con fuerza, tratando de contener un gemido. Gianluca apoyó una mano en su hombro, silencioso, compartiendo el peso de la desesperanza sin palabras. Etna, entre ambos, bajó la cabeza, su pecho agitado, y por primera vez desde que entraron, permitió que la culpa se mezclara con la resolución de estar ahí, para sostenerlos a todos, aunque la batalla de Leila aún no tuviera un final visible.
Larabelle Evans
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Re: La resiliencia de la reina Ferrari

Mensaje por Larabelle Evans »

Las pesadillas que me atormentan.

Punto de vista: Leila.

Varios días después, la villa Marttini se mantenía en una tensa calma. La tarde se extendía sobre Turín, bañando con una luz dorada los jardines meticulosamente cuidados. En el ala este, el cuarto de Leila continuaba siendo el epicentro de una batalla silenciosa. Marta Krüger y Lucía Fabbri, las enfermeras, se movían con la eficiencia de quienes han convertido el cuidado en un arte. Revisaban monitores, ajustaban vías y cambiaban los vendajes con una delicadeza casi reverencial. La habitación, con su persistente olor a desinfectante y su luz tenue, era un recordatorio constante de la fragilidad que habitaba en ella.
Leila, más delgada aún, yacía con los ojos apenas abiertos. Sus labios, todavía agrietados, se entreabrían en un esfuerzo por respirar que parecía agotar cada fibra de su ser. Lucía, sentada a su lado, sostenía con paciencia una cuchara pequeña con una papilla líquida, intentando que Leila ingiriera unas pocas gotas.
Lucía dice con acento florentino, "Vamos, signorina. Un poquito más. Necesita recuperar fuerzas."
Leila giró el rostro con un leve gemido, rechazando la cuchara. Su mirada, aunque aún carecía de foco, comenzaba a mostrar destellos de una angustia latente, como si el velo que cubría su conciencia se estuviera deshilachando por los bordes.
Mientras tanto, en el imponente despacho de Mássimo, la realidad era otra. Los ventanales góticos dejaban entrar la luz de la tarde, iluminando los intrincados detalles de la carpintería oscura y los estantes repletos de libros. Mássimo, sentado detrás de su escritorio de roble macizo, escuchaba con una atención fría a su hija, Vittoria. Una chica con la misma determinación férrea de su padre, extendía sobre el cuero del escritorio varios prototipos de empaques.
Vittoria dice con acento turinés, "Padre, estos son los nuevos modelos. El camuflaje es casi perfecto. Integrado en las costuras de los cargamentos de cacao, resulta indetectable incluso con los escáneres de última generación." Señaló un pequeño cilindro de tela que se confundía perfectamente con los granos. "Hemos probado con varios métodos, pero este ofrece la mayor seguridad y un costo de producción sorprendentemente bajo."
Mássimo tomó uno de los prototipos, examinándolo con un ojo crítico. El negocio de la cocaína, aunque secundario, era una fuente constante de ingresos y un punto clave en su red de influencia. La caída de Matteo Ferrari había dejado un vacío que él estaba dispuesto a llenar, sin importar el costo.
Mássimo dice con acento turinés, "Me gusta, Vittoria. Asegúrate de que los ensayos finales se hagan en rutas de alto riesgo. No podemos permitirnos errores. La confianza en nuestra red es tan vital como el producto."
Vittoria sonríe.
Vittoria asintió con una sonrisa calculada, orgullosa de su eficiencia. La ambición por ser la mejor heredera en este negocio era un motor constante.
Pero justo en ese momento, un grito agudo y desesperado rompió la aparente tranquilidad de la villa. Provenía del ala de recuperación, un sonido que erizó el vello de la nuca de Mássimo, interrumpiendo abruptamente la conversación. El grito se siguió de un coro de voces alarmadas.
En el cuarto de Leila, la escena era de caos. La enfermera Lucía, que intentaba darle la papilla, se había apartado de golpe. Leila yacía en la cama, su cuerpo convulsionando violentamente. Los músculos de su espalda se arqueaban, sus manos se aferraban a las sábanas con una fuerza inusitada y un gemido gutural escapaba de su garganta, mezclado con arcadas secas. Sus ojos, desorbitados, mostraban el puro terror, como si estuviera atrapada en una pesadilla de la que no podía despertar.
Marta, alertada por el cambio súbito, corrió hacia la cama, mientras pulsaba el botón de emergencia.
Marta dice con acento alemán, "¡Está en crisis! ¡Necesitamos a la doctora Elena, ahora!"
El monitor de ritmo cardíaco comenzó a pitar frenéticamente, sus números fluctuando salvajemente. La saturación de oxígeno bajaba a una velocidad alarmante, y el rostro de Leila se tornaba pálido.
Mássimo se levantó de un salto en su despacho, su rostro ensombrecido por la alerta.
Mássimo dice con acento turinés, "¡Leila!"
Vittoria lo miró, desconcertada, pero Mássimo ya había echado a correr por el pasillo, su mente concentrada en la habitación de Leila. En su mente, una sola idea resonaba: la posibilidad de perderla, justo cuando comenzaban a vislumbrarse leves signos de recuperación. El miedo, una emoción rara en él, se apoderaba de su corazón.
Mientras tanto, la doctora Elena ya se encontraba en la habitación. Sus manos expertas se movían con rapidez, inyectando un sedante potente en la vía intravenosa de Leila. El rostro de Elena, curtido por años de lidiar con la fragilidad humana, no mostraba más que una concentración absoluta.
Elena dice con acento romano, "La tensión arterial está disparada. Su sistema nervioso está en colapso. Hemos de estabilizarla de inmediato."

El dolor se mezcla con la esperanza.

Mássimo entró en la habitación con el aliento entrecortado, su traje inpecable ahora parecía fuera de lugar ante la urgencia de la escena. Su mirada, una mezcla de desesperación y furia contenida, se clavó en Leila. El verla así, tan vulnerable, le provocaba una impotencia que rara vez experimentaba.
Mássimo dice con acento turinés, "¡Qué demonios está pasando, doctora! ¿Qué le ocurre? Creí que estaba mejorando."
Elena, sin apartar los ojos de los monitores, respondió con calma, intentando transmitir una seguridad que en ese momento era escasa.
Elena dice con acento romano, "Su cuerpo está luchando, Mássimo. Las secuelas del ataque y la droga han dejado su sistema en un estado de hipersensibilidad extrema. Cualquier estímulo, incluso el más mínimo, puede desencadenar una reacción desmedida."
Las convulsiones de Leila disminuían gradualmente, el sedante comenzaba a hacer efecto. Sus músculos se relajaban, y su respiración, aunque débil, se volvía un poco más regular. La habitación, lentamente, recuperaba una tensa calma.
Marta y Lucía reajustaban los parámetros de los monitores, mientras Elena revisaba los resultados de los últimos análisis.
Marta dice con acento alemán, "La saturación de oxígeno ha mejorado, doctora. La frecuencia cardíaca también está bajando."
Elena asintió, su frente fruncida.
Elena dice con acento romano, "Necesitamos más vigilancia. Un episodio como este podría repetirse. No podemos bajar la guardia."
Mássimo apretó los puños, su frustración palpable. Se acercó a la cama de Leila, su mirada fija en el rostro pálido y sudoroso de ella. Con delicadeza, le acarició el cabello, un gesto de ternura para ella. "
Mássimo dice con acento turinés, "Haré lo que sea necesario. Lo que sea para que se recupere. Solo dígame qué."
Elena dudó un momento, luego habló con seriedad.
Elena dice con acento romano, "Los análisis recientes muestran un aumento en los marcadores de estrés oxidativo y una ligera inflamación cerebral. El sistema inmune está comprometido, lo que la deja vulnerable. Su cuerpo está reaccionando a la desintoxicación, pero también a la presión de su entorno."
Mientras Elena hablaba, Leila se fue calmando, el efecto del sedante haciéndose más notorio. Sus labios resecos apenas se movían, y de ellos escapaba un murmullo inaudible. Con un esfuerzo sobrehumano, sus párpados temblaron, intentando abrirse, revelando solo una rendija de ojos vidriosos y sin foco.
Un hilo de voz áspera y casi inaudible escapó de sus labios.
Murmuras con acento Siciliano, "mássimo... Sa¿ácame, Sácame de, aquí... "
Sus ojos se cerraron de nuevo, la lucha por mantenerlos abiertos era demasiado grande. Elena suspiró, su mirada llena de preocupación.
Elena miró a Mássimo, quien se había inclinado sobre Leila, el corazón encogido por su ruego. La expresión de su rostro era de una angustia profunda.
Elena dice con acento romano, "Ella está confundida. La sedación y el delirio hacen que su mente la lleve de regreso a su cautiverio. Necesita descansar."
Mássimo se enderezó lentamente, su mano aún rozando el cabello de Leila. Su mirada se encontró con la de Elena, una mezcla de impotencia y determinación.
Mássimo dice con acento turinés, "Lo entiendo. Pero su petición... ¿qué significa?"
Elena dice con acento romano, "Significa que su subconsciente busca escapar de un lugar de dolor. Aunque esté físicamente a salvo, su mente aún no lo está. Necesitamos un ambiente que le transmita seguridad absoluta, que la aleje de cualquier recuerdo o sensación de opresión."
Mássimo suspira profundamente.
En ese instante, la puerta se abrió y Nuria, su psiquiatra, entró en la habitación. Había sido alertada por Marta y Julien, quien se había quedado en el pasillo.
Nuria dice con acento neomadrileño, "Marta me ha informado del episodio. ¿Cómo está?"
Elena asintió, señalando los monitores.
Elena dice con acento romano, "Estable, por ahora. Pero ha habido un murmullo de lucidez. Ha pedido salir."
Nuria se acercó a la cama, observando a Leila con atención. Tomó su mano, suavemente, y comenzó a hablarle en un tono bajo y constante.
Nuria dice con acento neomadrileño, "Leila,. Estás a salvo. Estás con Mássimo. Estás en su villa. Nadie puede hacerte daño aquí. Respira profundo. Estás a salvo."
Leila inerte, intentaba razonar las palabras, los sonidos que escuchaba. Pero los recuerdos y el dolor no la avandonaban, Se concentró en intentar nuevamente abrir los ojos.
Mássimo observaba la escena, sintiendo una punzada de esperanza, mezclada con el dolor de ver a Leila tan cerca y tan lejos al mismo tiempo.
Nuria dice con acento neomadrileño, "Su presencia le hace bien, Don Mássimo. Todo indica que ella en su cautiverio se mantenía con la esperanza de que usted la liberara. "
Mássimo asintió, su mirada en Leila, un brillo de determinación en sus ojos. Si su presencia era un ancla para ella, entonces él sería su roca, inamovible.
Mássimo dice con acento turinés, "Entonces no me iré de aquí. No hasta que ella sepa que está realmente a salvo."
Nuria sonrió débilmente, apreciando la fuerza de la convicción de Mássimo.
Nuria dice con acento neomadrileño, "Es un buen comienzo. La constancia y la seguridad serán clave. Pero recuerde que el camino es largo."
Nuria se volvió hacia Mássimo, su voz suave pero firme.
Nuria dice con acento Neomadrileño, "Mássimo, si su mente busca escapar, su cuerpo necesita la fuerza para lograrlo. Sabemos que está luchando por dentro, intentando comer, contener el asco, no vomitar. Cada pequeña cantidad que ingiera es una victoria. Y el acto de alimentarla, de darle ese sustento, es un anclaje, una forma de recordarle que está aquí, que usted está aquí."
Mássimo recordó a Leila en la casa de España. La recordó tan fuerte, caprichosa y siempre desafíandolo. Recordó cuando le compró un helado, y se lo dió mientras la tenía en sus brazos.
Mássimo dice con acento turinés, "Lo haré. Yo la alimentaré."
Mássimo se acercó a la cama con una lentitud que no era propia de él, tomando la cuchara que Lucía le ofrecía con una leve inclinación de cabeza. El aroma de la papilla era tenue, casi insípido, pero para Leila representaba una barrera, una batalla. Mássimo se sentó en el borde de la cama, tan cerca que podía sentir el calor débil del cuerpo de Leila. Con una delicadeza inusual en sus fuertes manos, llenó la cuchara.
Mássimo dice con acento turinés, "Leila. Soy yo. Piccolina."
Mássimo acercó la cuchara a sus labios agrietados. Leila, con un gemido apenas audible, apartó el rostro. La náusea era evidente en el temblor de su mentón.
Nuria dice con acento neomadrileño, "Despacio, don Mássimo. Háblele. Recuérdele que está a salvo."
Mássimo asintió, su paciencia puesta otra vez a prueba. Volvió a acercar la cuchara, esta vez con más insistencia.
Mássimo dice con acento turinés, "Tienes que comer, amore. Tienes que luchar. Por ti, por mí."
Finalmente, tras varios intentos, una ínfima cantidad de papilla logró pasar los labios de Leila. Un pequeño sorbo, apenas una gota, pero para Mássimo fue una victoria. La tensión en sus hombros se relajó ligeramente.
Mássimo dice con acento turinés, "Así es. Muy bien. Un poco más."
Leila no lo miraba, sus ojos seguían sin foco, pero la resistencia de su cuerpo disminuía, lentamente.
Con cada cucharada, Mássimo sentía que estaba reconstruyendo a Leila pieza por pieza. Era un trabajo lento, doloroso, pero vital. Recordó la primera vez que la había visto, el desafío en sus ojos, la pasión que la consumía. Ahora, esa pasión se había transformado en una lucha silenciosa por cada pequeña función vital. La alimentó con la misma concentración que dedicaba a sus negocios, con la misma determinación férrea.
Pasaron los minutos, que a Mássimo le parecieron horas. La papilla disminuía en el recipiente, y Leila, aunque sin responder conscientemente, dejaba que un poco más pasara por su garganta. No era una recuperación milagrosa, pero era un avance, un diminuto paso en la dirección correcta.
Nuria y Elena se mantenían en silencio, observando la escena con una mezcla de profesionalismo y conmovida esperanza. El lazo entre Mássimo y Leila era palpable, una fuerza invisible que parecía alimentar su voluntad de vivir.
Finalmente, Mássimo dejó la cuchara a un lado. El plato estaba casi vacío. Miró el rostro de Leila, que ahora parecía más relajado, el ceño menos fruncido. La sedación seguía haciendo su trabajo, pero la nutrición, por mínima que fuera, era un bálsamo.
Mássimo le acarició la frente, apartando unos cabellos sudorosos.
Mássimo dice con acento turinés, "Estás luchando, Piccolina. Eso es todo lo que te pido. Lucha."
Leila, en su estado, pareció registrar el tacto. Un leve suspiro escapó de sus labios, y por un instante, un destello casi imperceptible cruzó sus ojos. Un atisbo de la Leila que fue, o la que podría volver a ser.
Larabelle Evans
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Registrado: Mar Jul 02, 2024 4:52 am

Re: La resiliencia de la reina Ferrari

Mensaje por Larabelle Evans »

el eco de la conciencia.

Punto de vista: Leila.


La mañana en la villa Marttini amaneció con un aire distinto. Una bruma ligera se alzaba sobre los jardines, y el canto de los pájaros parecía un sonido demasiado puro para un lugar que aún respiraba dolor. En el ala este, el cuarto de Leila estaba bañado por una luz suave que se filtraba entre las cortinas color marfil. El olor a desinfectante se mezclaba con el tenue aroma de lirios frescos, colocados por Vittoria en la mesita de noche.
La temperatura era tibia, y el silencio parecía contener la respiración.
Sobre la cama, Leila movió apenas los dedos. Fue un gesto pequeño, pero Lucía lo notó de inmediato.
La enfermera florentina se acercó, sus pasos silenciosos, observando cómo la mano de Leila temblaba levemente. Los párpados de la joven comenzaron a agitarse con movimientos rápidos, como si algo —o alguien— la llamara desde dentro de un sueño.
Lucía dice con acento florentino, “Signorina… ¿puede oírme? Está a salvo. Está en Turín.”
El murmullo se perdió entre las máquinas. Por un instante, los párpados de Leila se entreabrieron. Su mirada se perdió en la luz, desorientada, sin comprender dónde estaba. Los ojos, aún vidriosos, se movían buscando referencias, una voz, una sombra conocida.
Mássimo, que llevaba horas dormitando en el sillón junto a la cama, despertó con un sobresalto. Se incorporó, el rostro cansado, la barba crecida. Al verla moverse, el aire se le detuvo en los pulmones.
Mássimo dice con acento turinés, “Leila…”
El nombre fue un susurro que cruzó el aire como una plegaria.
Leila giró el rostro lentamente hacia la voz. Su respiración se aceleró, y su mente, todavía atrapada entre el sueño y la conciencia, proyectó imágenes difusas: el sótano, los gritos, el frío metal de las cadenas, la silueta de Matteo con su sonrisa enferma.
Su cuerpo reaccionó antes que su razón. Un espasmo la recorrió de pies a cabeza. Intentó incorporarse, arrancarse los cables, huir.
Lucía corrió hacia ella, sujetándola suavemente.
Lucía dice con acento florentino, “No, signorina, tranquila. Está segura. Nadie va a hacerle daño.”
Mássimo se acercó, su voz grave pero serena.
Mássimo dice con acento turinés, “Piccolina… mírame. Soy yo. Estás conmigo.”
Los ojos de Leila se clavaron en él, y durante un instante, la confusión se detuvo. Lo reconoció… o creyó reconocerlo. La tensión de sus músculos se aflojó lentamente, aunque su respiración seguía temblorosa. El recuerdo y la realidad se confundían, y en su mente las voces del pasado aún se mezclaban con el presente.
Leila murmuró con voz débil, apenas un hilo de aire.
Leila murmura con acento siciliano, “Matteo… no, por favor… no más…”
El corazón de Mássimo se contrajo. Dio un paso más y tomó su mano.
Su piel estaba fría, fina como papel.
Mássimo dice con acento turinés, “No soy él. Soy Mássimo. Matteo está muerto, ¿me oyes? Muerto.”
Sus palabras, firmes pero cargadas de dolor, parecieron atravesar una pared invisible.
Leila parpadeó, los ojos húmedos. La confusión se quebró apenas un instante y su voz tembló al pronunciarlo.
Leila murmura con acento siciliano, “Mássimo…”
El sonido fue tan leve que apenas lo oyó, pero bastó.
Él cerró los ojos, y por primera vez en semanas, una emoción genuina —esperanza— le atravesó el pecho.
Lucía se apartó unos pasos, conmovida, mientras en la puerta aparecía la doctora Elena Marković, que observó la escena en silencio antes de acercarse a revisar los signos vitales.
Elena dice con acento ferrarés, “La saturación es buena. El nivel de conciencia… ha mejorado. Está respondiendo a estímulos familiares. Es una buena señal.”
Mássimo no la escuchó del todo. Seguía observando el rostro de Leila, esa mezcla de fragilidad y guerra.
Ella lo miraba, pero sus ojos no tenían todavía la claridad del presente. Lo veía a través del velo de sus recuerdos, confundiendo la realidad con los fragmentos rotos de su cautiverio.
Leila susurró apenas, con el tono de una niña perdida.
Leila murmura con acento siciliano, “No… me dejes otra vez…”
Mássimo le tomó el rostro con ambas manos, temblando.
Su voz, quebrada pero firme, fue una promesa.
Mássimo dice con acento turinés, “No volveré a dejarte. Nunca más.”
Las lágrimas, silenciosas, se deslizaron por las mejillas de Leila, y por un instante el tiempo pareció detenerse.
Era el primer contacto verdadero entre ellos desde Montenegro, el primer puente entre la oscuridad y la vida.
Elena bajó la mirada, dejando que la intimidad de ese momento respirara.
El silencio se instaló de nuevo en la habitación, un silencio denso, vivo, casi sagrado. Solo se oía el zumbido bajo del monitor y el roce del aire que pasaba entre los labios de Leila.
Mássimo no apartaba la mirada de ella; su pecho se movía despacio, conteniendo el temblor que lo había tomado por sorpresa. Era la primera vez en semanas que escuchaba su voz pronunciando su nombre, aunque fuera como un suspiro perdido entre delirios.
Se inclinó un poco más, tan cerca que su sombra cubrió el rostro de ella. La observó con una mezcla de ternura y espanto. Había imaginado este momento tantas veces que ahora le parecía un sueño imposible: verla despertar, mirarlo, decir su nombre.
Su mano, que había sido arma y mando tantas veces, tembló al tocarle la mejilla.
Mássimo dice con acento turinés, “Te tengo, amore… No hay nada fuera de este cuarto que pueda hacerte daño ya. Solo mírame.”
Leila parpadeó despacio. Su mirada se movió de un punto a otro del rostro de él, como si intentara recordar cada línea, cada gesto. La confusión aún velaba su expresión, pero en medio de la niebla de los sedantes, algo cálido, casi imperceptible, comenzó a despertar dentro de ella: la sensación de estar a salvo.
Sus dedos se movieron apenas sobre la sábana, buscando un punto de apoyo, y rozaron la mano de Mássimo.
Fue un contacto mínimo, pero para él bastó.
Mássimo bajó la mirada hacia ese gesto tembloroso, y algo dentro de su pecho se rompió con una mezcla de alivio y dolor.
Apretó su mano con suavidad, temeroso de hacerle daño, temeroso de perderla otra vez.
Elena, desde el otro extremo de la cama, observaba sin intervenir. Sabía que había momentos en los que la medicina debía callar para dejar espacio al alma.
Leila murmuró de nuevo, la voz más clara, aunque aún quebrada por la fatiga.
Leila murmura con acento siciliano, “¿Dónde… estoy?... ¿por qué… duele tanto?”
Mássimo se inclinó hasta que sus frentes casi se rozaron.
Su voz se volvió un hilo cálido, firme, el tono que ella conocía, el que la había hecho sentirse invencible en otros tiempos.
Mássimo dice con acento turinés, “Estás en casa. En Turín. Conmigo. Todo el dolor quedará atrás, te lo prometo.”
Ella lo miró como si esas palabras fueran la única verdad posible. Su respiración seguía agitada, pero la tensión de sus labios se suavizó.
Una lágrima resbaló por la comisura de su ojo.
Mássimo la atrapó con el pulgar, y al hacerlo, sintió el sabor salado del pasado que los había separado tantas veces.
Durante unos segundos, nada más existió.
Solo el tacto de sus manos, el aliento compartido, y el latido firme que se filtraba entre las máquinas.
Elena, discretamente, apagó la lámpara más cercana y salió de la habitación junto con Lucía, dejándolos a solas. La puerta se cerró sin ruido, sellando la intimidad de ese instante.
Leila seguía temblando. Su mente, aún atrapada en los restos del trauma, no entendía del todo dónde estaba, pero su cuerpo sí. Su cuerpo reconocía el calor de esas manos, el tono de esa voz.
La seguridad que emanaba de Mássimo era distinta a la de cualquier otro: no era calma, era pertenencia, un refugio que rozaba el abismo.
Ella intentó mover los labios de nuevo, apenas pronunciando un hilo de voz.
Leila murmura con acento siciliano, “Pensé… que no vendrías…”
Mássimo tragó saliva, incapaz de contener la oleada de emoción que lo ahogaba.
Se inclinó un poco más y rozó su frente con un beso largo, silencioso, como una promesa sellada con el alma.
Mássimo dice con acento turinés, “No existe un lugar al que pueda ir sin buscarte. No hay un infierno del que no te traería de vuelta.”
El leve temblor en el mentón de Leila fue la única respuesta. Pero en sus ojos, aún opacos, brilló algo nuevo: un destello de reconocimiento.
Sus dedos, frágiles, subieron lentamente hasta rozar el borde de su camisa. Era un gesto torpe, inseguro, pero deliberado.
Quiso aferrarse a él, sentir que era real, que el monstruo del cautiverio no volvería.
Mássimo tomó su mano, guiándola hasta su pecho.
El latido firme bajo la tela fue su manera de hablarle sin palabras.
Él respiró hondo, dejando que su voz saliera entrecortada.
Mássimo dice con acento turinés, “¿Lo sientes? Es mi corazón. Late porque estás aquí, Leila. Solo por eso.”
Ella cerró los ojos, y un suspiro tembloroso escapó de su garganta.
Por primera vez desde que la rescataron, se durmió sin convulsiones, sin gritar, sostenida por la presencia del hombre que la amaba y que había jurado no abandonarla nunca más.
Mássimo permaneció sentado a su lado, sin soltar su mano.
El peso de las semanas sin dormir se acumulaba sobre sus hombros, pero no se movió.
La observó en silencio, recordando cada instante de la mujer que fue: la mirada desafiante, la sonrisa cargada de fuego, la voz que lo desarmaba incluso cuando lo odiaba.
Se inclinó una última vez, susurrando apenas junto a su oído.
Mássimo murmura con acento turinés, “Descansa, Piccolina. Esta vez no tendrás que luchar sola.”
Fuera, el sol comenzaba a subir sobre los jardines de la villa, iluminando las paredes blancas del ala este.
Por primera vez en mucho tiempo, el aire olía a algo distinto del desinfectante y la pena: olía a esperanza.

Días después.

Los primeros rayos atravesaban los ventanales altos del ala este, llenando la habitación de Leila con una claridad cálida, casi maternal. El aire olía a rosas blancas y a lino limpio.
La noche había sido tranquila. Por primera vez, los monitores no registraron crisis. La respiración de Leila había mantenido un ritmo estable, y su cuerpo, aunque débil, parecía entregarse a un descanso real.
Mássimo seguía allí, sentado junto a la cama.
El sueño lo vencía por momentos, pero el mínimo movimiento de Leila lo despertaba.
Cuando ella abrió los ojos, la luz del amanecer le arrancó un parpadeo lento.
Por primera vez en semanas, sus pupilas tenían foco.
Miró hacia un punto fijo, luego giró el rostro.
Sus ojos se encontraron con los de Mássimo.
Durante unos segundos no hubo palabras.
Solo una calma densa, una mirada que reconocía lo imposible.
El miedo y el amor se mezclaban en sus pupilas como dos ríos que chocan.
Leila intentó hablar, pero su voz salió rasposa, seca, como el eco de un desierto.
Leila murmura con acento siciliano, “¿Esto… es real?...”
Mássimo la miró, y la dureza que solía habitar en su rostro se quebró por completo.
Se inclinó hacia ella, la voz baja, contenida, como si temiera romper la delicadeza del instante.
Mássimo dice con acento turinés, “Sí, amore. Estás en casa. No hay cadenas, no hay sombras. Solo tú… y yo.”
Leila tragó con esfuerzo. Su garganta ardía, pero una lágrima solitaria se deslizó hasta la almohada.
Lo observó con una mezcla de incredulidad y ternura.
Su mente todavía no comprendía todo, pero su cuerpo sí: reconocía el refugio de ese tono, el temblor en esas manos.
Leila dice con acento siciliano, “Creí… que no volvería a sentir esto…”
Mássimo tomó su mano y la besó con suavidad, cerrando los ojos.
Mássimo murmura con acento turinés, “Lo sentirás otra vez. No todo está perdido, Piccolina. Aún puedes volver.”
Un silencio tibio se instaló entre ambos.
Leila, exhausta, dejó que su cabeza reposara en la almohada. Su mirada se perdió un instante en la ventana, donde el amanecer bañaba los árboles con tonos dorados.
Por primera vez, el paisaje no le pareció hostil.
Mientras tanto, en el camino que conducía a la villa, un coche negro avanzaba lentamente entre los cipreses.
Dentro, Chiara —Etna para el mundo que había dejado atrás— observaba el horizonte con una serenidad tensa.
Su cabello oscuro caía sobre los hombros, y los ojos, tan claros como el acero, reflejaban una determinación silenciosa.
Había pasado días reorganizando sus operaciones en Sicilia.
Cuando el vehículo se detuvo frente al portón principal, un guardia la recibió con una reverencia breve.
Ella apenas asintió y cruzó los pasillos de mármol con paso firme.
Chiara se detuvo frente a la puerta del ala este.
Sabía que detrás de esa pared estaba Leila.
Respiró hondo antes de entrar.
Al abrir, la luz la envolvió por completo.
Lo primero que vio fue a Mássimo sentado junto a la cama, y a Leila despierta, con los ojos abiertos y un gesto de desconcierto dulce en el rostro.
La imagen le atravesó el alma: aquella mujer que había sido su guía, su hermana elegida, la fuerza que la sacó de la oscuridad, ahora parecía un cristal a punto de romperse.
Mássimo levantó la mirada. Al verla, su semblante se suavizó.
Mássimo dice con acento turinés, “Chiara… veo que cumpliste tu palabra.”
Ella avanzó despacio, su voz serena, pero cargada de emoción contenida.
Chiara dice con acento siciliano, “Te lo prometí. Y a ella también.”
Leila, al oír esa voz, giró lentamente el rostro.
Su mirada se perdió en el rostro de Chiara, como si intentara encajar los fragmentos de un recuerdo.
Por un segundo, pareció dudar, pero luego, la confusión se transformó en un temblor de emoción.
Leila murmura con acento siciliano, “Chiara… ¿eres tú?...”
Chiara se acercó hasta la cama, sus ojos brillando bajo la luz suave.
Se inclinó un poco, y con una delicadeza que solo se permite a quien ha amado profundamente, le acarició el cabello.
Chiara murmura con acento siciliano, “Soy yo, sorellina. Estoy aquí. Ya no vas a luchar sola.”
Leila cerró los ojos, y una sonrisa apenas visible curvó sus labios.
Mássimo las observó, en silencio, comprendiendo que ese reencuentro era el ancla que Leila necesitaba.
Chiara levantó la mirada hacia él.
Durante un instante, no hablaron.
Había en ese momento entre ellos un pacto tácito: sostener a Leila, aunque costara lo que costara.
Mássimo asintió, con un gesto breve, solemne.
Mássimo dice con acento turinés, “Gracias por volver, Chiara. Ella te necesita.
Chiara le sostuvo la mirada, y su voz salió baja, firme.
Chiara dice con acento siciliano, “Entonces no me iré. No esta vez.”
El silencio volvió, pero ya no era un silencio de dolor.
Era el preludio de algo distinto: la reconstrucción.
Leila respiró hondo, y entre durmiendo, murmuró una frase que los dejó inmóviles.
Leila murmura con acento siciliano, “Ya no tengo miedo…”
Mássimo tomó su mano y la besó con amor.
La reina Ferrari, aún rota, comenzaba a renacer.

Horas más tarde. La conversación en la biblioteca.

La noche había caído sobre Turín.
El pasillo principal de la villa estaba iluminado por lámparas de luz amarilla que proyectaban sombras largas sobre las paredes de piedra. El silencio era absoluto. Solo se escuchaba el leve crujido del fuego en la chimenea del fondo.
Chiara caminaba detrás de una empleada que la guiaba hasta la biblioteca. Había dejado su abrigo negro sobre el perchero del vestíbulo. Llevaba el cabello suelto, y su expresión, aunque serena, era la de alguien que no baja la guardia ni en terreno seguro.
El guardia de turno se apartó al verla pasar. Nadie en la villa ignoraba quién era.
Al entrar, la biblioteca la envolvió con su olor a madera vieja y libros. Las ventanas altas dejaban ver el jardín cubierto por la neblina nocturna. En el centro, Mássimo estaba de pie junto a la chimenea, con una copa de coñac en la mano. No se volvió al escuchar la puerta.
Su voz rompió el silencio sin necesidad de mirar.
Mássimo dice con acento turinés, “Pensé que luego de cenar subirías directo al ala este.”
Chiara se detuvo a unos pasos, con las manos entrelazadas detrás de la espalda.
Su tono fue controlado, sin buscar confrontación.
Chiara dice con acento siciliano, “Pasé por allí. Está dormida. Elena me aseguró que los signos vitales se mantienen estables. No quise interrumpir.”
Mássimo asintió sin girarse. Dio un trago corto y dejó la copa sobre la repisa.
Durante unos segundos, ninguno habló. Solo el sonido del fuego llenaba el espacio.
Cuando al fin se volvió, la miró con una frialdad medida.
Mássimo dice con acento turinés, “No voy a fingir que confío en ti. Todavía no.”
Chiara sostuvo la mirada sin parpadear.
No se ofendió ni cambió el tono. Ya esperaba esa respuesta.
Chiara dice con acento siciliano, “No te pido confianza. Solo espacio para hacer lo que vine a hacer.”
Mássimo avanzó unos pasos hacia ella.
Su rostro mostraba cansancio, pero sus ojos mantenían esa firmeza que infundía respeto y recelo a la vez.
Mássimo dice con acento turinés, “Lo que viniste a hacer es cuidar a Leila. No meter las manos en mis asuntos ni traer tus hombres de Sicilia.”
Chiara arqueó apenas una ceja.
Chiara dice con acento siciliano, “Mis hombres están donde deben estar. En Sicilia. Esta vez vine sola. No soy una amenaza, Mássimo. Al menos no para ti.”
La respuesta fue seca, sin intención de sonar provocadora.
Él, sin embargo, frunció el ceño. Dio un paso más, lo suficiente para que la distancia entre ambos se redujera a un par de metros.
Mássimo dice con acento turinés, “¿Por qué estar con ella ahora? Cuando Leila cayó, no apareciste más que para enfrentarme. Cuando la dimos por muerta. Y ahora, cuando intento reconstruir su vida, quieres estar.”
Chiara bajó la mirada un segundo, respiró hondo y la volvió a levantar con calma.
Chiara dice con acento siciliano, “No regresé por ti. Regresé porque ella estaría viva en cualquier lugar mientras yo lo ignoraba. Y porque le debía esto. No voy a justificar mi ausencia. No habría podido salvarla, Mássimo. Nadie habría podido.”
El silencio se hizo más pesado.
Él la observó largo rato, buscando señales de mentira. No encontró ninguna.
Aun así, la tensión se mantenía.
Mássimo dice con acento turinés, “Leila confía en ti. Siempre lo hizo. Pero si me doy cuenta de que tu presencia la altera, te haré irte sin dudarlo.”
Chiara asintió despacio.
Chiara dice con acento siciliano, “Lo entiendo. Pero también sabes que ella necesita a alguien que la entienda de verdad. Ni tú ni tus médicos pueden hacerlo. Yo he visto ese tipo de infierno, Mássimo. Sé lo que deja en la cabeza.”
Él la miró con atención. Por un momento, el juicio desapareció de su expresión.
Había algo en la manera en que lo dijo: sin dramatismo, sin pena. Solo verdad.
Chiara continuó.
Chiara dice con acento siciliano, “No quiero su lugar. Solo quiero que ella sepa que no está sola. Si eso te resulta incómodo, lo siento. Pero es lo único que puedo hacer bien.”
Mássimo permaneció callado unos segundos.
Luego se acercó al escritorio, tomó una botella y llenó una segunda copa. La acercó hacia ella, sin decir palabra.
Chiara dudó un instante, pero la aceptó.
Brindaron sin motivo, solo para romper la rigidez del aire.
El coñac quemó la garganta, y por primera vez en esa conversación, ambos parecieron respirar más tranquilos.
Mássimo dice con acento turinés, “Ella preguntó hoy por ti. Apenas abrió los ojos, te nombró. Fue… diferente a cualquier cosa que haya visto. No sabía si era una alucinación o si realmente te recordaba.”
Chiara bajó la copa. Su voz se volvió más baja, más humana.
Chiara dice con acento siciliano, “Siempre me recordará. Leila no olvida a quien se gana su lealtad. Ni tampoco a quien la hiere.”
Mássimo asintió con un gesto breve.
Chiara apoyó la copa sobre la mesa y lo miró con sinceridad.
Chiara dice con acento siciliano, “La ayudaré a levantarse, Mássimo. Pero hay algo que debes entender. Si la presionas, si intentas forzarla a recordar o a volver a ser la misma de antes, la perderás. No lo digo como advertencia. Lo digo porque la conozco.”
Mássimo la escuchó en silencio.
Sus manos se apoyaron en el borde del escritorio.
Su mirada, más cansada que desconfiada, se fijó en el fuego de la chimenea.
Mássimo dice con acento turinés, “No sé cómo cuidarla sin romperla otra vez. Cada vez que la toco, parece que vuelvo a abrirle una herida.”
Chiara lo observó unos segundos. Su voz se suavizó apenas.
Chiara dice con acento siciliano, “Entonces no la toques por ahora. Quédate. Habla. Escucha. A veces eso basta.”
La frase cayó simple, sin pretensión, pero cargada de peso.
Mássimo la miró con otra expresión: ya no con desconfianza, sino con una mezcla de respeto y cansancio.
Después de un largo silencio, habló con voz más tranquila.
Mássimo dice con acento turinés, “No esperaba hablar contigo así.”
Chiara esbozó una leve sonrisa.
Chiara dice con acento siciliano, “Ni yo. Pero ninguno de los dos está aquí por gusto.”
Ambos se miraron en silencio.
El fuego crepitó.
En esa quietud, la hostilidad inicial se disipó.
Ya no eran enemigos. Solo dos personas cansadas intentando proteger lo único que les quedaba en pie.

Al día siguiente.

El sol se filtraba suavemente por los ventanales de la biblioteca, tiñendo de oro el polvo suspendido en el aire. Mássimo había pasado la noche en el sillón, sin conciliar el sueño del todo. Chiara, por su parte, había subido a su habitación poco después de hablar con él, con la promesa tácita de que el descanso sería necesario para ambas.
Mássimo se desperezó, sintiendo el crujido de sus huesos. Se puso de pie, su mirada se dirigió hacia el ventanal, contemplando el amanecer que se alzaba sobre los tejados de Turín. La ciudad dormía, pero en la villa, un nuevo día se abría paso con la promesa de una frágil normalidad.
Escuchó unos pasos acercándose por el pasillo. La puerta de la biblioteca se abrió con un leve chirrido. Chiara entró, vestida con ropa sencilla, su cabello recogido en una coleta. Su rostro mostraba el cansancio de la noche, pero sus ojos mantenían la misma determinación silenciosa.
Mássimo dice con acento turinés, "¿Cómo está?"
Chiara dice con acento siciliano, "Durmió toda la noche. Lucía dice que la fiebre de siempre ha bajado. Incluso ha murmurado tu nombre un par de veces, pero sin el temor de antes."
Una punzada de alivio recorrió el pecho de Mássimo. Se giró para mirarla, su expresión suavizándose ligeramente.
Mássimo dice con acento turinés, "Es una buena señal."
Chiara asintió, acercándose al escritorio y sirviéndose un vaso de agua.
Chiara dice con acento siciliano, "Más que buena. Es un milagro. Todavía está débil, y los recuerdos la golpearán, pero ya no hay esa desesperación en su mirada. Solo… cansancio."
Mássimo observó el vaso en las manos de Chiara.
Mássimo dice con acento turinés, "Necesita tiempo. Mucho."
Chiara bebió un sorbo y luego fijó su mirada en él.
Chiara dice con acento siciliano, "Y comprensión. No la atosigues, Mássimo. Déjala que te busque cuando esté lista. No la fuerces a hablar de lo que pasó. Ya lo hará. A su ritmo."
Él cerró los ojos un instante, asimilando sus palabras.
Mássimo dice con acento turinés, "Lo sé. Es solo que… no quiero cometer más errores. No con ella."
Chiara se apoyó en el borde del escritorio, cruzando los brazos.
Chiara dice con acento siciliano, "Entonces haz lo que ya sabes hacer. Sé su refugio, no su carcelero. Ella te necesita firme, no invasivo."
Mássimo suspiró, volviendo a mirar por la ventana.
Mássimo dice con acento turinés, "Y tú. ¿Qué harás?"
Chiara lo miró, y por primera vez, una leve sonrisa se dibujó en sus labios.
Chiara dice con acento siciliano, "Yo haré lo que siempre he hecho, Mássimo. Estaré aquí. Para ella. Y para ti, si lo necesitas."
El silencio volvió a instalarse, pero esta vez, era un silencio distinto al de la noche anterior. Era un silencio de entendimiento, de una alianza tácita que había nacido de la adversidad. El fuego en la chimenea se había consumido, dejando solo el rescoldo. Pero en la villa Marttini, el calor comenzaba a encenderse de nuevo.
Larabelle Evans
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Re: La resiliencia de la reina Ferrari

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La mañana entre amigas.

Punto de vista: Leila.

El sol apenas entraba por las cortinas blancas del ala este.
La luz era tenue, filtrada por las ramas del jardín, y el silencio se interrumpía solo por el sonido lejano del carrito de medicación avanzando por el pasillo.
Leila estaba despierta desde hacía rato. No había dormido bien. Cada vez que cerraba los ojos, los recuerdos volvían en flashes: las luces frías, el olor a metal oxidado, los pasos que se acercaban.
A veces creía escuchar las cadenas, aunque en la habitación solo se oía el viento.
Tenía los ojos abiertos, fijos en el techo. La sábana le cubría hasta el pecho. Respiraba despacio, intentando mantener la calma.
El cuerpo le dolía, pero lo que más le pesaba era la sensación de no pertenecer aún al presente.
La puerta se abrió despacio. Chiara entró con un café y una carpeta bajo el brazo. Vestía un suéter gris y pantalón oscuro, sin maquillaje. Su expresión era tranquila.
Dejó el café sobre la mesa y se acercó despacio.
Chiara dice con acento siciliano, “No dormiste.”
Leila giró apenas el rostro. Sus ojos estaban enrojecidos.
Leila dice con acento siciliano, “Intenté… pero cada vez que cierro los ojos, todo vuelve.”
Chiara se sentó en la silla junto a la cama. No la tocó.
Se limitó a mirarla, dejando que el silencio llenara el espacio unos segundos antes de responder.
Chiara dice con acento siciliano, “No tienes que forzarlo. Dormir vendrá cuando el cuerpo entienda que ya no está en peligro.”
Leila asintió, sin decir nada. Miró hacia la ventana.
La luz le daba al rostro un tono más cálido, pero el cansancio seguía ahí, marcado en cada línea.
Su voz salió baja, casi un suspiro.
Leila dice con acento siciliano, “Ayer trajiste a Vittoria…”
Chiara asintió.
Chiara dice con acento siciliano, “Sí. Me pidió que la acompañara. Tenía miedo de verte tan débil.”
Leila bajó la mirada. Sus manos temblaban levemente sobre la manta.
Leila dice con acento siciliano, “Pensé que me odiaría. Que no soportaría verme así. Pero fue… amable. Más de lo que esperaba.”
Chiara la observó en silencio, dejando que hablara a su ritmo.
Leila respiró hondo y continuó.
Leila dice con acento siciliano, “Cuando me tomó la mano… me tembló todo el cuerpo. No fue miedo, fue… otra cosa. Como si por fin recordara que sigo viva. Que hay gente esperándome.”
Chiara se inclinó un poco hacia adelante, con voz firme pero suave.
Chiara dice con acento siciliano, “Eso es lo que más te va a costar aceptar, Leila. Estás viva. Ya no te están haciendo daño. Pero tu cabeza aún no lo cree.”
Leila cerró los ojos. Una lágrima le cayó por la mejilla, sin ruido.
Sus labios temblaron antes de hablar.
Leila dice con acento siciliano, “A veces siento que si me duermo, voy a despertar allá. Que todo esto… es parte de ese lugar. Que no salí todavía.”
Chiara negó despacio con la cabeza.
Chiara dice con acento siciliano, “Eso también va a pasar. Es parte del trauma. Te va a tomar tiempo. Pero vas a salir de esa sensación, poco a poco. Tienes que dejar que el cuerpo y la mente vuelvan a hablar entre sí.”
Leila abrió los ojos y la miró.
Sus pupilas reflejaban un cansancio profundo, pero también un tipo de lucidez nueva.
Leila dice con acento siciliano, “Ayer, cuando Vittoria se fue, la escuché hablar contigo en el pasillo. Lloraba. Dijo que se sentía culpable por haberme odiado sin conocerme. Y yo… me sentí igual. Culpable de existir todavía. De hacerlos pasar por esto.”
Chiara se enderezó en la silla. Su tono cambió, firme pero sin dureza.
Chiara dice con acento siciliano, “No eres culpable de haber sobrevivido. Ninguno de nosotros lo es. Lo que te hicieron no tiene explicación, ni justificación. Lo único que te toca ahora es seguir viva, aunque no te guste cómo se siente.”
Leila guardó silencio unos segundos.
Su respiración se volvió más lenta, más controlada.
Luego asintió despacio.
Leila dice con acento siciliano, “A veces me cuesta creer que sigo siendo yo. Que no me borraron del todo.”
Chiara la miró fijo, sin apartar la vista.
Chiara dice con acento siciliano, “No te borraron. Te cambiaron, sí. Pero sigues siendo Leila Ferrari. Lo veo cuando hablas, cuando te niegas a rendirte, incluso cuando tiemblas. Lo que perdiste fue la sensación de control, no tu identidad.”
Leila bajó la mirada, respirando más hondo.
Por primera vez en días, se permitió cerrar los ojos sin sobresaltarse.
Su mano buscó inconscientemente la de Chiara, un gesto torpe y vacilante. Chiara la tomó, sintiendo la fragilidad de sus dedos. Era un contacto pequeño, pero significativo.
Chiara dice con acento siciliano, "Y esa es la parte más difícil. Reconstruir la confianza en ti misma. Vas a estar bien, Leila. Yo estoy aquí."
Leila apretó su mano, y un suspiro largo y tembloroso escapó de su garganta.
Leila abrió los ojos. Una nueva inquietud se apoderó de ella.
Leila dice con acento siciliano, "¿Y los chicos? Karlo, Maurizio... ¿Y Pietro? ¿Por qué no han venido a verme? No los he visto desde… desde lo de Montenegro."
Chiara desvió la mirada un instante. El nombre de Pietro se clavó en su pecho como una estaca. Sabía que no podía decirle la verdad, no ahora, no cuando Leila apenas estaba volviendo.
Chiara dice con acento siciliano, "Han estado ocupados. Pietro… está recuperándose en Sicilia también. Tuvo heridas graves al intentar rescatarte. Karlo y Maurizio están… reorganizando las cosas, sabes cómo es el negocio."
Leila frunció el ceño, el desconcierto en su voz.
Leila dice con acento siciliano, "Pero Pietro… él siempre ha estado pendiente. ¿Por qué no viene? ¿Está tan mal? ¿Nadie me lo dirá?"
La insistencia de Leila era un puñal. Chiara apretó la mano de la joven, intentando transmitirle calma.
Chiara dice con acento siciliano, "No está tan mal, pero su recuperación es lenta. Está descansando. Necesita tiempo. Pero te aseguro que él también está luchando por salir adelante." Hizo una pausa, respirando hondo. "En cuanto a los otros… Karlo y yo tuvimos algo, sí. Antes de que Gianluca saliera de la cárcel. Pero él… Gianluca, cuando regresó, me sedujo, y yo me dejé llevar. Lo elegí a él y dejé a Karlo."
Chiara evitó por un instante la mirada de Leila, sabiendo que la siguiente parte de la conversación no sería fácil de explicar.
El silencio se alargó unos segundos. Solo se oía el tic-tac del reloj sobre la mesa auxiliar.
Leila, a pesar de su debilidad, arqueó una ceja y la observó con una mezcla de sorpresa y curiosidad.
Leila dice con acento siciliano, “¿Tú y Karlo? No puedo creerlo… y ahora me dices que también Gianluca.
Chiara soltó una leve risa, corta, casi nerviosa.
Chiara dice con acento siciliano, “No fue planeado, te lo aseguro. Con Karlo… fue distinto. Nos entendíamos. Era leal, reservado. Pero después todo se complicó. Cuando Gianluca salió de prisión, me buscó. Lo conoces: tiene esa forma de mirar que te hace pensar que domina todo, incluso lo que sientes. Y yo… me dejé llevar.”
Leila la miró con una mezcla de incredulidad y ternura.
Leila dice con acento siciliano, “Entonces fue eso. El magnetismo de Gianluca... Lo recuerdo. En el fondo siempre fue un hombre peligroso, pero sabía cómo envolverte.
Leila dice con acento siciliano, Te recuerdo muy enamorada de él. Lo que no imaginaba es que algún día tú con Karlo tendrían algo.
Chiara bajó la mirada, moviendo la cabeza con suavidad.
Chiara dice con acento siciliano, “Sí. Y por eso me duele lo que hice. No fue justo para él. Karlo merecía a alguien limpio de todo este caos, y yo no lo era. Gianluca me arrastró a su mundo, y… a veces pienso que no quiero salir.”
Leila sonrió levemente. Su voz era débil, pero el tono cálido le devolvía algo de color al rostro.
Leila dice con acento siciliano, “Chiara, tú nunca fuiste débil. Si Gianluca te atrapó, fue porque te vio como igual. Él no sabe amar sin guerra. Pero tú… tú lo sobreviviste.”
Chiara alzó la vista, sorprendida por la claridad con que Leila hablaba pese al cansancio.
Chiara dice con acento siciliano, “Y tú vuelves a analizar como si estuvieras en una reunión de la familia. Ves que no cambias.”
Leila soltó una risa baja, apenas un respiro, pero sincera.
Leila dice con acento siciliano, “No puedo evitarlo. A veces creo que me aferro a esa parte de mí para no perderme más. Encerio no imaginé… que terminarías tú enredada con Gian.”
Chiara suspiró, apoyando un codo sobre la mesa y frotándose la sien con la mano libre.
Leila inspiró hondo, intentando disimular la emoción que le temblaba en la voz.
Leila dice con acento siciliano, “Te quiero, Chiara. No lo dije lo suficiente. Pero te quiero como a una hermana. Aunque ahora te hayas convertido en toda una experta en robar corazones sicilianos.”
Chiara soltó una risa breve, aliviada por el tono más ligero.
Chiara dice con acento siciliano, “Ya basta, Ferrari. Si te haces la graciosa, Elena va a pensar que te di algo más fuerte que café.”
Ambas rieron suavemente. Era la primera vez desde su rescate que la habitación no se sentía pesada.
Leila dice con acento siciliano, No te imaginé siendo Etna y enamorando a mis amigos.
Chiara desvió la mirada, con una sonrisa nostálgica que no le llegaba a los ojos.
Chiara dice con acento siciliano, "Nunca fue mi intención, Leila. Tú sabes que mis lealtades siempre han estado contigo. Pero la vida… a veces te arrastra por caminos que no esperas. Y ellos… Karlo y Gianluca… eran una forma de no sentir el vacío de no tenerte."
Leila cerró los ojos, el cansancio regresando a su rostro.
Mássimo entró en la habitación en ese momento, con una bandeja en las manos: café, tostadas y un zumo de naranja recién exprimido. Al ver a Leila despierta y a Chiara a su lado, sintió un alivio que no se permitía mostrar por completo.
Leila miró a Mássimo, y por primera vez, su mirada no se desvió.
Leila dice con acento siciliano, Amore, volviste. Ya te extrañaba cioccolato.
Mássimo dejó la bandeja en la mesita de noche, y sus ojos se encontraron con los de Leila. El apodo, pronunciado con la debilidad de su voz pero con el mismo cariño de siempre, lo golpeó con la fuerza de un rayo. Por primera vez en meses, su corazón se sintió menos pesado.
Mássimo dice con acento turinés, "Siempre vuelvo, Piccolina. Siempre." Se acercó a ella, y con una suavidad que no solía mostrar, le acarició la mejilla. "Tienes que comer. Necesitas fuerzas."
Leila asintió levemente, sus ojos fijos en él. La presencia de Mássimo, su voz, su tacto, eran anclas que la conectaban a la realidad. Los recuerdos de su cautiverio seguían ahí, agazapados, pero por primera vez, no eran lo único que ocupaba su mente.
Chiara, observando la escena, sonrió con discreción. Había una paz en ese cuarto que no había sentido en mucho tiempo.
Chiara dice con acento siciliano, "Te dejaré para que comas tranquila," dijo, levantándose. "Tengo que revisar unas cosas con Gianluca."
Mássimo asintió, sin apartar la mirada de Leila.
Mássimo dice con acento turinés, "Gracias, Chiara."
Chiara salió de la habitación, cerrando la puerta con suavidad. El silencio volvió a instalarse, pero esta vez, era un silencio cómplice, lleno de promesas no dichas.
Mássimo tomó una tostada y se la acercó a Leila.
Mássimo dice con acento turinés, "Un bocado. Solo un pequeño bocado."
Leila abrió la boca, y Mássimo le dio el primer trozo. El sabor, aunque simple, era un recordatorio de la vida, de lo real. Tragó con dificultad, pero lo hizo.
Mássimo la observó con una mezcla de orgullo y ternura.
Mássimo dice con acento turinés, "Eso es. Eres fuerte, mia reina. Siempre lo has sido."
Leila lo miró, y un brillo fugaz de su antigua determinación apareció en sus ojos. Un destello que anunciaba el lento, pero inevitable, renacer de la reina Ferrari. El camino sería largo, lleno de sombras y batallas internas, pero por primera vez, Leila no se sentiría sola en su lucha. Mássimo y Chiara, cada uno a su manera, serían los pilares sobre los que se apoyaría para reconstruirse.
Larabelle Evans
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La primer sesión

Punto de vista: Leila.

La habitación del ala este estaba en silencio, apenas interrumpido por el sonido rítmico del monitor que registraba las pulsaciones de Leila. El sol no había terminado de subir, y una claridad difusa se colaba entre las cortinas, tiñendo de gris las sábanas. El aire olía a antiséptico y a las flores frescas que alguien había dejado en un jarrón de cristal.
Leila estaba despierta desde antes del amanecer. No había dormido en toda la noche. Las manos le temblaban bajo la manta y sentía el cuerpo dividido entre la fiebre y el vacío. La piel le ardía, y una corriente de electricidad recorría sus brazos hasta las puntas de los dedos. No era miedo; era hambre. Un hambre sucia, fría, que le roía el estómago y le revolvía los pensamientos.
Hambre de Heroína, una dosis más.
Chiara entró sin hacer ruido, con una bata ligera sobre los hombros y una carpeta en las manos. Había estado en vela también, revisando reportes, controlando que nadie se acercara al ala sin autorización. Al verla, se detuvo junto a la puerta. Su mirada se posó en el rostro de Leila, pálido y húmedo de sudor.
Chiara dice con acento siciliano, “Otra noche sin dormir.”
Leila no respondió al principio. Movió apenas la cabeza, con un gesto seco. Los labios le temblaban.
Leila dice con acento siciliano, “No puedo… no puedo parar esto. Lo siento en la piel, en la garganta. Es como si todo dentro gritara Heroína.”
Chiara se acercó despacio, sin tocarla aún. Dejó la carpeta sobre la mesa y se sentó al borde de la cama.
Chiara dice con acento siciliano, “Sabíamos que pasaría. Tu cuerpo está recordando la droga. No es solo dolor físico, Leila. Es el cerebro pidiendo el veneno.”
Leila apretó los dientes, respirando entrecortado. La ansiedad era una ola que le subía desde el pecho hasta la cabeza.
Leila dice con acento siciliano, “No quiero volver a eso… pero lo necesito. Lo siento en los huesos. Todo tiembla. No quiero seguir así.”
Chiara la observó unos segundos, con el rostro tenso pero sereno. Había visto a otros pasar por abstinencias, pero nunca a Leila. Ella, la mujer que podía ordenar una ejecución sin parpadear, ahora temblaba como una niña perdida.
Chiara dice con acento siciliano, “Respira conmigo. No luches contra el temblor, déjalo pasar. No lo alimentes con miedo.”
Leila intentó obedecer, pero su respiración se aceleró más. El corazón golpeaba como un tambor desbocado. Las lágrimas le subieron sin aviso.
Leila dice con acento siciliano, “No puedo, Chiara. No puedo más. Necesito una dosis. Solo una… solo una para que se calle todo esto.”
Chiara negó despacio, sujetándole la mano con firmeza.
Chiara dice con acento siciliano, “No. Si lo haces, todo lo que sobreviviste no habrá servido. Escúchame, Leila. No eres una prisionera ya. No estás allá.”
Leila apretó los ojos con fuerza. La palabra allá le atravesó como una aguja. El sótano, el olor metálico, las manos ajenas, los cuerpos encima del suyo. Todo volvió con brutal claridad.
Leila dice con acento siciliano, “No puedo olvidarlo. No puedo sacarlo de mi cuerpo. Me dejaron el dolor adentro… me lo dejaron como un veneno.”
Chiara se inclinó, hablándole en voz baja, casi un susurro.
Chiara dice con acento siciliano, “Te lo quitaron todo, pero no te mataron. Eso significa algo. Y ahora vamos a sacar ese veneno, aunque duela.”
En ese momento la puerta se abrió. Entró la doctora Elena Marković, acompañada de la psiquiatra Nuria Valverde. Elena era una mujer alta, de cabello recogido y mirada firme; Nuria, más joven, tenía un tono de voz suave, calculado. Ambas llevaban carpetas y un aire de calma ensayada.
Elena dice con acento ferrarés, “Buenos días. Empezaremos despacio hoy. No hay cambios en la medicación, solo apoyo sintomático. Y la doctora Valverde estará contigo unos minutos.”
Leila giró la cabeza hacia ellas, con el rostro pálido, los ojos dilatados por el miedo y la abstinencia.
Leila dice con acento siciliano, “No quiero hablar. No quiero análisis, ni agujas, ni nada. Solo quiero dormir y que pare.”
Nuria se acercó, sin prisa. Se sentó frente a ella, a una distancia prudente. Su tono fue sereno, casi maternal.
Nuria dice con acento madrileño, “No voy a forzarte a nada, Leila. Solo quiero que me digas cómo se siente el cuerpo ahora. Qué parte te duele más.”
Leila respiró hondo, con dificultad.
Leila dice con acento siciliano, “Todo. Me duele todo. Pero más que el cuerpo, me duele la cabeza. Es como si algo adentro me gritara que me rinda. Que vuelva a buscar la aguja.”
Elena anotó algo en la carpeta, intercambiando una mirada con Chiara. Era el inicio de la fase más dura: el cuerpo empezaba a desintoxicarse.
Chiara tomó de nuevo la mano de Leila.
Chiara dice con acento siciliano, “No te rindas. No después de lo que pasaste. Vas a atravesar esto, y cuando salgas, te prometo que no volverás a necesitarlo.”
Leila bajó la mirada. Su respiración era un hilo.
Leila dice con acento siciliano, “Y si no quiero salir… si no quiero seguir siendo esta cosa rota que dejaron.”
Nuria se inclinó un poco, su tono más firme.
Nuria dice con acento madrileño, “Eso no lo decides tú ahora, Leila. Lo decide la parte de ti que sobrevivió, la que todavía lucha por estar viva aunque odie lo que ve. Esa parte necesita ayuda, y eso está bien.”
Leila no respondió. Cerró los ojos, y una lágrima corrió por su mejilla. Su cuerpo empezó a temblar otra vez, los músculos rígidos.
Chiara se levantó, pidiendo una inyección de suero calmante. Elena la preparó rápido, y en pocos minutos, el temblor empezó a disminuir.
Leila abrió los ojos lentamente. Miró a Chiara, con voz quebrada.
Leila dice con acento siciliano, “Tengo miedo de mí, Chiara. De lo que me hicieron, y de lo que soy ahora. Siento asco de mi propio cuerpo.”
Chiara bajó la mirada, conteniendo las lágrimas.
Chiara dice con acento siciliano, “Entonces empecemos por ahí. Que aprendas a habitarlo de nuevo, sin odiarlo.”
El silencio llenó la habitación.
Elena ajustó la dosis de suero mientras el monitor se estabilizaba. Los latidos de Leila se hicieron más regulares, aunque la tensión seguía marcada en sus facciones.
Nuria esperó unos segundos, hasta que vio que podía hablarle sin forzarla.
Se inclinó apenas hacia adelante, las manos cruzadas sobre las rodillas, su tono entre clínico y humano.
Nuria dice con acento madrileño, “Vamos a quedarnos en este punto. No quiero que hables de lo que pasó allá, sino de cómo se siente ahora. No el recuerdo, sino el presente.”
Leila respiró hondo, los párpados pesados.
El cuerpo le dolía, pero lo que más le pesaba era la mente: ese nudo de repulsión y ansiedad que no la dejaba en paz.
Leila dice con acento siciliano, “El presente… es como estar encerrada sin paredes. Todo está limpio, blanco, huele bien, pero sigo oliendo lo otro. El metal. El sudor. El miedo. No importa cuántas veces me bañen, sigue ahí.”
Chiara permanecía a un lado, en silencio, con los brazos cruzados y la mirada atenta. No intervenía; sabía que si hablaba, Leila dejaría de abrirse.
Nuria asintió despacio.
Nuria dice con acento madrileño, “Eso es normal, Leila. El cuerpo guarda las memorias. No solo la mente. Los olores, los sonidos, la textura del aire. Todo queda grabado. Pero poco a poco, esos recuerdos pierden fuerza. No desaparecen, se apagan.”
Leila apretó las sábanas con los dedos.
Su respiración volvió a acelerarse.
Leila dice con acento siciliano, “No quiero que se apaguen… porque si se apagan, significa que me acostumbro. Y no quiero acostumbrarme a haber sido usada como un trozo de carne.”
Su voz tembló, pero no bajó el tono. Era una rabia contenida, la primera vez que la expresaba sin gritar ni romper algo.
Chiara sintió el golpe en el pecho. Aquella frase era la confesión más dura que podía oír.
Nuria tomó nota sin apartar la vista de ella.
Nuria dice con acento madrileño, “No te estás acostumbrando. Lo que estás haciendo es ponerle palabras. Cada vez que lo nombras, le quitas un poco de poder. Eso también es parte de recuperar el control.”
Leila la miró con incredulidad.
Leila dice con acento siciliano, “¿Control? No tengo control de nada. Me drogaron, me golpearon, me hicieron cosas mientras rogaba que me mataran. Y ahora estoy aquí, viva, con un cuerpo que ya no reconozco. No puedo ni dejar que alguien me toque sin querer gritar. ¿De qué control me hablas?”
Chiara cerró los ojos un segundo. Su respiración era contenida, como si temiera quebrarse.
Leila la miró de reojo, esperando un gesto, una reacción. Pero Chiara permaneció firme, sosteniendo el espacio para ella.
Nuria dice con acento madrileño, “Del control que empieza cuando decides seguir respirando. No puedes cambiar lo que hicieron, Leila, pero puedes decidir qué harás con lo que te dejaron.”
Leila se quedó en silencio. Su respiración sonaba irregular. El sudor le perlaba la frente.
Elena se acercó con una toalla húmeda y se la pasó suavemente por el rostro.
Elena dice con acento ferrarés, “Bebe un poco de agua. Solo un sorbo.”
Leila obedeció. El agua le supo amarga, como si su cuerpo rechazara la calma.
Dejó el vaso sobre la bandeja y miró a Chiara.
Leila dice con acento siciliano, “No te imaginas el asco que siento, Chiara. No por ellos… por mí. Por haberlo permitido. Por no haber muerto cuando debía.”
Chiara la miró fijo, sin moverse.
Chiara dice con acento siciliano, “No lo permitiste. Te lo hicieron. No confundas sobrevivir con consentir. No te avergüences de seguir viva.”
Leila apartó la mirada. Las lágrimas caían sin control ahora. No había gritos, solo ese llanto silencioso que dolía más que cualquier herida.
Leila dice con acento siciliano, “No quiero que me toquen. No quiero mirarme al espejo. No quiero que Mássimo me vea así. No soy la misma. Lo que él amaba ya no existe.”
Chiara respiró hondo, intentando mantener la voz firme.
Chiara dice con acento siciliano, “Él te ama viva, no intacta. No tienes que ser la de antes, Leila. Nadie sobrevive igual después de algo así. Pero eso no significa que no sigas siendo tú.”
Nuria tomó nota, su voz volvió al tono suave pero analítico.
Nuria dice con acento madrileño, “Es importante que hablemos del cuerpo, Leila. ¿Dónde sientes más rechazo? ¿Dónde sientes que el asco se concentra?”
Leila dudó un instante. Bajó la mirada hacia sus manos, temblorosas, sobre la manta.
Leila dice con acento siciliano, “En la piel. En el abdomen. En las piernas. Es como si no fueran míos. Como si todavía los tuvieran ellos. Y cuando cierro los ojos, los veo encima. No puedo respirar.”
Su voz se quebró, y su respiración volvió a cortarse.
Chiara se movió rápido, poniéndose de pie, sin tocarla aún.
Chiara dice con acento siciliano, “Leila, mírame. Estás aquí. Estás en la villa. Nadie te está tocando. Respira conmigo.”
Leila intentó hacerlo, pero los temblores regresaron. La ansiedad volvió con fuerza. Nuria se levantó también, abriendo la ventana para dejar entrar aire fresco.
Nuria dice con acento madrileño, “Vamos a reducir el foco. Mira el árbol afuera, ¿lo ves? Fíjate en el color de las hojas. Cuenta las ramas. Respira mientras lo haces.”
Leila obedeció, entre sollozos. Sus labios murmuraban los números en voz baja, uno a uno, mientras el aire volvía poco a poco a entrar con normalidad.
Chiara permanecía a su lado, sosteniendo su mirada hasta que la vio estabilizarse.
Leila dice con acento siciliano, “No sé si algún día voy a poder dejar de sentirlo. No sé si puedo ser tocada sin recordar esas manos.”
Chiara dice con acento siciliano, “No hoy. Pero un día, sí. Y ese día no será por obligación ni miedo. Será porque tú lo decidas.”
Leila respiró hondo, con esfuerzo, los ojos vidriosos, agotada.
Leila dice con acento siciliano, “No quiero más calmantes. Quiero sentir, aunque duela. Quiero que duela, para saber que sigo viva.”
Elena la observó con una mezcla de respeto y compasión.
Anotó algo en la hoja médica.
Elena dice con acento ferrarés, “Entonces lo haremos a tu ritmo. Pero prométeme que si el dolor es demasiado, pedirás ayuda.”
Leila asintió. No habló más. Cerró los ojos, la respiración aún irregular, pero sin llanto.
Chiara volvió a sentarse.
Durante un largo minuto, nadie dijo nada. Solo se oía el murmullo del viento entrando por la ventana.
Nuria cerró su cuaderno lentamente.
Nuria dice con acento madrileño, “Hoy hemos avanzado más de lo que crees. No necesitas contarme detalles. Solo reconocer lo que sientes. Y eso ya es un paso enorme.”
Nuria se puso de pie, haciendo un gesto a Elena.
Nuria dice con acento madrileño, "Mañana a primera hora empezaremos con la terapia de exposición controlada, siempre que Leila esté de acuerdo. Y continuaremos con el apoyo farmacológico para la abstinencia. Elena, creo que la dosis nocturna podría necesitar un ajuste para el sueño."
Elena asintió, consultando su carpeta.
Elena dice con acento ferrarés, "Revisaré los parámetros. Por ahora, el plan es mantener los ansiolíticos de baja potencia y la medicación de apoyo hepático. Monitorizaremos las constantes cada dos horas."
Chiara se acercó al borde de la cama, observando a Leila, que seguía con los ojos cerrados.
Chiara dice con acento siciliano, "Leila tiene que comer. Ayer apenas probó bocado. Y necesita un baño caliente antes de la noche, aunque sea con mi ayuda."
Nuria sonrió débilmente.
Nuria dice con acento madrileño, "Esos detalles también son parte del tratamiento, Chiara. Restablecer rutinas, el contacto con el cuerpo de forma segura. Tú la conoces mejor que nosotras en ese aspecto."
Chiara miró a Leila.
La mujer que un día había sido una reina del hierro y del miedo, ahora yacía entre sábanas, frágil, temblando… pero viva.
Larabelle Evans
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Re: La resiliencia de la reina Ferrari

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Un viernes cualquiera para mí.

Punto de vista: Leila.

El amanecer del viernes 31 llegó sin ruido. El cielo sobre la villa estaba cubierto por una neblina suave, y los primeros rayos del sol apenas tocaban los cristales del ala este. El aire era fresco, húmedo, y el olor de los cipreses se mezclaba con el perfume tenue de las flores del jardín.
Leila despertó antes de que el reloj marcara las siete. Sus párpados pesaban, pero por primera vez en semanas no sintió ese peso insoportable en el pecho. El cuerpo le respondía con lentitud, aún débil, pero sin dolor agudo. Solo quedaba esa tristeza silenciosa que se instalaba cada mañana, recordándole lo que había perdido. Se quedó mirando el techo durante varios minutos. El silencio de la habitación era casi absoluto, interrumpido apenas por el canto lejano de un mirlo. Cuando giró la cabeza hacia la ventana, vio cómo el cielo empezaba a teñirse de un azul pálido. No pensó en la fecha. No quería pensar en nada. Solo quería seguir respirando.
El sonido de pasos suaves en el pasillo la hizo incorporarse un poco.
La puerta se abrió lentamente, y la primera en entrar fue Chiara, con una bandeja entre las manos. Detrás de ella venía Vittoria, vestida con una blusa de lino color celeste y un recogido elegante en el cabello.
Leila parpadeó, sorprendida.
Chiara dice con acento siciliano, "Buenos días, dormilona. Espero que no hayamos interrumpido tus sueños."
Vittoria sonrió, avanzando con paso decidido hasta dejar la bandeja sobre la mesa de noche.
Sobre ella había una taza de café con leche, un vaso de jugo de arándanos, panecillos tibios y frutas cortadas en rodajas finas. Todo dispuesto con un cuidado casi ceremonial.
Vittoria dice con acento turinés, "Buongiorno, Leila. Hoy no acepto negativas. Tienes que desayunar bien. Es un día especial."
Leila las miró a ambas con desconcierto.
Leila dice con acento siciliano, "¿Día especial? Solo es viernes."
Chiara sonrió apenas, cruzándose de brazos.
Chiara dice con acento siciliano, "Viernes treinta y uno de octubre. No disimules, sorellina. Hoy cumples veintidós."
Suspiras profundamente.
Leila se quedó inmóvil unos segundos, como si la fecha acabara de golpearla.
Su voz salió baja, sin fuerza.
Leila dice con acento siciliano, "Había olvidado…"
Leila dice con acento siciliano, "Ya no es inportante... "
Vittoria se sentó al borde de la cama y tomó una de sus manos.
Vittoria dice con acento turinés, "Nosotras no lo olvidamos. Este cumpleaños lo vas a pasar rodeada de quienes te quieren. Nada de tristeza, ¿va bene?"
Leila intentó sonreír, pero el gesto se torció a medio camino.
Leila dice con acento siciliano, "No sé si puedo celebrarlo. No siento que haya nada que celebrar."
Chiara se acercó despacio y dejó la bandeja frente a ella.
Chiara dice con acento siciliano, "No se trata de celebrar. Se trata de seguir viva. Eso ya es suficiente motivo."
Leila bajó la mirada hacia el café, el vapor subiendo lentamente.
El olor le resultaba familiar, casi reconfortante.
Leila Tomó la taza con ambas manos, acercándola a los labios.
El primer sorbo le supo a su hogar.
Leila sonríó ligeramente.
Vittoria le debolvió la sonrisa con una mirada ilusionada.
Vittoria esperó un momento antes de levantarse y acercarse al perchero donde colgaba una funda de tela azul.
Lo habían traído por la noche sin que Leila lo notara.
Vittoria La descolgó y la colocó con cuidado sobre la cama mientras ella seguía comiendo.
La abrió despacio, revelando un conjunto cuidadosamente elegido.
Leila mira sin entender.
Vittoria sonríe mientras le muestra.
Dentro había un vestido largo de seda ligera, en tono azul zafiro, con una caída fluida y una espalda parcialmente descubierta.
El escote era discreto, en forma de corazón, adornado con pequeños bordados en hilo plateado que formaban líneas finas, casi imperceptibles. El tejido, al moverse, reflejaba la luz como el agua.
Junto al vestido, Vittoria había colocado un chal de gasa gris perla, tan liviano que parecía flotar, y un par de sandalias planas del mismo tono con tiras finas que se cruzaban sobre el empeine.
Vittoria dice con acento turinés, "Lo hice como regalo para ti. Es suave, ligero, no aprieta en ninguna parte. Pensé en algo que no te hiciera sentir atrapada."
Leila lo mira sin poder creerlo.
Leila niega.
Leila dice con acento siciliano, "Esto, es, es demaciado Vittoria... Io, no sé, es que, no sé si pueda volber a usar un vestido así... "
Leila señala sus psicatrices.
Chyara Niega con la cabeza.
Chyara dice con acento siciliano, "Sorellina tu sei hermosa, más de lo que te puedes imaginar ahora, encerio que se te verá molto bello. "
Vittoria dice con acento turinés, "Pruébalo, estoy segura que te sentirás y te verás linda. Confía en mi Leila. "
Leila duda.
Leila pasó los dedos sobre la tela, despacio. El contacto la conmovió más de lo que esperaba.
Leila dice con acento siciliano, "Es hermoso. Ya no recuerdo la última vez que usé algo así. "
Vittoria dice con acento turinés, "estoy segura que vas a cautivar a mi padre.
Leila murmura con acento siciliano, "Io, ya no sono bella cómo a lui le gustaba... "
Vittoria sonríe pícara.
Vittoria dice con acento turinés, "Lo tienes loquito Leila, estoy segura de eso, mi padre te adora molto. "
Leila se sonroja, pero no hebita sonreír un poco más.
Chiara se apoyó en el respaldo de la silla, observándola.
Chiara dice con acento siciliano, "No se diga más, lo vas a usar hoy. Tenemos planes para tí. No te diremos cuáles, pero necesitas verte como tú otra vez."
Leila levantó la vista hacia ellas, buscando respuestas.
Leila dice con acento siciliano, "¿Qué están tramando?"
Vittoria sonrió, divertida.
Vittoria dice con acento turinés, "Nada malo. Solo déjate llebar por nosotras este día. "
Leila inspiró hondo.
Le gustaba cómo sonaba “solo nosotras, pero la idea de una celebración la incomodaba.
Aun así, el brillo en los ojos de Vittoria y Chiara era imposible de rechazar.
Leila dice con acento siciliano, "No prometo dejarme mucho tiempo."
Chiara se encogió de hombros.
Chiara dice con acento siciliano, "Con que aceptes, basta. El resto lo veremos sobre la marcha."
Vittoria tomó una caja pequeña de la mesita auxiliar y la colocó frente a ella.
Vittoria dice con acento turinés, "Esto no solo es un regalo, es una ayuda. Perfume favorito, crema, y un peine nuevo. Chyara Te ayudará a bañarte, y Yo a vestirte. No tienes que hacer nada sola."
Leila suspiró, con un tono mezcla de resignación y timidéz.
Leila dice con acento siciliano, "Parece que no tengo opción."
Chiara soltó una leve risa.
Chiara dice con acento siciliano, "No la tienes. Y no protestes. Es tu cumpleaños, Ferrari."
Leila terminó el café y un poco más de fruta mientras las escuchaba.
Leila apartó la manta y dejó que el aire fresco tocara su piel.
Tenía las piernas más firmes que días atrás, aunque aún necesitaba apoyo.
Vittoria extendió una mano para ayudarla a incorporarse, y Chiara sostuvo el suero con cuidado para que no se enredara.
La ayudaron a llegar al baño.
El baño estaba preparado: agua tibia, toallas limpias y un albornoz blanco doblado sobre la silla.
Vittoria la acompañó hasta la puerta, asegurándose de que caminara despacio.
Leila se detuvo antes de entrar.
Su voz fue apenas un susurro.
Leila dice con acento siciliano, "Gracie… por querer hacerme sentir viva hoy."
Chiara respondió sin dudar.
Chiara dice con acento siciliano, "No es solo hoy. Vamos a hacerlo cada día, hasta que vuelvas a sonreír sin miedo."
Vittoria asintió, apretando suavemente la mano de Leila.
Vittoria dice con acento turinés, "Empieza por hoy. Es tu día, Leila. Y lo mereces."
Leila respiró hondo, y por primera vez desde su rescate, no sintió la urgencia de esconderse.
Leila entró a la bañera menos asustada que los días pasados.
Chyara la ayudó durante el baño. Y Leila se relajaba un poco más con el agua caliente.
El vapor del baño llenaba el aire con un aroma suave a jabón neutro y flores blancas.
El agua tibia había aliviado la tensión de sus músculos, aunque su reflejo seguía siendo difícil de mirar.
Finalmente Chyara la ayudó a salir del baño.
Vittoria golpeó la puerta con suavidad antes de entrar.
Llevaba en brazos una toalla grande y un pequeño frasco de aceite de almendras.
Vittoria dice con acento turinés, "¿Puedo pasar?"
Leila asintió, sujetando la toalla contra su cuerpo.
El vapor hizo que su piel brillara bajo la luz tenue.
Chiara dejó el vestido sobre una silla y se acercó con paso tranquilo.
Chiara dice con acento siciliano, "No tienes que apresurarte. Solo deja que te ayudemos un poco."
Leila dudó un momento. Estaba acostumbrada a ocultarse, a evitar que alguien la viera tan vulnerable. Pero en los ojos de ambas mujeres no había juicio. Solo una paciencia silenciosa.
Vittoria extendió la toalla con cuidado y comenzó a secarle el cabello, mechón por mechón. El movimiento era lento, casi maternal. El sonido del paño al deslizarse por el cabello llenaba el silencio con una cadencia monótona y tranquilizadora.
Leila se miró en el espejo.
Leila dice con acento siciliano, "No pensé que soportaría verme así otra vez."
Chiara, que observaba desde un lado, se inclinó levemente.
Chiara dice con acento siciliano, "No tienes que gustarte todavía. Solo reconocerte."
Vittoria dejó el peine sobre el lavabo y abrió el frasco de aceite. Vertió unas gotas en sus manos y las frotó antes de masajear suavemente los hombros de Leila. El gesto era práctico, pero transmitía una calidez inesperada.
Vittoria dice con acento turinés, "Tienes la piel muy seca. Este aceite ayudará. No huele fuerte, lo elegí a propósito."
Leila cerró los ojos. El contacto le provocó una mezcla de alivio y sobresalto. El cuerpo respondía con tensión y luego con cansancio. Intentó concentrarse en la voz de Vittoria.
Leila dice con acento siciliano, "Sabes, eres muy parecida a tu padre cuando intentas controlar todo."
Vittoria sonrió sin dejar de trabajar.
Vittoria dice con acento turinés, "Eso es normal. Pero al menos hoy lo uso para algo bueno."
Chiara se acercó con el chal gris perla en las manos, revisando la costura como si necesitara distraerse. Su tono fue bajo, pero firme.
Chiara dice con acento siciliano, "Cuando Vittoria termine,quiero que te mires al espejo. No para ver lo que cambió, sino para ver lo que sigue ahí."
Leila abrió los ojos lentamente. El espejo, todavía parcialmente empañado, devolvía una imagen frágil pero real. Su piel, más pálida de lo habitual, contrastaba con los ojos verdes que ahora parecían más profundos, casi serios. Las cicatrices, aunque pequeñas, estaban visibles.
Leila no apartó la mirada.
Leila dice con acento siciliano, "No me reconozco. Pero al menos ya no salgo corriendo. "
Chiara sonrió apenas.
Chiara dice con acento siciliano, "Eso ya es un comienzo, sorellina."
Vittoria sacó el vestido de su funda y lo desplegó frente a ella. La tela captó la luz del baño, brillando con reflejos plateados.
Vittoria dice con acento turinés, "Te va a quedar perfecto. Es cómodo, fresco y no tiene costuras que molesten. Lo diseñé pensando en que pudieras moverte sin sentirte incómoda. "
Leila dice con acento turinés, "Veo que serás una gran diseñadora de modas Vittoria. "
Vittoria sonríe.
Leila acarició la tela con los dedos, sintiendo su suavidad.
Por un instante, la tristeza se mezcló con una emoción difícil de definir: algo parecido a gratitud.
Chyara le ayudó a colocar el vestido, cuidando cada movimiento.
El escote descansaba justo sobre el inicio del pecho, sin exponerlo.
La espalda, descubierta hasta la mitad, mostraba la elegancia discreta del diseño. La falda caía hasta los tobillos, dejando asomar apenas las sandalias grises.
Chiara tomó el chal y lo colocó sobre los hombros de Leila, ajustándolo con delicadeza.
El contraste del gris perla con el azul zafiro le daba un aire sereno, casi etéreo.
Vittoria dio un paso atrás para verla completa. Su voz sonó más emocionada de lo que intentaba ocultar.
Vittoria dice con acento turinés, "Perfetta. No hay otra palabra."
Leila la miró con una sonrisa pequeña, pero genuina.
Leila dice con acento siciliano, Está molto bello vittoria. "
Leila se giró hacia el espejo otra vez.
El vestido, el peinado, la luz del amanecer reflejándose sobre la seda. Durante unos segundos, vio algo distinto: no a la mujer que había sido dañada, sino a alguien que podía volver a ocupar espacio sin miedo.
Leila dice con acento siciliano, "No me siento como una reina todavía, pero al menos parezco una."
Chiara asintió, sonriendo.
Chiara dice con acento siciliano, "Eso basta. El resto llegará."
Vittoria acomodó un mechón rebelde detrás de su oreja.
Vittoria dice con acento turinés, "Te haré un peinado sencillo, nada que apriete. Solo quiero que estés cómoda."
Con gestos ágiles, comenzó a trenzar una parte del cabello de Leila, dejando el resto suelto. La trenza se recogía hacia un lado, adornada con un pequeño broche de plata en forma de hoja.
Chiara miró el resultado con aprobación.
Chiara dice con acento siciliano, "Perfecto. Natural. Sin artificios."
Leila tocó el broche con los dedos.
Leila dice con acento siciliano, "No imaginaba que me quedaba algo de elegancia."
Vittoria rió suavemente.
Vittoria dice con acento turinés, "Nunca la perdiste, Leila. Solo estaba esperando que la dejaras salir otra vez."
Leila se sentó un momento, respirando despacio. El peso del vestido era casi imperceptible, pero la emoción le oprimía el pecho. Había pasado tanto tiempo sin sentirse parte del mundo que la idea de volver a estar frente a otros le parecía abrumadora.
Chiara se dio cuenta y se acercó, apoyando una mano sobre su hombro.
Chiara dice con acento siciliano, "No tienes que hablar mucho hoy. Solo deja que te quieran."
Leila levantó la vista.
Sus ojos brillaban, aunque no por lágrimas, sino por algo nuevo, una calma que apenas empezaba a formarse.
Leila dice con acento siciliano, "Lo intentaré. Pero prométeme que si me siento mal, no harán drama."
Vittoria asintió al instante.
Vittoria dice con acento turinés, "Prometido. Si necesitas irte, te acompañamos. Pero de momento, solo respira y déjanos cuidar de ti."
Leila miró a ambas mujeres y por primera vez en meses, no sintió distancia. Solo una conexión silenciosa, sincera.
El sol ya iluminaba los jardines, donde los preparativos comenzaban en la terraza. Leila no lo sabía, pero cada flor, cada adorno azul zafiro, cada detalle estaba dispuesto esperando su llegada.
Chiara se levantó, abriendo la puerta.
Chiara dice con acento siciliano, "Voy a ver si todo está listo. Vittoria te acompañará luego. Tómate tu tiempo."
Leila la observó salir, y luego miró de nuevo su reflejo.
El reloj marcaba las once y media cuando la puerta se abrió suavemente. La doctora Elena Markovic entró con su acostumbrada carpeta bajo el brazo y una expresión de calma controlada. Vittoria estaba junto a Leila, doblando la manta sobre la cama, mientras el perfume tenue del aceite de almendras aún flotaba en el aire.
Elena se acercó con paso firme.
Elena dice con acento Ferrarés, "Buenos días, Leila. Me alegra verte de pie."
Leila, que estaba junto a la ventana, giró la cabeza y sonrió levemente.
Leila dice con acento siciliano, "Buenos días, doctora. Es que hoy me siento… diferente. Todavía cansada, pero más ligera."
Elena asintió, revisando el suero y la vía intravenosa. Su tono fue profesional, pero cálido.
Elena dice con acento Ferrarés, "Eso es buena señal. Vamos a retirar por ahora el suero. Tu cuerpo ya está estabilizado. Quiero que empieces a moverte sin miedo."
Leila miró la aguja insertada en su brazo. A pesar de la costumbre, el simple gesto de liberarse de ella le provocó un nudo en la garganta. Elena desinfectó con cuidado la zona, retiró la aguja y presionó con una gasa limpia.
Elena dice con acento Ferrarés, "Listo. Nada de mareos, pero si sientes debilidad, te sientas, ¿de acuerdo?"
Leila asintió.
Vittoria observó el procedimiento con atención, sin decir palabra.
Cuando Elena guardó el material en su maletín, miró a ambas con una media sonrisa.
elena dice con acento ferrarés, "Felicidades por su cumpleaños signorina Leila. "
Elena dice con acento Ferrarés, "Me alegra verla así. No es solo física la mejoría. Se nota algo distinto en su mirada."
Leila bajó la vista, sonriendo con timidez.
Leila dice con acento siciliano, "Gracie doctora. "
Leila dice con acento siciliano, "pero tal vez sea el vestido. Vittoria dice que me hace ver viva."
Elena sonrió.
Elena dice con acento Ferrarés, "No es el vestido, Leila. Eres tú. Pero el vestido ayuda."
Las tres rieron suavemente.
El ambiente de la habitación, por primera vez en mucho tiempo, no olía a medicamentos ni a desvelo, sino a calma.
Elena guardó su carpeta y se dirigió a la puerta.
Elena dice con acento Ferrarés, "Volveré más tarde. No te esfuerces demasiado hoy. Solo disfruta."
Cuando salió, el silencio quedó suspendido un momento.
Vittoria miró a Leila con una sonrisa satisfecha.
Vittoria dice con acento turinés, "Te lo dije. Hoy es distinto."
Leila sonríe.
Leila se acercó a la ventana y corrió un poco la cortina.
Desde allí podía ver parte del jardín inferior, los setos perfectamente recortados, y más allá, el movimiento discreto del personal preparando algo en la terraza. Banderines de tela azul colgaban entre las columnas, y el reflejo del sol sobre las copas de cristal revelaba que algo importante se estaba gestando.
Leila frunció ligeramente el ceño.
Leila dice con acento siciliano, "¿Qué tanto están haciendo ahí abajo?"
Vittoria evitó responder con precisión.
Vittoria dice con acento turinés, "Solo es la comida. Algo pequeño. Pero prometo que te gustará."
Leila volvió a mirar el paisaje. Su tono fue más bajo, casi un pensamiento.
Leila dice con acento siciliano, "No sé si podré bajar sin que se me note el miedo."
Vittoria se acercó y le colocó una mano sobre el brazo.
Vittoria dice con acento turinés, "No importa si se nota. Todos los que estarán ahí lo entienden. Nadie espera perfección de ti."
Leila la miró con agradecimiento silencioso.

Felices 22 años.

El sol ya estaba alto, y la villa se llenaba de una luz dorada.
Mientras tanto, en la terraza, Chiara revisaba los últimos detalles junto a un grupo reducido del personal. Sobre la mesa principal se extendía un mantel color gris perla, y los centros de mesa estaban formados por flores azules y blancas. El viento movía las cintas que colgaban de los pilares. El aire olía a pan recién horneado y hierbas frescas.
Mássimo estaba de pie junto a la barandilla, con las manos en los bolsillos, observando el horizonte de colinas que rodeaban la villa. Su rostro mostraba serenidad, pero en la tensión de su mandíbula se leía la ansiedad contenida.
Chiara se acercó despacio, acomodándose un mechón de cabello detrás de la oreja.
Chiara dice con acento siciliano, "Todo quedó listo. Vittoria la está ayudando a arreglarse. No quería bajar, pero la convencí."
Mássimo se jiró apenas para opcervarla, haciendo un jesto afirmatibo pero brebe.
Mássimo dice con acento turinés, "gracie."
Mássimo suspira profundamente.
Chyara dice con acento siciliano, "Hoy está mucho mejor, aunque el miedo sigue allí como una sombra. Le prometí que la haremos sentirse bien. "
Mássimo dice con acento turinés, "y cumplirémos esa promesa, chyara."
el rostro de mássimo se veía un poco mas tenzo, pero habló con voz contenida.
Mássimo dice con acento turinés, "tiene que entender que está asalbo, que aquí es donde se le quiere y donde puede sentirse bien."
Mássimo dice con acento turinés, "y eso depende de ella, pero nosotros podemos ayudarla con eso."
Mássimo dice con acento turinés, "no se trata de forzarla, si no de que se sienta segura con sigo misma y con su entorno. "
Chyara dice con acento siciliano, "Sé que para tí no es fácil sobrellevar todo esto. "
Chiara dice con acento siciliano, "No lo es. Pero si Leila siente que su dolor te destruye, se va a esconder otra vez. Déjala ver que hay espacio para ella fuera del miedo."
Mássimo asiente afirmativamente.
Mássimo inspiró hondo. Sus manos se cerraron en los bolsillos. El sonido de los pájaros y el roce de las hojas llenó el silencio entre ambos.
Desde la distancia, el sonido de risas discretas y pasos anunció la llegada del personal con las bandejas. Sobre las mesas se colocaban copas de cristal, platos blancos y servilletas del mismo tono azul que el vestido de Leila.
Mássimo observó el resultado final.
El azul zafiro predominaba en los detalles: los lazos, los arreglos florales, incluso las velas pequeñas que Vittoria había mandado colocar en cada extremo de la terraza. Todo tenía un aire elegante pero íntimo.
Chiara rompió el silencio.
Chiara dice con acento siciliano, "Va a emocionarse. No lo dirá en voz alta, pero lo hará."
Mássimo dice con acento turinés, "bueno, presumes de conoserla mas que yo, espero que en esta ocación tengas razón."
Chyara se parte de risa.
El viento movió las cortinas de la terraza, dejando entrever el jardín donde pronto aparecería Leila. El cielo, despejado y azul, parecía haberse aliado con ellos.
Mássimo se volvió hacia el interior de la villa. Su voz fue apenas un murmullo.
Mássimo dice con acento turinés, "Que venga cuando esté lista."
Más tarde.
El reloj del vestíbulo marcaba las dos y media cuando Leila decidió bajar. El silencio del pasillo contrastaba con el murmullo lejano que llegaba desde la terraza. A cada paso, el eco de sus sandalias contra el mármol la hacía consciente de sí misma, del peso leve del vestido azul zafiro, del roce del chal gris sobre sus hombros. Vittoria caminaba a su lado, sin hablar. Solo se aseguraba de que no perdiera el equilibrio en los primeros tramos de la escalera. La luz del mediodía atravesaba los ventanales, bañando las paredes con un resplandor dorado.
Leila se detuvo un instante antes de doblar hacia el corredor que daba a la terraza.
Leila dice con acento siciliano, "¿Vittoria Estás segura de que esto no es demasiado?"
Vittoria dice con acento turinés, "No. Es justo lo necesario. Solo familia. Nadie más."
Leila asintió, aunque la expresión en su rostro seguía tensa. El corazón le latía con fuerza; no de miedo, sino de una ansiedad que no lograba nombrar.
Cuando cruzó el umbral que daba a la terraza, el aire cambió. El olor a flores y pan recién horneado la envolvió. La mesa larga, vestida con mantel gris perla, estaba decorada con pequeños arreglos de hortensias, lirios y peonías en tonos azulados. Cintas del mismo color que su vestido colgaban de las columnas. El viento movía las velas azules, y los copos de luz que atravesaban los cristales daban a todo el conjunto un brillo discreto, elegante, casi íntimo.
Leila miraba todo con asombro.
Mássimo estaba de pie al fondo, esperándola con una sonrisa.
Los demás invitados giraron sus cabezas hacia ella.
Leila los miraba sin creérselo.
Karlo, de traje oscuro y mirada seria, fue el primero en sonreír.
A su lado, Maurizio levantó una copa vacía en un gesto de saludo silencioso.
Al otro lado de Karlo, Shawnee la miraba con admirasión y respeto.
Más atrás, Gianluca, con su habitual elegancia contenida, observaba sin decir palabra, los ojos fijos en Leila, con esa mezcla de respeto y culpa que solo quienes la habían visto en guerra podían entender.
Chyara ya estaba sonriendo sentada junto a Gianluca.
Marcco por su parte, Tambien la miraba sorprendido pero con aprecio.
Vittoria caminó con elegancia hasta su lugar junto a Marcco.
Leila los miraba a cada uno sin poder articular palabra.
y zoe estáva al lado de vittoria. con un sensual conjunto de color rosa, pero mucho mas discreto que lo que acostumbraba a usar. La mirava sin ocultar su sonrrisa y su felizidad al verla.
Leila la reconoció enseguida.
Una sonrisa pequeña le tembló en los labios.
Durante un segundo, la tensión en su cuerpo se disolvió.
Mássimo se acercó a ella para tomarla de la mano, y llebarla con él hasta su lugar en la mesa.
Leila dice con acento siciliano, "Amore... Esto, es, hermoso. "
Mássimo acarició su mano con una delicadeza que usualmente no mostraba en publico, casi como si temiera atravezar su piel. Dulcemente depositó un beso suabe en sus labios y frente, y la miró directo a los ojos.
Mássimo dice con acento turinés, "feliz cumpleaños, mi piccolina. Este día es especial. No pretendo nada más que te sientas feliz, cómoda, pero sobre todo, que te sientas segura."
Mássimo dice con acento turinés, "que te sientas como en tu hogar. Que sepas que todos los que estámos aquí, te queremos, te apreciamos y que te amamos. Que entiendas que estás rodeada de gente para la cual, eres más que inportante."
Leila no podía más que emosionarse. Mira a Mássimo con amor mientras se sienta junto a él.
Leila dice con acento siciliano, "Io... No puedo creer todo esto, amore gracie por todo esto. "
Mássimo dice con acento turinés, "no, amore, no tienes que agradecerme. Más bien agradécete a tí misma, por que toda las personas que estámos aquí, estamos por una razón. Así que todo esto, piccolina mia, es gracias a tí."
Leila sonríe emosionada.
Chyara se levantó un momento.
Chiara dio un par de pasos hacia el grupo y habló con su tono habitual, práctico.
Chiara dice con acento siciliano, "Bueno, basta de formalidades. La comida se enfría. Vittoria y yo nos encargamos de cada detalle, así que si alguien se atreve a criticar algo, que lo haga después de que lave los platos."
Todos rieron suavemente, y la tensión se disipó.
gianluca dice con acento napolitano, ragazzi, ya encargo mas comida, seguro esta está emvenenada
Los platos comenzaron a servirse: ensalada ligera, pan artesanal, pescado al limón y vino blanco en copas pequeñas.
gianluca se parte de risa.
Te partes de risa.
Chyara mira ceria a Gianluca.
gianluca le sonrríe con una sonrrisa de lado.
Chyara dice con acento siciliano, "Eso fuera si tú ubieces cocinado mia acuarela. "
Leila mira a Gianluca con una gran sonrisa. Le alegra haberlo podido sacar de la cárcel, y verlo tan cambiado.
gianluca dice con acento napolitano, que tepasa zucchero, si mi comida es casi tan buena como las avilidades de ligar de richi.
Chyara se parte de risa.
En ese instante Richi benía entrando a la terraza. Miró a todos y saludó con un gesto a Leila, para luego sentarse al Otro lado de Gianluca.
gianluca sonríe divertido, poniendo 2 dedos en sus labios.
Richi dice con acento mexiquense, "Perdón por la llegada tardee, es que Gianluca me dejó acomodando los regalos en la mesa. "
gianluca dice con acento napolitano, pues a eso te dedicas, fratello.
zoe mira con mala cara a gianluca.
gianluca sonrríe mirando a su amigo
Leila ríe al escuchar el comentario y el acento del chico.
Chyara dice con acento siciliano, "Bueno, bueno. Antes de que empiecen a pelearse ustedes 2, creo que podemos aprovechar para que los nuevos invitados se presenten. "
Leila mira a Richi, luego a Shawnee.
El resto miran atentamente a zoe, y a Shawnee.
zoe mira con interes a richi, y después saluda efusiba como siempre.
zoe dice con acento estadounidense, hello! im zoe.
zoe se le vanta para asercarse a leila y abrazarla con cuidado.
Leila dice con acento siciliano, "Zoe, ragazza. Que sorpresa tenerte aquí. "
Leila deja que zoe la abraze.
Maurizio mira divertido a Karlo, esperando haber si presenta a Shawnee.
zoe dice con acento estadounidense, espero que no te ayass olvidado an mi, aunque no te culparía por aquello, perdon por no estar en contacto.
zoe baja la mirada algo avergonzada.
Leila le sonríe negando con la cabeza.
Leila dice con acento siciliano, "no hay problema ragazza. Gracie por querer benir a verme. "
zoe le sonríe abrazándola y felizitándola una vez más, antes de alejarse para dejar que se precenten los demás. Estaba entreteniéndose saludando a los demás, y mirando ocacionalmente a richi.
El ambiente, lejos de ser festivo en exceso, tenía algo íntimo, casi familiar.
Karlo observaba el entorno con atención, pero sin decir mucho.
gianluca miraba a richi con una sonrrisa burlona
Leila terminó su pequeño plato de ensalada y pezcado, mientras que Richi se acercaba.
Richi dice con acento mexiquense, "Feliz cumpleaños señorita leila. Me llamo Richi, soy amigo del gianluca, y pués trabajo con él. Neta espero que se la esté pasando chidoo. "
Richi Aprovechó para saludar a Mássimo que seguía a lado de Leila.
Mássimo dice con acento turinés, "buonasera richi"
Mássimo extendió la mano cordialmente.
Leila dice con acento siciliano, "gracie por tus felicitaciones Richi. "
el resto combersaba y terminaba de comer.
era el turno de shawnee, que antes de acercarse a Leila, prefirio presentarse para todos.
Richi regresóo a su lugar.
Shawnee dice con acento sinaloense, "Los sicilianos ya me conocen, pero para el resto que no. Soy Shawnee de Sinaloa México. Mercenaria entre otras cosas, vengo acompañando a Karlo. "
gianluca la mira con algo de resentimiento y con mala cara.
Chyara la ignora deliberadamente.
Leila la mira algo extrañada, luego busca con la mirada a Karlo.
Vittoria la observa algo sorprendida por su estilo.
gianluca murmura con acento napolitano, maldita perra...
Mássimo la miró con curiosidad, deteniéndose en la mujer antes de observar a su alrededor. Se percató de las malas caras de Chiara y Gianluca. Tras ver esto, miró a la joven con una desconfianza contenida y le hizo un breve gesto a modo de saludo.
Maurizio dice con acento siciliano, "Más bien, sei la conquísta víctima o victimaria de Karlo. "
Maurizio sonríe divertido mirándolos.
gianluca dice con acento napolitano, ademas de una perra, por la que casi perdemos cosas inportantes por tu culpa.
Karlo lo mira fulminante.
Shawnee dice con acento sinaloense, "bájale de huevos. No le arruines la fiesta aquí a la plebita. "
Leila se pone algo inquieta sin comprender de que havlan.
Shawnee dice con acento sinaloense, "Mejor no me hagas hablar napolitano. "
gianluca se levanta molesto, pero richi y zoe lo toman de los hombros.
Mássimo dice con acento turinés, "bueno bueno, ya es suficiente."
Mássimo dice con acento turinés, "gracias por presentarte."
Vittoria se levanta mirando la escena con un rostro cerio.
Vittoria dice con acento turinés, "Es el cumpleaños de Leila, no pienzo permitir que la alteren con sus discuciones, así que si van a continuar. es mejor que se retiren, no vamos a poner en riesgo a Leila por tonterías. "
Leila baja la mirada asustada.
Mássimo le toma la mano a Leila con calma mientras hace señas a Chiara y a Vittoria: a Chiara para que venga a calmar a Leila, y a Vittoria para que se encargue.
Chyara antes de ir con Leila le habla bajo a Gianluca.
Chyara murmura con acento siciliano, "mia acuarela, no le hagamos esto a Leila, ignora a esa loca quieres. "
gianluca suspira mientras richi intenta calmarlo.
richi dice con acento mexiquense, "Aguanta bara carnaal, calmatee, no le pongas atensión a la vieja del karloo. "
Shawnee se levanta junto a Karlo que, molesto la lleba dentro de la casa.
gianluca se levanta y se acerca discretamente a vittoria.
gianluca dice con acento napolitano, hay algun lugar mas trankilo aquí, necesito tomar algo de aire, lo siento.
Vittoria dice con acento turinés, "por el siguiente pasillo puedes salir al resto del jardín. "
gianluca se marcha de priza, asegurándose de que leila no lo mire.
El resto se dispersa un momento dándole espacio a Leila que está con Chyara y Mássimo.
Leila tiembla algo ansiosa y abrumada por el momento.
Leila dice con acento siciliano, "¿Qué fue eso? ¿De qué hablaban?"
Mássimo le apretó suavemente la mano, intentando transmitirle calma. Chiara se sentó a su lado, abrazándola con dulzura.
Chiara dice con acento siciliano, "Nada, sorellina. Tonterías. Rencores tontos de Shawnee. No te preocupes de nada. "
Leila negó con la cabeza, sus ojos buscando respuestas.
Leila dice con acento siciliano, "Pero... ¿Karlo? ¿Y esa mujer? ¿Por qué Gianluca la odia?"
Mássimo suspiró, sabía que Leila no se contentaría con evasivas.
Mássimo dice con acento turinés, "Es una larga historia, piccolina. Cosas del pasado. Gianluca tiene una memoria… particular."
Leila respiró hondo, intentando asimilarlo todo. La verdad era que el incidente la había perturbado, devolviéndole una parte de la ansiedad que apenas empezaba a disipar. Sin embargo, el contacto de Mássimo y el abrazo de Chiara eran anclas en medio de la tormenta.
Chiara dice con acento siciliano, "Ahora solo concéntrate en nosotros. En tu día."
Leila dice con acento siciliano, "Está bien. Lo intentaré."
Vittoria regresó, con un semblante más relajado, pero la mirada todavía seria. Se acercó a la mesa, donde Zoe y Richi conversaban en voz baja, y se aseguró de que todos estuvieran tranquilos.
Vittoria dice con acento turinés, "Bien. Ya que todo el mundo parece haber entendido que esto es una celebración de paz, podemos continuar."
Miró a Leila con una sonrisa alentadora.
Vittoria dice con acento turinés, "Hay un pastel esperándonos. Y los regalos, por supuesto."
Vittoria dice con acento turinés, "pero antes. "
Leila se sonrojó un poco al escuchar lo de los regalos.
Vittoria dice con acento turinés, "Mi padre tiene algo especial para nuestra querida Leila. "
Vittoria mira a Mássimo.
Leila sonríe mirándo a ambos.
Mássimo suspira nervioso, y se coloca en el centro del lugar.
Todos comienzan a reunirce nuevamente a la mesa, excepto Shawnee.
Vittoria va por Leila y la lleva también al centro.
Mássimo Suspira nervioso, empezando a aclararse la garganta para prepararse y tomar la palabra.
Leila lo mira con amor y curiocidad a partes iguales.
Antes de empezar a hablar, miró directamente a Leila, fijándose en sus ojos, y tras un suspiro, comenzó su discurso.
Mássimo dice con acento turinés, "Me parece ciertamente curioso el que hace 1 año estábamos literalmente en Madrid preparando tu fiesta, preparándonos para salir porque querías festejar tu cumpleaños, y fuimos a una discoteca, no sé si lo recuerdas. El caso es que para esas fechas yo ya estaba planeando miles de estrategias y planes para poder llamar tu atención, para poder conquistarte, para romper esa maldita coraza emocional que tenías alrededor de ti."
Leila lo escucha atenta y recuerda poco a poco esos días.
Mássimo dice con acento turinés, "Y mientras me tragaba mi orgullo, observando cómo coqueteabas con otros chicos en ese maldito lugar, trataba de pensar de mil formas en investigar, en saber de ti, en conocerte, en escuchar realmente lo que sucedía y por qué eras tan difícil en cuanto a las emociones. No sé qué es, Leila, pero algo tiene tu mirada, tu forma de ser, tu forma de actuar o, tal vez, tu sola presencia, pero cautivas, cautivas y enamoras, y lo hiciste conmigo."
Leila se sonroja escuchando a Mássimo sin dejar de mirarlo.
Leila murmura con acento siciliano, "amore, io... "
Mássimo dice con acento turinés, "Y cuando por fin supe, cuando por fin logré encontrar la información que quería, entendí que solamente eres una flor, una flor frágil que fue rota, pero que necesitaba ser reconstruida, cuidada, sembrada y conservada con amor; el amor que no te dieron en su momento, lamentablemente, pero el amor que yo estaba dispuesto a ofrecerte y entregarte de mil maneras, era lo que tú siempre rechazabas.
Mássimo dice con acento turinés: "Confieso que, eventualmente, había pensado en rendirme. Aunque, por supuesto, no lo demostraba. No se lo dije a nadie, aun así, traté de persistir y, finalmente, funcionó. En una ocasión en la que no podías con todo sola, tuve que estar yo ahí para tratar de cuidarte, consolarte y estar presente cuando sentías que más lo necesitabas, porque el precio de esa coraza emocional era que, sin querer, alejabas a todos a tu alrededor. Pero eso fue algo que poco a poco cambiaste."
Leila recuerda los detalles que mássimo tenía con ella y se conmuebe.
Mássimo dice con acento turinés: "Pasaron muchas cosas, pero afortunadamente salimos de cada una. Sin embargo, hace unos meses ocurrió la prueba más complicada, a la que nos tuvimos que enfrentar ambos, como pareja e incluso como personas. No voy a entrar en detalles, no es necesario, pero estás aquí, estás conmigo y estás pasando un cumpleaños más, un cumpleaños que no es el más ostentoso, no es el más alegre, pero estás viva y eso para mí es lo más importante: el tenerte a mi lado, el por fin estar cerca de ti.
Mássimo se acerca a ella con sumo cuidado y saca una pequeña cajita de su bolsillo.
Mássimo dice con acento turinés, "Y finalmente lo entendí hoy, pude entenderlo. Entendí que no me importa cómo, cuándo o de qué manera, pero siempre te quiero a mi lado, te quiero conmigo siempre, hoy, mañana y el resto de mi vida. No me importa si es corta o si es larga, pero te quiero siempre presente conmigo, porque tú me has cautivado, me has enamorado y clavaste una flecha directo en mi corazón, la cual se convirtió en amor, un amor del cual no me quiero deshacer, no me quiero separar. Al contrario, quiero abrazar y consumar este amor que te tengo, que nos tenemos los dos juntos, y solo por eso, hoy quiero hacerte una pregunta muy importante."
Mássimo abre cuidadosamente la cajita, sacando un anillo de zafiros el cual entrega con manos temblorosas a Leila.
Mássimo dice con acento turinés, "leila ferrari. quisieras casarte con migo?."
Leila se quedó sin aliento. Sus ojos verdes se abrieron de par en par, brillando con una mezcla de sorpresa, incredulidad y una oleada de emoción que la inundó por completo. El anillo de zafiros, del mismo color azul que su vestido, resplandecía en la pequeña caja que Mássimo sostenía con manos temblorosas. El tiempo pareció detenerse. Los murmullos de los presentes se apagaron, y solo existieron ellos dos en el centro de la terraza bañada por el sol.
Las palabras de Mássimo resonaron en su mente: "siempre te quiero a mi lado, te quiero conmigo siempre, hoy, mañana y el resto de mi vida". Cada una de ellas era un bálsamo para su alma herida, una promesa de futuro que no se atrevía a soñar. Miró el anillo, luego a Mássimo, sus ojos llenos de lágrimas contenidas que amenazaban con desbordarse. La coraza que había construido con tanto esfuerzo, esa que la había protegido del dolor, se estaba resquebrajando, no por la fuerza, sino por la suavidad de un amor que ella no creía merecer.
Leila bajó la vista al anillo, sus labios temblaron. Levantó la mirada de nuevo, buscando la sinceridad en los ojos de Mássimo, y la encontró, profunda y abrumadora.
Leila dice con acento siciliano, "Mássimo... amore... io..."
Los invitados obserbaban a la pareja sorprendidos.
Leila dice con acento siciliano, "Tengo miedo de mí, mio cioccolato... "
Su voz se quebró, incapaz de articular más. El "sí" estaba atorado en su garganta, mezclado con la alegría, la incredulidad y el miedo a que todo aquello fuera un sueño del que pronto despertaría. Sus manos se extendieron, una hacia el anillo y la otra para acariciar la mejilla de Mássimo. Su piel se sentía tibia, real.
Leila dice con acento siciliano, "Sí... Sí, quiero casarme contigo, amore mío. Sí mío cioccolato. "
Las lágrimas, finalmente, se desbordaron, pero esta vez eran lágrimas de felicidad, de esperanza renovada. Mássimo soltó un suspiro de alivio que no sabía que contenía, y una sonrisa radiante iluminó su rostro. Con manos firmes pero suaves, tomó el anillo y lo deslizó en el dedo anular de Leila. Encajaba perfectamente, como si hubiera sido hecho solo para ella.
Un murmullo de emoción recorrió la terraza. Vittoria y Chiara se abrazaron, sus ojos brillando con lágrimas. Karlo, que había vuelto discretamente y se mantenía al margen, esbozó una pequeña sonrisa casi imperceptible. Richi silbó, divertido, y Zoe aplaudió con entusiasmo, sin importarle la discreción. Gianluca, que regresaba del jardín con el rostro más calmado, se detuvo en seco al ver el anillo en la mano de Leila, y una sonrisa genuina, por primera vez en mucho tiempo, apareció en sus labios.
Un murmullo de emoción recorrió la terraza. Vittoria y Chiara se abrazaron, sus ojos brillando con lágrimas. Karlo, que había vuelto discretamente y se mantenía al margen, esbozó una pequeña sonrisa casi imperceptible. Richi silbó, divertido, y Zoe aplaudió con entusiasmo, sin importarle la discreción. Gianluca, que regresaba del jardín con el rostro más calmado, se detuvo en seco al ver el anillo en la mano de Leila, y una sonrisa genuina, por primera vez en mucho tiempo, apareció en sus labios.
Mássimo tomó la mano de Leila con orgullo, su pulgar acariciando el dorso de su mano, el brillo del zafiro en el anular de ella parecía competir con la luz del sol. Leila, todavía con lágrimas en los ojos, le devolvió la mirada, una promesa silenciosa y radiante entre ellos. Las felicitaciones no tardaron en llegar.
Vittoria fue la primera en acercarse, con una efusividad contenida pero palpable.
Vittoria dice con acento turinés, "¡Leila, papá! Esto es... es perfecto. Felicidades a los dos. Imaginaba que esto pasaría, pero no así de pronto."
Abrazó a su padre y luego a Leila con cuidado, susurrándole al oído.
Vittoria dice con acento turinés, "Te lo dije. Confía en ti. Confía en el amor de mi padre. Bienbenida oficialmente a la familia Marttini. "
Chiara, con su habitual pragmatismo mezclado con ternura, se unió al abrazo.
Chiara dice con acento siciliano, "Finalmente, mia sorellina. Ya era hora de que te decidieras. Felicidades a ambos. Este es el mejor regalo que puedes tener."
Leila sonrió a ambas, sintiendo el calor de su cariño.
Leila dice con acento siciliano, "Gracie, a todas. No sé qué decir."
Karlo, que se había mantenido apartado, se acercó con una copa de vino en la mano, su rostro serio suavizado por una rara sonrisa.
Leila lo mira con afecto y algo de desconcierto por su actitud.
Karlo dice con acento siciliano, "Felicidades, don Mássimo. Y a ti, Leila. Que sea para siempre."
Mássimo dice con acento turinés, "gracie karlo."
:Leila dice con acento siciliano, "Karlo, no sabes la falta que me hiciste, que todos ustedes me hicieron."
Karlo dice con acento siciliano, "Sufrimos todos mucho después de ese maldito día Leila. Io también te extrañé demaciado. Sabes que nos une algo más que el trabajo de haber sido tus guardias. "
Leila dice con acento siciliano, "Y por eso mismo me gusta tenerlos de nuevo aquí, aunque falta Pietro, y nadie quiere explicarme que pasa con lui. "
Karlo suspira y trata de dicimular su tristeza y dolor. Le sonríe ligeramente a Leila.
Karlo dice con acento siciliano, "No pasa nada Leila, encerio no te preocupes ahora, Pietro estaría feliz de estár aquí también. Y seguramente que también de verte comprometida con don Mássimo. "
Karlo carraspea.
Karlo dice con acento siciliano, "excusa a Shawnee por asustarte. Esa ragazza es molto dificil de contener, pero no queríamos hacerte sentir mal. "
Leila sonríe a karlo aceptando su disculpa aunque sin entender su relasión con la mexicana.
Leila dice con acento siciliano, "Estas molto cambiado Karlo, me gustaría que me lo contaras antes de Irte a Catania. "
Karlo dice que sí con la cabeza.
Karlo dice con acento siciliano, "No hay mucho que contar, pero si eso quieres, está bene. Voy por más Vino. "
Karlo se aleja antes de que Leila vuelva a preguntar más sobre Pietro.
Maurizio, con una sonrisa pícara, se acercó también.
Maurizio dice con acento siciliano, "Vaya, vaya. ¿Así que al final el capo más grande de turín logró casar a la señorita Ferrari? Pensaba que sería más difícil. Felicidades, bella. Don Mássimo, cuídela bien."
Mássimo dice con acento turinés, "siempre."
Leila dice con acento turinés, "gracie Maurizio. Me alegra que estés aquí. "
Maurizio se alejó.
Zoe, sin perder su entusiasmo, se lanzó a abrazar a Leila, casi haciéndola perder el equilibrio.
zoe dice con acento estadounidense, muchos felizidadeeeees, nunca imajine verte casada may frien.
Leila ríe animada por la energía de Zoe.
zoe murmura si te aburres me dices para conseguirte a un amante que valga la pena.
Leila dice con acento siciliano, "Io tampoco lo imaginaba. Gracie ragazza. "
Leila Se sonroja y niega rápidamente.
Mássimo la escucha y la mira con mala cara.
zoe rie finjiendo inosencia y da un beso a leila en la mejilla antes de irse de nuevo con richi.
Mássimo frunce el ceño.
Leila dice con acento siciliano, "Amore, io, no... "
Mássimo dice con acento turinés, "esa ragazza es rara, piccolina"
Leila intentó reprimir una sonrisa, pero le fue imposible. Se inclinó para susurrarle al oído.
Leila dice con acento siciliano, "Es parte de su encanto. A mí me agrada."
Mássimo suspiró, pero una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios. Acarició la mano de Leila, sintiendo el frío del zafiro recién colocado en su dedo.
Mássimo dice con acento turinés, "Siempre te han gustado las personas complicadas, ¿eh?"
Leila asintió, riendo suavemente.
Leila dice con acento siciliano, "Y a ti las flores rotas. Supongo que somos un buen par."
En ese momento, Gianluca se acercó a la mesa, su mirada todavía un poco distante, pero una leve sonrisa en sus labios. Se detuvo junto a Leila.
Gianluca dice con acento napolitano, "Leila... Bella."
La voz de Gianluca era ronca de emoción. Se inclinó y la abrazó con fuerza, pero con ternura, como si temiera romperla. Leila le devolvió el abrazo, el olor a tabaco y tierra que siempre lo acompañaba, ahora mezclado con un aroma más limpio, más fresco.
Gianluca dice con acento napolitano, "Perdóname por el espectáculo de hace un momento, mia cara. Fui un idiota. No debí, no en tu día. Pero verte así... de pie... después de todo. Y con este capo enamorado de ti..."
Leila se separó un poco, mirándolo a los ojos. Encontró en ellos una mezcla de culpa y una alegría desbordante.
Leila dice con acento siciliano, "Gianluca. Estás aquí. Y estás... bien. Eso es lo único que importa. Y no eres un idiota. Nunca lo fuiste."
Gianluca se sonrojó levemente. Miró a Chiara, quien lo observaba con una sonrisa discreta desde la mesa, y luego de vuelta a Leila.
Gianluca dice con acento napolitano, "Felicidades, Mássimo. Eres afortunado. Cuídala."
Mássimo asintió de nuevo, un brillo en sus ojos que no había estado allí antes.
Mássimo dice con acento turinés, ASí será, Gianluca.
Los demás invitados se acercaron, las felicitaciones fluyeron, cada una con un matiz diferente, pero todas sinceras. Leila, rodeada por el cariño de su nueva familia, se sintió, por primera vez en mucho tiempo, completa. La terraza se llenó de risas, el sonido de las copas chocando y el murmullo de las conversaciones. El sol de la tarde bañaba la escena con una luz cálida, y el aire, antes cargado de tensión, ahora vibraba con una alegría contenida, pero real.
Vittoria, con una sonrisa radiante, hizo una señal a uno de los camareros, quien apareció segundos después empujando un carrito. Sobre él, bajo una cúpula de cristal, se encontraba el pastel. Al retirarla, un murmullo de admiración recorrió la terraza. Era un pastel de chocolate turinés, imponente y oscuro, con capas de crema y un glaseado brillante. Pero lo que realmente cautivó la mirada de Leila fue la decoración: finos detalles en azúcar, que imitaban delicadas filigranas de almendras y pequeños cítricos confitados, evocando la rica gastronomía catanesa que tanto amaba.
Vittoria dice con acento turinés, "Es un pastel de chocolate turinés, como le gusta a papá, pero con un pequeño homenaje a Catania, como sé que te gusta a ti, Leila."
Leila llevó una mano a su boca, conmovida. El contraste de las dos culturas en un solo postre era un detalle que le llegaba al alma.
Leila dice con acento siciliano, "Es precioso, Vittoria. No sé cómo agradecerte."
Mássimo se acercó a Leila, rodeándola con un brazo, y observó el pastel con una sonrisa.
Mássimo dice con acento turinés, "Nuestra Vittoria piensa en todo. Es una artista."
Chiara se levantó para encender las velas, veintidós pequeñas llamas que parpadeaban sobre el chocolate.
Chiara dice con acento siciliano, "Ahora, a pedir un deseo, sorellina. Y que sea uno grande."
Todos los presentes se unieron, cantando un suave "Tanti auguri a te", mientras Leila cerraba los ojos, dejando que el calor de las velas y el cariño de sus seres queridos la envolviera. El deseo fue sencillo, pero profundo: que este nuevo comienzo fuera para siempre. Al abrirlos, sopló con todas sus fuerzas, apagando las velas en un solo aliento. Los aplausos y vítores llenaron el aire.
Chiara, con su energía habitual, se acercó al camarero para que se llevara los restos del pastel.
Chiara dice con acento siciliano, "Bien, ahora la parte divertida. ¡Los regalos! Vittoria, ayúdame a despejar esta mesa."
Vittoria asintió, recogiendo las copas vacías y los platos para que el personal pudiera llevárselos. Mientras tanto, Richi y Zoe, que estaban sentados cerca de la mesa de regalos, comenzaron a ayudar a mover las cajas y envoltorios que habían dejado allí previamente.
Leila observaba, un poco abrumada por la atención, pero con una sonrisa genuina. Mássimo se mantuvo a su lado, con una mano en su espalda, transmitiéndole seguridad.
Chiara regresó, frotándose las manos con entusiasmo.
Chiara dice con acento siciliano, "Bueno, cada uno puso el suyo aquí, ¿verdad? Empezamos de izquierda a derecha. A ver qué tenemos para nuestra futura Sra. Marttini."
El primer paquete era de Karlo. Un joyero de madera de olivo tallado a mano, con incrustaciones de nácar que formaban delicados motivos sicilianos.
Karlo dice con acento siciliano, "Es un recordatorio de que siempre estaré a tu lado, Leila. Como tu guardia, como tu amigo.
Leila tomó el joyero, sus ojos humedeciéndose. La lealtad de Karlo era un tesoro.
Leila dice con acento siciliano, "Karlo... gracias. Es el mejor regalo."
Luego, Maurizio se acercó con un paquete envuelto en papel de seda azul. Al abrirlo, Leila encontró un cuaderno de cuero fino, con hojas de papel antiguo, y una pluma estilográfica de plata.
Maurizio dice con acento siciliano, "Para que escribas tus pensamientos, tus planes. Para que no olvides quién eres, y para que sepas que siempre puedes contar conmigo. Tu mano derecha, bella. Siempre."
Leila sonrió, conmovida por la seriedad de sus palabras.
Leila dice con acento siciliano, "Lo usaré. Gracias, Maurizio."
Mássimo se acercó con tres cajas, una grande y dos más pequeñas. La primera, era un álbum de fotos encuadernado en cuero, lleno de instantáneas que Mássimo había tomado de ella a lo largo de su relación: momentos felices, risas, y hasta algunas en las que ella dormía plácidamente.
Mássimo dice con acento turinés, "Para que recordemos todo lo que hemos vivido, piccolina. Cada momento. Y para que veamos todo lo que nos queda por vivir."
Leila pasó las páginas con ternura, reconociendo cada instante. Luego, abrió la segunda caja, que contenía un colgante de oro blanco con un pequeño zafiro incrustado, a juego con su anillo.
Mássimo dice con acento turinés, "Para que nunca olvides mi promesa. Para que siempre me lleves cerca."
Finalmente, la última caja reveló una colección de libros de poesía en italiano, sus autores favoritos, ediciones antiguas y bellamente encuadernadas.
Mássimo dice con acento turinés, "Y para tu alma, mi amor. Para que sigas soñando."
Leila no pudo contener las lágrimas. Lo abrazó con fuerza, susurrándole al oído.
Leila dice con acento siciliano, "Ti amo, amore mio. Gracias por todo."
Chiara le entregó una caja envuelta en papel brillante. Dentro, Leila encontró un exquisito juego de lencería de seda en tono marfil, delicadamente bordado, y una botella de un perfume francés de edición limitada que Leila había mencionado una vez, hacía años, que le encantaba.
Chiara dice con acento siciliano, "Para que te sientas hermosa por dentro y por fuera, sorellina. Y este perfume... para que cada vez que lo uses, recuerdes lo mucho que te quiero."
Leila abrazó a Chiara, sintiendo la calidez de su amistad.
Leila dice con acento siciliano, "Chiara, gracias. Siempre sabes qué regalarme."
Vittoria, con una sonrisa elegante, le ofreció una caja rectangular. Al abrirla, Leila encontró un bolso de mano de piel de cocodrilo, de un diseño clásico y atemporal, en un tono verde botella, y un pañuelo de seda pintado a mano con motivos florales.
Vittoria dice con acento turinés, "Para cuando vuelvas a conquistar el mundo, Leila. Con elegancia, como tú. Y el pañuelo, para que siempre tengas un toque de color."
Leila admiró la calidad de los regalos de Vittoria, perfecta para su estilo.
Leila dice con acento siciliano, "Es precioso, Vittoria. Eres increíble."
Gianluca, con un brillo en los ojos, le tendió una pequeña bolsa de terciopelo. Richi, a su lado, asintió con una sonrisa. Dentro, había un brazalete de oro blanco, con pequeños diamantes incrustados que formaban la constelación de Orión, una de las favoritas de Leila.
Gianluca dice con acento napolitano, "De mi parte y de Richi. Para que recuerdes que, incluso en la oscuridad, las estrellas siempre están ahí. Y para que nunca olvides que te apreciamos, bella."
Richi dice con acento mexiquense, "Sí, jefa. Es para que siempre te guíes. Nos costó un buen, pero lo vales."
Leila se conmovió por el gesto de ambos, especialmente después del altercado de hace un momento.
Leila dice con acento siciliano, "Gianluca, Richi... no sé qué decir. Es hermoso."
Zoe, con su habitual exuberancia, le entregó una enorme bolsa de la que sacó varios conjuntos de lencería atrevida, un par de tacones de aguja rojos, y una colección de perfumes con feromonas.
Zoe dice con acento estadounidense, "¡Para que vuelvas a la vida, amiga! Y para que sepas que sigues siendo la más sexy de todas. ¡A darle con todo!"
Leila rio, contagiada por la energía de Zoe, mientras Mássimo fruncía el ceño divertido.
Leila dice con acento siciliano, "Zoe, eres incorregible. Pero gracias, ragazza."
Finalmente, Marcco se acercó con una caja elegante. Dentro, había una laptop ultradelgada de última generación, con una pantalla curva y un teclado retroiluminado, junto con un maletín de cuero para transportarla.
Marcco dice con acento turinés, "Para cuando decidas retomar tus negocios, Leila. Para que vuelvas a liderar, con todas las herramientas que necesitas. Sabes que te esperamos."
Leila miró el portátil, la posibilidad de su antigua vida de nuevo al alcance de su mano.

Leila dice con acento siciliano, "Gracias, Marcco. Me servirá mucho."
Leila, rodeada de todos sus regalos, y lo más importante, del cariño de su familia y amigos, se sintió verdaderamente en casa. El sol se ponía lentamente, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y violetas, y la terraza se llenaba de un ambiente de paz y alegría.
Mássimo la observaba, feliz de verla sonreír. Se acercó y besó su frente, con la promesa silenciosa de que harían todo lo posible para mantener esa chispa viva.
Mássimo dice con acento turinés, "Es hora de disfrutar de la tarde, piccolina. El atardecer es hermoso desde aquí."
Leila asintió, tomando su mano. Juntos, se acercaron a la barandilla de la terraza, donde el cielo se pintaba de colores cálidos. Los demás los siguieron, conversando en voz baja, compartiendo risas y brindis improvisados. La música suave de una guitarra, tocada por uno de los miembros del personal, llenaba el ambiente, añadiendo un toque melancólico pero hermoso a la despedida del día.
Leila miró a cada uno de ellos: a Chiara y Vittoria, sus "hermanas" elegidas; a Karlo y Maurizio, sus leales guardias; a Gianluca y Richi, con su amistad ruidosa pero sincera; a Zoe, con su excentricidad contagiosa; y a Marcco, con su apoyo incondicional. Y, por supuesto, a Mássimo, el hombre que le había dado una segunda oportunidad para amar y ser amada.
Leila dice con acento siciliano, "Hoy... hoy fue el mejor cumpleaños."
Mássimo la abrazó, su barbilla apoyada en su cabeza.
Mássimo dice con acento turinés, "Y solo es el comienzo, mi amor. El comienzo de todo."
El sol se ocultó por completo, y las estrellas comenzaron a aparecer en el cielo, brillando con una intensidad que parecía celebrar su nueva promesa. Las pequeñas velas de la terraza se encendieron, y el suave resplandor de las luces creaba un ambiente mágico.
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