El inperio del Nortte.

Aquí se irán publicando las escenas de rol tanto de trama principal, como las que querais publicar los jugadores. Debido a la naturaleza de este foro, si se admite contenido NSFW.
Larabelle Evans
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Registrado: Mar Jul 02, 2024 4:52 am

Re: El inperio del Nortte.

Mensaje por Larabelle Evans »

El último respiro de Leila. Especial: Montenegro.

La oficina de Matteo Ferrari en Montenegro estaba helada, no por el clima, sino por la densidad de su furia. Las paredes revestidas en madera oscura y el escritorio de mármol negro parecían absorber la luz de la lámpara de techo, proyectando un ambiente sepulcral. Matteo estaba sentado tras su escritorio, con un vaso de whisky en la mano. No lo bebía: lo giraba lentamente, observando el líquido ámbar como si en él pudiera leer la respuesta a su tormento.
Cuando la puerta se abrió, sus ojos se clavaron de inmediato en la figura que los gemelos arrastraban. El cuerpo débil de Leila parecía apenas sostenerse entre Piero y Angelo, las muñecas hinchadas por las esposas, el cabello apelmazado pegado a la piel sudorosa. Sus labios resecos temblaban, murmurando palabras que nadie alcanzaba a entender.
Matteo la miró con una mezcla de desprecio y locura. Se levantó de la silla con un movimiento brusco, golpeando la mesa con el vaso que se partió en dos, derramando el whisky sobre los papeles.
Matteo dice con acento siciliano, "Così sei ancora viva… y llevas cuatro meses respirando mi aire como un perro escondido. ¿Crees que no me doy cuenta? Etna… Leila… ¡Sei la stessa puttana!"
Leila apenas levantó la cabeza. Sus ojos, vidriosos, parecían perdidos en un vacío imposible de llenar. La respiración le silbaba por la garganta, pero no contestó.
Matteo avanzó hacia ella, cada paso pesado, cada respiración impregnada de rabia. La tomó del mentón con violencia, obligándola a mirarlo a los ojos.
Matteo dice con acento siciliano, "¡Habla! ¿Dime qué juego me estás haciendo con esa bastarda de Etna? ¿Quién de ustedes dos es la sombra de la otra?"
El silencio de Leila fue su única respuesta. Un silencio que enardeció más a Matteo, quien la soltó de golpe, empujándola hacia el suelo de mármol. Ella cayó de rodillas, sin fuerzas para amortiguar la caída.
Gianlorenzo, apoyado contra la pared, fumaba en silencio. Sus ojos la recorrieron un instante, oscuros, calculadores, pero no intervino.
Matteo, con una sonrisa torcida, señaló hacia una gran pantalla instalada en la pared. Con un clic en el control remoto, la imagen se encendió. El zumbido metálico de drones sobrevolando se escuchó de fondo: la transmisión era en directo.
En la pantalla, el refugio de Etna aparecía rodeado. Varias camionetas negras se habían detenido en los límites del terreno. Hombres armados, con uniformes tácticos, descendían en formación cerrada. Los drones enfocaban a los mercenarios acercándose a las entradas, a las torretas, al perímetro completo.
Matteo se inclinó sobre Leila, su voz era un cuchillo.
Matteo dice con acento siciliano, "Mira bien, figlia ingrata. Ese es tu espejo. Así acaba la puta que te vengaba, la que me robó lo que me pertenecía. Hoy la ves caer, y mañana te tocará a ti en un acantilado."
Las manos de Leila temblaron. Sus ojos, apagados hasta ese momento, parpadearon como si una chispa perdida regresara a la superficie. Las imágenes del refugio, hombres armados irrumpiendo, el eco de los disparos que apenas se escuchaban por los micrófonos del dron… todo golpeaba su alma rota.
Piero y Angelo apretaron los labios, forzándose a mantener la máscara de obediencia. El corazón de Piero latía con violencia; sabía que Etna estaba dentro de ese refugio. Y ahora, el verdugo que tenían delante estaba usando la vida de ambas como piezas de un tablero maldito.
Matteo volvió a sonreír, disfrutando de la agonía de su hija.
Matteo dice con acento siciliano, "Cuando terminen con Etna, me traerán sus huesos. Y tú, Leila… tú serás llevada a un acantilado. Allí te verás caer al mar como un saco de basura. Porque si algo odio más que a mis enemigos, es la traición de mi propia sangre."
Gianlorenzo tiró la colilla de su cigarro en el suelo y la aplastó con la bota. Su mirada permaneció fría, pero en la comisura de sus labios apareció un gesto ambiguo, imposible de descifrar.
El silencio de la celda, interrumpido solo por el zumbido del dron en la pantalla, se cargó con la tensión insoportable de lo inevitable.
Leila, con la voz rota, apenas un susurro, murmuró:
Leila dice con acento siciliano, "Etna… corre…"
Y su ruego se perdió en el eco de la sala, mientras Matteo reía como un demonio satisfecho de su propia crueldad.
Matteo se inclinó sobre Leila, su risa resonando en el despacho.
Matteo dice con acento siciliano, "¿Lo ves, piccolina? El espectáculo apenas comienza. Quédate aquí, y mira cómo tu querida Etna cae. Tendrás un asiento de primera fila para su destrucción."
Piero, con el corazón latiéndole en el pecho, dio un paso hacia la puerta. Su mente gritaba que tenía que advertir a Etna, que todavía había una oportunidad. Pero antes de que pudiera moverse, Gianlorenzo se interpuso en su camino, su mirada gélida y sospechosa.
Gianlorenzo dice con acento siciliano, "¿Adónde vas, Piero? Don Matteo no ha terminado."
Piero se detuvo en seco, forzándose a mantener la calma.
Piero dice con acento siciliano, "Solo… solo iba por algo de beber para Don Matteo. Se ha roto el vaso."
Gianlorenzo lo miró fijamente, sin parpadear.
Gianlorenzo dice con acento siciliano, "Aquí no se necesita beber. Quédate y observa. Y tú, Leila… ¿sigues con tus oraciones?"
Leila, tirada en el suelo de mármol, las lágrimas surcando su rostro sucio, levantó la cabeza. Sus ojos se fijaron en la pantalla, donde el asalto al refugio de Etna se desarrollaba con brutal lentitud.
Leila dice con voz quebrada, "¡No… no, por favor…! ¡Etna no…! ¡Mátame a mí, pero a ella no…! ¡Ella es inocente…!"
Matteo se rio con una carcajada cruel.
Matteo dice con acento siciliano, "¿Inocente? Nadie es inocente en este juego, Leila. Y tu amiga, tu 'Etna', ha firmado su propia sentencia de muerte. Disfruta el espectáculo."
Piero y Angelo se quedaron inmovilizados, observando la escena con un horror creciente. La desesperación de Leila, las risas de Matteo, y la implacable imagen en la pantalla, todo se grababa en sus mentes. Era tarde. Demasiado tarde para advertir a Etna.

Coordinando el rescate.

En una pequeña casa de seguridad en el centro de Montenegro.
Alessio dice con acento turinés, "Marco y los demás están confirmando el perímetro. Parece que Matteo reforzó la seguridad por el lado este. Algo debe estar planeando."
Giorgio, con los auriculares puestos, frunció el ceño.
Giorgio dice con acento turinés, "Esperen… estoy interceptando una transmisión. No es de Marco. Es de Angelo. No está encriptada… está usando un canal abierto."
Alessio se acercó de inmediato, sus ojos fijos en la pantalla. La voz de Angelo, aunque distorsionada, era inconfundible.
Angelo dice con acento siciliano, "Estoy en el búnker, cerca de la celda. Ella está aquí. Leila… está aún viva. Y muy mal herida."
Un silencio tenso llenó la habitación. Alessio y Giorgio intercambiaron una mirada de asombro y preocupación. La noticia de que Leila estaba todavía viva era un terremoto, una pieza clave que Mássimo no esperaba.
Giorgio dice con acento turinés, "Lo tengo, Alessio. La ubicación es exacta. Está en el ala sur del búnker, en el tercer nivel subterráneo."
Alessio sacó su teléfono satelital, marcando un número que conocía de memoria.
Alessio dice con acento turinés, "Informen a Don Mássimo de inmediato. Esta información lo cambia todo. La signorina está aún viva."
La voz de Mássimo, al otro lado de la línea, era grave.
Mássimo dice con acento turinés, "¿Qué sucede, Alessio? ¿Hay problemas?"
Alessio dice con acento turinés, "Don Mássimo, tenemos noticias cruciales desde el búnker. Angelo, el hombre de Etna, nos ha contactado. Confirmó que la signorina Leila está todavía viva. Y tenemos su ubicación dentro del búnker de Matteo. Está muy mal herida."
El silencio de Mássimo fue ensordecedor. Por un momento, Alessio temió haber cometido un error, pero luego, la voz de Mássimo resonó, fría y cortante, cargada de una emoción que rara vez mostraba.
Mássimo dice con acento turinés, "Repite eso. ¿Leila… aún vive? ¿Estás seguro?"
Alessio dice con acento turinés, "Sí, Don Mássimo. Angelo la vio. Dijo que está agonizando, pero viva. En el tercer nivel del búnker."
Una respiración profunda al otro lado de la línea. Luego, la voz de Mássimo se volvió más dura, más calculada.
Mássimo dice con acento turinés, "Bien. Que nadie más se entere de esto, ¿entendido, Alessio? Nadie. Ni siquiera Etna. Esto… esto es un asunto mío. Voy a ese bunker. Prepara todo para mi llegada inminente. Y quiero que Marco y su equipo se mantengan en sus posiciones. Que no se atrevan a mover un músculo hasta que yo dé la orden."
Alessio asintió, aunque Mássimo no pudiera verlo.
Alessio dice con acento turinés, "Sí, Don Mássimo. Se hará."
Mássimo no dudó un instante. Se incorporó de un salto, la silla chirrió contra el suelo, y su rostro se endureció como roca pulida por el viento. Miró la pantalla del ordenador unos segundos, como repasando mentalmente cada ruta, cada hombre, cada posibilidad. Luego comenzó a hablar, sin levantar la vista, ordenando con esa calma que corta como un bisturí.
Mássimo dice con acento turinés, "Alessio, prepara el avión. Salgo en una hora. Marco, mantén tu equipo quieto. Nadie se mueve sin mi orden. Giorgio, vigila las comunicaciones; quiero silencio absoluto. Pietro, te necesito al frente conmigo. ¿irás? "
Alessio, en la línea, no ocultó la tensión, pero contestó con rapidez.
Alessio dice con acento turinés, "ya está listo, Don Mássimo. Jet privado en pista en menos de sesenta minutos. Marco y Giorgio han recibido la orden y permanecen en posición. Nada se va a mover."
Pietro, que había estado escuchando desde la puerta, se levantó con esfuerzo. La venda en el brazo se le veía frágil, pero su cara tenía la determinación de quien ha decidido expiar su culpa con actos.
Pietro dice con acento siciliano, "voy con usted, Don Mássimo. Si ella respira, yo la sacaré. Aunque tenga que caer io"
Mássimo lo miró un instante, leyendo la sinceridad en el gesto. Asintió, apenas.
Mássimo dice con acento turinés, "bien. Preparen lo imprescindible. Medicinas, vendas, analgesia. Noche cerrada, entrada rápida, salida más rápida. Y si alguien se interpone… recuerden por qué vamos."
El despacho se transformó en una maquinaria de precisión. y las órdenes fluyeron igual. Enrico ya había vuelto de Kotor y se presentó sin anuncio en el umbral, la sombra fiel. Llevaba un abrigo corto, botas listas, y en la mirada la misma promesa que había pronunciado mil veces: estar siempre.
Enrico dice con acento piamontés, "estoy listo, signore. Hombres en tierra, vehículos preparados. Sólo diga la orden. "
Mássimo recorrió la lista con el dedo sobre la pantalla: rutas alternativas, puntos de extracción, casas seguras en Kotor y Tivat. Marcó el búnker de Matteo como objetivo. Memorizó el número de niveles, las posibles defensas, la existencia de cámaras, la ventilación —el sistema que podrían usar para entrar si la frontalidad resultaba imposible.
Mássimo dice con acento turinés, "Subiremos en la noche. Rápido, letal si hace falta. Marco nos guiará desde la lejanía. Al final de la operación quiero a Leila con vida. ¿entendido?"
La voz de Pietro, rota por la fatiga pero firme, completó la orden.
Pietro dice con acento siciliano, "entendido, Don Mássimo. Si la veo… le juro, la saco de ese infierno."
La hora pasó como un latido. Hombres llegaron y se marcharon con bolsas negras al hombro: cofres con instrumentales médicos, maletines con documentación falsa, armamento camuflado en mochilas que parecían de escalada. Nadie hablaba más de lo indispensable. La tensión era un juramento compartido con su jefe.
Momentos más tarde. Un avión privado, oscuro como un fantasma en la noche sin luna, cruzó el cielo balcánico. Dentro, Mássimo y su equipo se movían con una calma tensa. Cada fibra de su ser gritaba, pero su rostro permanecía impasible.
Pietro revisaba su arma, el cañón brillando bajo la tenue luz de la cabina. La culpa de no haber protegido bien a Leila era una losa en su pecho.
Si Leila había sobrevivido a la crueldad de Matteo, él la sacaría de allí. Sería lo último que haría por ella.
Mássimo observaba la pantalla de su tablet, donde un mapa del búnker parpadeaba con puntos rojos, indicando la ubicación de las cámaras y los guardias conocidos. La entrada principal era un reto. Tenían que usar el conducto de ventilación, el mismo que Angelo había sugerido, aunque sería un descenso peligroso.
El avión aterrizó en una pista de tierra improvisada, oculta entre la densa vegetración. Las puertas se abrieron, y el aire frío de la noche los recibió. Los hombres se movieron con rapidez, descargando el equipo y dirigiéndose hacia el punto de encuentro.
Un zumbido rompió la tensa calma. Mássimo sacó su segundo teléfono satelital. El nombre de Salvatore brilló en la pantalla. Contestó, su voz un murmullo cortante.
Mássimo dice con acento turinés, "¿Qué sucede, Salvatore? ¿Algún problema en Catania?"
La voz de Salvatore, agitada, llegó con la estática del satélite.
Salvatore dice con acento siciliano, "¡Don Mássimo! ¡Es el refugio de la signorina Etna! Los hombres de Ferrari… están atacando. Mercenarios. Han rodeado el lugar."
El rostro de Mássimo se contrajo apenas. Sus ojos, fijos en el mapa parpadeante del búnker de Matteo, no se desviaron ni un milímetro. La información lo golpeó con la fuerza de un puño, pero su resolución no vaciló.
Mássimo dice con acento turinés, "Mantén la calma, Salvatore. ¿Hay heridos? ¿Etna está a salvo?"
Salvatore dice con acento siciliano, "No lo sabemos, Don Mássimo. Es un caos. Estamos intentando repelerlos, pero son muchos. Matteo los ha enviado."
Una respiración profunda. Mássimo cerró los ojos por un instante, la imagen posible de Leila agonizando en el búnker de Matteo grabada en su mente. No podía detenerse. No ahora. No por Etna.
Mássimo dice con acento turinés, "Salvatore, mantén la posición. Haz lo que sea necesario para proteger a Etna. No puedo enviar más refuerzos esta vez. Esta misión es prioritaria. Resiste. En cuanto termine aquí, me ocuparé de eso."
Mássimo Cortó la llamada sin esperar respuesta. Pietro, que había escuchado en silencio, sintió un escalofrío. La situación de Etna era grave, pero la prioridad de Mássimo era inamovible: Leila.

La victoria de Matteo.

De vuelta en el despacho de Matteo. Matteo, con una sonrisa de satisfacción, observaba la pantalla. Leila había sido arrastrada por los gemelos fuera, desmayada por el impacto de las imágenes. Solo él y Gianlorenzo permanecían, este último con la mirada pegada a la pantalla, un ligero brillo de interés en sus ojos.
En la pantalla, el caos de Catania era evidente. Los mercenarios de Ferrari se movían con brutal eficiencia, pero una figura destacaba entre el asalto: Etna. Kenia, una de las enviadas de Matteo, una mujer con la agilidad de una araña se abalanzaba contra Etna clabándole un cuchillo en la pierna.
Matteo, en su despacho, se rió con sarcasmo.
Gianlorenzo, sin apartar la vista de la pantalla, se encendió otro cigarro.
Gianlorenzo dice con acento siciliano, "Es buena. La araña tiene efisiencia."
Matteo sonrió, un brillo oscuro en sus ojos.
Matteo dice con acento siciliano, "Quiero que la traigan, Gianlorenzo. Quiero ver cómo esa putana se muere en mis manos."
En la pantalla, Etna y Kenia seguían luchando, un torbellino de golpes y esquives. La transmisión era un testimonio de la furia y la desesperación que se desataba en Catania.
Matteo, satisfecho con la escena, apagó la pantalla con un chasquido del control remoto. El zumbido de los drones y los ecos de la batalla cesaron, dejando la oficina en un silencio tenso. Se sirvió un trago de whisky, el sonido del hielo chocando contra el cristal el único ruido audible.
Matteo dice con acento siciliano, "Esto es cuestión de tiempo. Gianlorenzo, mejor encárgate de Leila. Que esta noche todo esto termine. Mi hija y la perra de su amiga dejarán de ser un problema para mí."
Gianlorenzo asintió, su rostro inexpresivo. Apagó el cigarro en el cenicero de mármol y se dirigió hacia la puerta, la sombra de su silueta alargándose por el pasillo. La crueldad de Matteo se había cumplido.
En la celda de Leila. Angelo se arrodilló junto a ella, su rostro pálido por el miedo. Sus manos, antes firmes y decididas, temblaban ligeramente mientras le daba suaves palmadas en la mejilla, intentando obtener alguna reacción. Angelo dice con acento siciliano, "Signorina Leila, por favor, reaccione. Don Mássimo viene por ti. Tienes que resistir", susurró, su voz apenas audible, un hilo de esperanza mezclado con la desesperación. Cada segundo que pasaba, el pulso de Leila se sentía más débil bajo sus dedos.
Piero, con la espalda pegada a la puerta de la celda, mantenía la vista fija en el pasillo. Escuchaba los pasos que se acercaban, el resonar de las botas militares contra el frío suelo de piedra, y el corazón le latía desbocado en el pecho. La vida de Leila pendía de un hilo, y el tiempo se agotaba cruelmente. Habían logrado llegar a la celda en un audaz movimiento, pero la presencia inminente de Gianlorenzo era una amenaza constante.
Angelo sabía que si no lograban reanimarla pronto, todo estaría perdido. Las palabras de Mássimo, prometiendo liberarla, resonaban en su mente, dándole la fuerza para seguir intentándolo. Angelo dice con acento siciliano, "Resiste, Leila. Por favor, resiste, " repitió Angelo, suplicante, mientras su vida se desvanecía ante sus ojos.
Gianlorenzo apareció por el pasillo, su mirada fría y analítica recorriendo a ambos hombres. Entró en la celda y se inclinó para cargar a Leila, cuyo pulso seguía débil.
Gianlorenzo dice con acento siciliano, "Llévenla al acantilado. Ya no le sirve a Don Matteo. Esta noche acaba todo."
Ambos hombres asintieron, sus rostros tensos. Gianlorenzo les hizo un gesto hacia la salida, y los dos se movieron para tomar a Leila de sus brazos. La cargaron con cuidado por el pasillo, sus pasos resonando en el silencio opresivo de la prisión. Gianlorenzo los siguió de cerca, su mirada de halcón fija en la figura inconsciente de Leila. La noche se cernía oscura sobre ellos, y el sonido lejano de las olas rompiendo contra el acantilado parecía susurrar el destino inminente.

Mássimo recupera su piccolina.

De pronto, un estruendo sacude todo el lugar. Una explosión lejana, seguida de inmediato por el inconfundible sonido de una balacera. Las ráfagas de disparos resuenan por los pasillos, acercándose. Gianlorenzo, con la mirada de halcón, reacciona al instante.
Gianlorenzo dice con acento siciliano, "¡Desháganse de ella! ¡Ahora mismo! ¡Que no quede rastro!"
Piero y Angelo, a pesar del temblor en sus manos, aprietan el paso, arrastrando a Leila por los pasillos. Saben que el asalto de Mássimo al búnker es inminente.
Gianlorenzo corrió a toda prisa por los pasillos, esquivando las balas que zumbaban a su alrededor. Sacó su pistola y comenzó a disparar sin pensar, buscando a Matteo en medio del caos. Mientras tanto, Piero y Angelo aprovecharon la confusión para acercar a Leila a una de las salidas del búnker.
Arrastraron a Leila, que seguía inconsciente, hacia un pasadizo lateral que conducía a una antigua salida de emergencia. Las explosiones resonaban, y los gritos de los hombres de Matteo se mezclaban con los disparos de los hombres de Mássimo.
Piero dice con acento siciliano, "Casi llegamos. ¡Resiste, Leila!"
La arrastraron por la puerta, que cedió con un chirrido metálico, revelando un túnel oscuro y húmedo. Las luces de emergencia parpadeaban tenuemente, guiándolos hacia el exterior. A lo lejos, se escuchaba la voz de Mássimo, dando órdenes con una frialdad implacable.
Mássimo se mueve y dispara con la brutalidad y ajilidad de un león, un león molesto, y que viene a casar, a recuperar lo que le pertenese, y que viene por venganza
Mássimo grita: "sáven cual es el objetibo, no dejen a nadie vivo!. Llegamos por un solo objetibo, y no nos irémos sin cumplirlo. está claro!.
El caos era total. Pietro, con una determinación inquebrantable, se abrió paso a través de los pasillos del búnker, la sed de encontrar a Leila alimentando cada disparo. Los guardias y mercenarios caían a su paso, sus gritos ahogados por el estruendo de los disparos y las explosiones. No había vacilación en sus movimientos, solo una furia implacable.
Mientras tanto, en otro sector del búnker, Mássimo se topó de frente con Gianlorenzo. El rostro del siciliano estaba contorsionado por la rabia, su arma apuntaba directamente a Enrico, quien se movía con agilidad felina para esquivar el ataque.
Gianlorenzo fijó su mirada en Mássimo, sorprendido.
Gianlorenzo dice con acento siciliano, "Marttini, qué, que hace aquí, cómo supo... "
Mássimo sonríe.
Mássimo solo sonrió, una sonrísa fría y calculada. Una sonrísa que no prometía nada bueno para Gianlorenzo y matteo. Ese segundo de sorpresa, fue tódo lo que mássimo necesitó. se lanzó contra él, mirándolo, con una cara tan desprobista de emociones que asustava.
Mássimo lo tomó del cuello firme mente, y con una patada directo en la pierna, lo hiso caér.
Mássimo dice con acento turinés, "sorprendído, lorenzo?."
Mássimo ahora sujetó con una sola mano. Mientras que sacó de su chaleco una ahuja. Le abrió demaciado los párpados y le clabó esta en ambos ojos con una jélidez muonstrosa.
Gianlorenzo soltó el arma mientras enrico cubría a Mássimo.
Un grito ahogado brotó de la garganta de Gianlorenzo, un sonido gutural de agonía y terror. Se retorció en el suelo, las manos desesperadas cubriéndose los ojos de donde brotaba un hilo de sangre, pero la oscuridad ya era absoluta. Mássimo lo soltó un momento con un gesto de desprecio, y Gianlorenzo quedó tirado, debatiéndose como un insecto moribundo.
Mássimo dice con acento turinés, "¿Donde está Leila, infeliz?. Habla, por que esto no es todo lo que te espera. "
Mássimo grita: "parla o te juro que te dejo sin los otros 4 sentidos, maldita basura..."
Gianlorenzo, a pesar del dolor que le desgarraba los ojos y la oscuridad que lo había engullido, soltó una risa gutural y llena de desprecio. Su cuerpo se sacudía en el suelo, pero una chispa de malicia se encendió en su voz.
Gianlorenzo dice con acento siciliano, "¿Leila? ¿La perra de Leila? Así que por eso estás aquí, Marttini. Por ella… por esa puta. Tu amor por ella, tu desesperación… Es patética."
Gianlorenzo se parte de risa.
Tosió, y luego, con una voz que intentaba ser burlona a pesar del hilo de sangre que le corría por la comisura de los labios, añadió.
Gianlorenzo dice con acento siciliano, "Si buscas a Leila… quizás la encuentres, sí. Pero no esperes que esté como la recordabas, Marttini. Io… y otros hombres… nos encargamos de que no le quedara nada de su belleza. Se revolcaba como una puta, rogando que pararan, ¿sabes? Gimiendo. Suplicando. Y lo disfrutamos. Cada segundo."
Su risa se volvió más estridente, una carcajada demente que resonaba en el pasillo, teñida de un sadismo absoluto.
Mássimo siente desgarrársele el corazón al escuchar eso, no es que no se lo imaginara. Pero tener la serteza de que la mujer que tanto amaba había sufrido tanto, y él sin saberlo por varios meses. Le causaba un gran dolor y una fuerte sed de hacerlos pagar a todos.
La ira de Mássimo estalló, una furia contenida por meses que ahora se liberaba con violencia inaudita. Sus ojos se oscurecieron, y un gruñido gutural escapó de su garganta. Se abalanzó sobre Gianlorenzo, cada golpe de su arma, cada puñetazo, era una descarga de la agonía que sentía. La sangre salpicó el suelo y las paredes mientras Gianlorenzo, ya casi ciego, solo podía retorcerse y gemir, sus alaridos de dolor se ahogaban bajo la furia implacable de Mássimo.
Mássimo dice con acento turinés, "¡Maldito bastardo!. "
Mássimo dice con acento turinés, "¡Tú y Matteo van a pagar por cada lágrima, por cada herida que le hicieron! ¡Lo juro. "
Enrico, con el rostro serio, observó la brutalidad de su jefe, pero no intervino. Sabía que Mássimo necesitaba liberar esa rabia. Cuando Gianlorenzo apenas respiraba, un amasijo de carne y huesos rotos, Mássimo se detuvo, exhausto y tembloroso, pero con la mirada aún cargada de un odio helado.
Mássimo dice con acento turinés, "Sáquenlo de aquí. Que se pudra en una de nuestras celdas. Todavía no he terminado con él. Le haré desear no haber nacido. Esto… esto es solo el comienzo. Nadie toca a la mia donna y vive para contarlo."
Enrico asintió y dos de sus hombres arrastraron el cuerpo inerte de Gianlorenzo, dejando un rastro de sangre. Mássimo se quedó de pie, respirando con dificultad, su mente solo enfocada en encontrar a Leila y en hacer pagar a todos los que la habían lastimado. La búsqueda en el búnker continuaba.
Las ráfagas de disparos seguían resonando en otros sectores del búnker, creando una sinfonía caótica de destrucción. Matteo, con el rostro descompuesto por el pánico, intentaba escapar por el mismo pasillo donde Piero y Angelo arrastraban a Leila. Sus ojos se abrieron con sorpresa y una furia inaudita cuando reconoció a Pietro, quien se acercaba desde afuera, su mirada clavada en la figura casi sin vida de Leila.
Matteo, en un segundo, ató cabos. Comprendió el engaño, la traición. Los gemelos, sus hombres de confianza, nunca habían estado de su lado. Eran infiltrados, espías de Mássimo, o de etna y la ira lo consumió.
Matteo dice con acento siciliano, "¡Piero! ¡Hijo de puta! ¡Traidor! ¡Sabía que había una rata en mi búnker!"
Matteo levantó su arma, apuntando a Piero, pero la rápida intervención de Angelo, quien se interpuso, lo detuvo. El pasillo se convirtió en un torbellino de movimientos. Pietro, con la vista fija en Leila, se lanzó hacia los gemelos, ignorando las balas que silbaban a su alrededor.
Pietro dice con acento siciliano, "¡Déjenla! ¡Yo me encargo!"
Matteo dice con acento siciliano, "A quien tenemos de nuevo aquí intentando ser hérue. "
Matteo vuelbe a apuntar con su arma pero esta vez, a Leila mientras se ríe de Pietro.
Matteo dice con acento siciliano, Acércate, y la mato. "
Pietro se detuvo en seco, el pánico reflejado en sus ojos al ver el arma de Matteo apuntando a Leila.
Matteo dice con acento siciliano, "¿cuando vas a entender que solo eres un Estorbo en la vitta de Leila Pietro, que esta puta que ves aquí, nunca será tuya. Pierdes el tiempo, no pudiste salvarla esa noche y no puedes ahora."
Matteo dice con acento siciliano, "nunca tuviste las agallas para meterla en tu cama. Solo fuiste su sombra, su títere. Y ahora quieres rescatarla como principessa de cuento, que patético te ves."
Pietro no respondió. Su mirada, una mezcla de dolor y furia contenida, se fijó en Leila, en las marcas de su sufrimiento. Vio las heridas, la palidez de su piel, el cabello apelmazado, y cada una de esas señales se clavó en su corazón. En un destello, le hizo una seña a Angelo, un movimiento apenas perceptible con la cabeza. Angelo comprendió al instante.
Mientras Matteo, eufórico por su crueldad, levantaba el arma y disparaba, Pietro se interpuso sin dudarlo. El impacto directo lo arrojó hacia atrás, pero antes de que cayera, Piero se abalanzó sobre Matteo. La fuerza de su golpe fue brutal, arrancándole el arma de las manos y haciendo que el líder siciliano cayera al suelo con un sonido de sorpresa y dolor. La prioridad de Pietro era Leila, siempre Leila.
Elgrito de Mássimo resonó por el pasillo, un trueno de furia que detuvo a Matteo en seco.
Matteo intentaba inútilmente levantarse,. Mientras Otros hombres ayudaban a sacar a Pietro y a Leila que seguía resguardada por Angelo.
Mássimo grita: "no te atrevas a levantarte, ferrari!. "
Matteo dice con acento siciliano, "¡Marttini! ¿Cómo demonios...? ¿Estás aquí por esta basura? ¡Leila es mía! Io hago lo que quiera con lei. "
Mássimo apareció, hecho una furia. Ya no dejó nisiquiera hablar más a Matteo. Mássimo lo patió con firmeza en su costado, justo donde savía que matteo avía enfermado este último tiempo. Después de la patada, lo levantó como si nada mirándolo a los ojos.
Mássimo miró a sus hombres antes de hablar. Ignoró las palábras de matteo, su mente tomando desiciónes a mil por segundo.
Mássimo dice con acento turinés, "vállanse, llévenzela de aquí. Llévenla a un lugar seguro. Deve de ser atendida médicamente. Vállanse ya. Yo me encargaré de lo que queda del supuesto lider de sicilia."

Duelo que ajusta cuentas.

Punto de vista: Mássimo.

Mientras sus hombres se llevaban a Leila, Mássimo apretó el agarre en el cuello de Matteo. La rabia, contenida durante tanto tiempo, se desató en cada músculo de su cuerpo. Matteo intentaba forcejear, sus ojos inyectados en sangre, pero la fuerza de Mássimo era abrumadora.
Mássimo lo empujó contra una pared sercana. Su puño inpactó contra el rostro de matteo por primera vez. Sus ojos eran de un enloquezido total. Sí mássimo tenía la fama de ser sanguinário ahora la tendría al triple. Después del puñetaso, le dió dos patadas en las piernas haciéndolo caer de nuevo, pero sin soltarlo totalmente.
Mássimo dice con acento turinés, "mírame. "
Mássimo grita: "ten huebos y mírame! cabrón!. "
Matteo, sorprendido y debilitado por los golpes y el alcohol que tenía en su cuerpo, abrió grande los ojos mirándolo con desafío.
Mássimo sonríe.
Mássimo sonrió. Una sonrísa de sovervia, de saver que por más que se penzaba que esto sería una batalla pareja. En realidad matteo, hoy dejaría de respirar en sus manos.
Mássimo dice con acento turinés, "eso, eso es!. "
Mássimo grita: "Quiero que tengas huevos, cabrón. Mira al hombre que va a quitarte tu miserable y patética vida. Con los mismos huevos que tuviste para vender y secuestrar niñas inocentes, con los mismos que tuviste para asesinar civiles, con esos, que tuviste para casi asesinar a tu propia hija. Con esos. Con esos quiero verte. Quiero verte con el mismo valor, cabrón. Quiero que tengas los mismos pantalones para enfrentarte a alguien que no está solo a tu nivel, sino por encima de ti. De un verdadero jefe de la mafia".
Mássimo sonríe con crueldad, con una maldad que solo matteo, solo él puede reconoser.
Matteo dice con acento siciliano, "no me inporta morir. Leila también se morirá, Leila no va ser la misma. La he destruído por dentro, y esa satisfacción me queda, que nunca fue ni será feliz Marttini. "
Mássimo se parte de risa.
Mássimo dice con acento turinés, "¿Sabes cuál es tu error? Que tú creaste a alguien muy fuerte. Pero esa fuerza se puso en tu contra al ver la mierda que eras. Ten por seguro que Leila va a recuperarse. Y sabes por qué estás tan molesto: porque en el fondo, muy en el fondo, lo sabes."
Mássimo lanzó otra patada que hiso que matteo se doblara de dolor
Mássimo dice con acento turinés, "¿Sabes algo? Hoy no solo voy a vengar a Leila. No solo voy a vengar a cada víctima de tu maldito imperio, no solo actúo en memoria de todos los que destruiste."
Matteo dice con acento siciliano, "Leila solo es una zorra, una traidora de su propia sangre. Nunca supo llebar mis negocios, ni mi apellido.
Mássimo dice con acento turinés, "Esto va en memoria de Etna, de Pietro, de Carlo, de Maurizio, y por sobre todo, ¡por Leila! Pero esto, también es seguir una tradición familiar. ¿Lo recuerdas?"
Mássimo dice con acento turinés, "pues hablando de apeídos. saves quien fue el único que puso de rodillas al covarde de tu padre, y hasta lo secuestro? saves?"
Mássimo dice con acento turinés, "saves quien fue y aparentemente lo sigue siendo"
Mássimo dice con acento turinés, "la pesadilla de tu padre y de tus putos ancestros"
Mássimo dice con acento turinés, "¿Pues hablando de apellidos, sabes quién fue el único que puso de rodillas al cobarde de tu padre y hasta lo secuestró? ¿Sabes?"
Mássimo dice con acento turinés, "Sabes quién fue y aparentemente lo sigue siendo".
Mássimo dice con acento turinés, "La pesadilla de tu padre y de tus putos ancestros".
Mássimo dice con acento turinés, "giancarlo marttini. "
Mássimo sonríe.
Matteo lo mira con desprecio y rencor.
Mássimo dice con acento turinés, "Mi padre, en paz descanse, hoy mira desde arriba con satisfacción, no solo cómo llevo el apellido a la gloria, sino cómo sigo la tradición familiar, humillando una vez más lo que queda de tu apellido."
Mássimo dice con acento turinés, "de tu maldita familia, si es que así se le puede llamar"
Mássimo dice con acento turinés, "Deberías de agradecer que todavía te estoy dando la oportunidad de pelear por tu vida, y que te doy la oportunidad de enfrentarte a mí, como hombre, aunque tú no lo seas, de jefe a jefe."
Matteo dice con acento siciliano, "Por eso la enamoraste y te acostaste con la puta de mi hija, verdad. Todo esto es tu plan, Marttini. "
Mássimo se levantó, mirándolo desde el suelo con desprécio, soltándolo.
Mássimo dice con acento turinés, "Hmm, puede ser, tal vez, pero dime algo. ¿Crees que vendría hasta acá para rescatarla pudiendo destruirte de formas más sencillas?"
Mássimo dice con acento turinés, "la verdad te dejaría que lo pienses, pero tu caveza no da lo suficiente para encontrar la respuesta. Ahora, levántese y pelée como hombre. "
Matteo niega con la cabeza sin mostrar rendición.
Matteo se limpió la sangre que le chorreaba por la ceja abierta, escupiendo un hilo rojo sobre el mármol. Sus labios se curvaron en una sonrisa torcida, de esas que solo nacen del odio más profundo.
Matteo dice con acento siciliano, "Va bene, Marttini… si quieres que me levante, lo haré. Pero no te equivoques… no me arrastrarás como a un perro. Te mataré con mis propias manos."
Con un esfuerzo que parecía sobrehumano, Matteo se apoyó en la pared, incorporándose tambaleante. El olor a alcohol y sangre lo envolvía. Sus ojos estaban enloquecidos, como brasas apagándose, pero aún ardientes.
Mássimo lo observó de pie, erguido como una sombra imponente. Su mirada era la de un juez que ya había dictado sentencia.
Mássimo dice con acento turinés, "Vamos, cabrón. Hoy se acaba tu apellido, y contigo se entierra la última piedra podrida de los Ferrari."
Matteo lanzó un rugido y se abalanzó, su puño derecho impactó en el costado de Mássimo. El golpe fue fuerte, pero apenas logró hacerlo retroceder un paso. Mássimo respondió con un derechazo seco en la mandíbula, el crujido del hueso resonó en el búnker.
Ambos se enfrascaron en un combate brutal, sin armas, solo carne contra carne, odio contra odio. Los muros retumbaban con los golpes, el eco metálico del búnker amplificaba cada impacto.
Matteo, jadeando, logró sujetar a Mássimo por el cuello, empujándolo contra la pared. Sus ojos inyectados de rabia se encontraron una última vez con los del turinés.
Matteo dice con acento siciliano, "¡Yo soy Ferrari! ¡Mi nombre jamás morirá!"
Mássimo, con una calma gélida, apretó sus manos sobre los brazos de Matteo y con un movimiento de pura fuerza lo quebró, liberándose. Lo tomó del cuello, lo levantó unos centímetros del suelo.
Mássimo dice con acento turinés, "Los Ferrari murieron contigo, Matteo."
Y sin dudar, le estampó la cabeza contra la pared de mármol. Una, dos, tres veces. El cráneo crujió bajo el impacto final. Matteo cayó de rodillas, tambaleándose, la vida escapando de sus ojos.
Mássimo lo sostuvo por el cabello, obligándolo a mirarlo una última vez.
Mássimo dice con acento turinés, "Este es el legado Martini. Que quede claro en el infierno."
Y con un giro certero, le partió el cuello. El cuerpo de Matteo se desplomó pesadamente en el suelo, inerte, como un muñeco roto.
El silencio que siguió fue absoluto. Solo se escuchaba la respiración agitada de Mássimo, el goteo de la sangre sobre el mármol y los ecos de la batalla que aún resonaban a lo lejos en el búnker.
Mássimo se pasó una mano por el rostro sudoroso, manchado de sangre ajena. No sonrió. No había gloria en aquella muerte, solo justicia tardía.
Mássimo dice con acento turinés, en un murmullo, "Por Leila…"
Enrico se acercó a su jefe, sus ojos escudriñando el pasillo en busca de más amenazas. La pelea había dejado un rastro de destrucción, pero la calma de Mássimo, aunque tensa, era un ancla.
Enrico dice con acento piamontés, "Hemos asegurado el perímetro. La señorita Leila está a salvo, bajo atención médica. Pietro está muy mal herido junto a ella."
Mássimo asintió lentamente, la mención de Leila suavizando la rigidez de su expresión por un instante. Se agachó y recogió el arma de Matteo del suelo, arrojándola sin miramientos a un lado.
Mássimo dice con acento turinés, "Bien. Que Gianlorenzo sea el último en respirar aquí. Reúnan a nuestros hombres. Nos vamos."
El aire se llenó con el sonido de pasos apresurados y órdenes susurradas. Los hombres de Mássimo se movían con eficiencia, barriendo el búnker en busca de cualquier rezago de resistencia. El silencio se cernía sobre el cuerpo de Matteo, un recordatorio sombrío del fin de un imperio. La venganza había sido servida, pero la herida de Leila permanecería, un eco silencioso de la oscuridad que habían enfrentado.
Larabelle Evans
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Re: El inperio del Nortte.

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Noche llena de amor y dolor.

Punto de vista: Mássimo.

La puerta se cerró con suavidad, y el leve chirrido de las bisagras fue lo último que interrumpió el silencio. Los pasos de Elena y Nuria se alejaron por el pasillo, dejando tras de sí el rumor distante de indicaciones médicas y papeles que se ordenaban. El cuarto quedó sumido en una quietud pesada, apenas interrumpida por el bip regular del monitor cardíaco y el zumbido de la bomba de infusión.
Mássimo permaneció de pie unos segundos, inmóvil frente a la cama. El aire olía a desinfectante y a la humedad metálica de los sueros. La figura de Leila, tendida bajo la sábana blanca, parecía demasiado frágil para contener la historia de la mujer que había incendiado su mundo.
Finalmente se acercó. Tiró la chaqueta sobre el respaldo de una silla y se dejó caer en la butaca junto a ella. Sus codos descansaron en las rodillas, la cabeza en las manos. Durante un largo minuto no hubo palabras, solo la respiración entrecortada de él, pesada, como si cada exhalación le arrancara un pedazo de costado.
Leila abrió los ojos lentamente. Su mirada se movió de un lado a otro, sin anclarse en nada, sin reconocerlo. Ese vacío lo golpeó con la fuerza de un martillo.
Mássimo dice con voz ronca, casi inaudible, “Sei qui… eppure non ci sei…”
Le tomó la mano con cuidado, temiendo quebrarla. Era delgada, huesuda, la piel marcada por cicatrices y pinchazos. La acarició con el pulgar, buscándola, como si el contacto físico pudiera arrancarla de aquel abismo donde estaba atrapada.
Mássimo dice con acento turinés, “me ensucié de nuevo con sangre, me hundí en la guerra… y todo por traerte de vuelta. Y ahora que te tengo… no me tienes tú a mí.”
Su voz se quebró en la última palabra. Cerró los ojos, inclinando la frente hasta rozar los nudillos de su propia mano que aún sostenía la de ella.
El monitor emitió un pitido más fuerte cuando Leila movió levemente los dedos. Fue apenas un espasmo, pero para Mássimo fue suficiente para levantar la cabeza con rapidez, esperanzado. Sus ojos buscaron los de ella, pero lo único que encontró fue ese mismo vacío ausente, como un cristal empañado que no deja ver el otro lado.
Mássimo dejó escapar un suspiro largo, cargado de impotencia.
Mássimo dice con acento turinés, “Non ti lascio. Non ora. Non mai.”
Se recostó hacia atrás, apretando aún más la mano de Leila. Afuera, los motores del convoy ya se habían perdido en la distancia, llevando a Pietro de regreso a Sicilia.
Mássimo se acomodó en la butaca, como si su cuerpo entero se derrumbara contra ella. No soltó la mano de Leila; era lo único que le anclaba, lo único que lo mantenía de pie en medio de aquella devastación. La miró largo rato, memorizando cada línea de su rostro, cada sombra en su piel, cada silencio de su mirada ausente.
Mássimo dice con voz quebrada, “Creí que estabas muerta… ¿sabes? Meses atrás, cuando todo explotó, cuando recibí aquella llamada y dijeron que no había quedado nada de ti… algo dentro de mí se apagó. No era un hombre, Leila. Era un espectro que caminaba con tu nombre tatuado en el pecho. Me juré que nunca iba a volver a amar… porque ya lo había hecho, y había perdido.”
Se inclinó hacia adelante, con los ojos brillantes, la frente apoyada contra la sábana, como un niño que busca consuelo en un regazo que ya no responde.
Mássimo dice con acento turinés, “Pasé noches enteras caminando por la villa, buscando tu voz en las paredes, oliendo tu perfume en los corredores vacíos. Era una locura. Tu ausencia se me metió en los huesos, en la sangre, en cada respiración. Pensaba en tus ojos, en la forma en que sonreías aunque el mundo estuviera en ruinas. Pensaba en tus manos, en cómo me tocabas sin miedo… Y me dolía tanto, Leila, me dolía más que cualquier bala.”
Sus dedos apretaron los de ella con fuerza, casi temiendo que en cualquier momento pudiera desvanecerse otra vez.
Mássimo dice con voz rota, “Ti amo, Leila. Ti amo da sempre. No lo digo para que me escuches, ni para que me respondas. Lo digo porque si no, me muero aquí mismo, a tu lado, de lo que me guardé tanto tiempo. No hay guerra, ni venganza, ni Ferrari, ni Martini, ni nada que me importe más que esto: tú. Tú eres mi única verdad en este mundo podrido.”
Alzó la vista hacia ella, con lágrimas contenidas. Leila seguía ausente, sus ojos vagaban sin enfoque, pero un parpadeo lento lo obligó a sostener la esperanza como un náufrago se aferra a una tabla.
Mássimo acercó sus labios a la frente de ella, depositando un beso largo, tembloroso, un ruego disfrazado de caricia.
Mássimo dice con acento turinés, “Vuelve a mí, amore mio. Llévate mi fuerza, mi voz, mi vida si es necesario… pero vuelve. No puedo soportar otro día creyendo que te pierdo.”
Mássimo permaneció inclinado sobre ella, con los labios aún rozando su frente, hasta que la falta de respuesta lo obligó a apartarse lentamente. No hubo movimiento, ni un murmullo, ni siquiera un reflejo de conciencia en sus ojos. Solo la respiración débil y rítmica, asistida por los calmantes y el agotamiento, lo mantenían seguro de que seguía con vida.
Se dejó caer contra el respaldo de la butaca, llevando una mano al rostro para cubrirse los ojos en un gesto de derrota. El silencio lo devoraba todo, y lo hacía insoportable porque, aunque la tenía delante, era como si aún siguiera enterrada en aquel infierno del que apenas había sido arrancada.
Mássimo dice con voz baja, casi un susurro, “¿Sabes qué es lo peor? Que ni siquiera ahora sé si alguna vez me escucharás. Tal vez estoy hablándole a un muro, a una sombra de ti. Pero prefiero mil veces este silencio, esta ausencia viva… que aquel vacío absoluto de cuando creí que estabas muerta.”
Respiró hondo, clavando la mirada en el techo, como si necesitara contener el grito que pugnaba por salir. La habitación olía a desinfectante, a hierro seco, a todo menos a ella. Y sin embargo, era el lugar donde más presente la sentía.
Bajó la voz aún más, casi en una plegaria:
Mássimo dice con acento turinés, “Te amo, Leila… aunque no regreses a mí, aunque tus ojos nunca vuelvan a reconocerme. Te amo porque es lo único que sé hacer. Y si tengo que vivir con esta versión rota de ti… lo haré. No voy a soltar tu mano nunca más.”
Apretó suavemente sus dedos, buscando transmitirle calor, vida, presencia. Pero Leila permaneció inmóvil, prisionera todavía de un mundo interior que nadie podía alcanzar.
El reloj de la pared avanzaba con un tic-tac implacable, y Mássimo se quedó allí, hundido en el mutismo de la habitación, como un centinela condenado a vigilar las ruinas del único amor que había tenido.
Larabelle Evans
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Re: El inperio del Nortte.

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Venganza hecha esculturas.

Punto de vista: Mássimo.

El reloj marcaba las doce con treinta. La luz del mediodía atravesaba los ventanales del despacho de Mássimo, tiñendo de ámbar el suelo de mármol y las paredes cubiertas de estanterías repletas de documentos y libros antiguos. El aire olía a café recién molido y a madera encerada. Sobre el escritorio, entre informes de exportación y cartas firmadas por distribuidores de Milán, Berlín y Marsella, reposaba una copa de cristal con un resto de whisky ámbar que reflejaba los destellos del sol.
Mássimo permanecía sentado tras el gran escritorio de nogal, revisando en silencio los registros de envío. Su atención se desplazaba de una pantalla a otra, comprobando las rutas del cargamento de chocolate hacia las principales ciudades de Italia y del extranjero. En su rostro se notaba el cansancio acumulado de las últimas semanas, pero también la concentración férrea del hombre que había reconstruido un imperio con sus propias manos.
Por primera vez en semanas, el despacho no estaba invadido por el caos de médicos, informes ni llamadas de emergencia. Chyara se había encargado de Leila desde la mañana, permitiéndole a él, por unas horas, ocuparse de lo que mejor sabía hacer: controlar el flujo de su negocio con la precisión de un reloj suizo.
Aun así, su mente no lograba desligarse del piso superior. Cada tanto, el silencio del despacho se veía interrumpido por el golpeteo de su dedo índice sobre la superficie de la mesa, un tic que solo aparecía cuando su pensamiento se desviaba hacia Leila.
Desde su ventana podía ver el ala donde ella reposaba. Y cada vez que el viento movía las cortinas blancas, sentía un nudo en el pecho.
Mássimo murmuró con voz baja, el acento turinés marcado por la nostalgia:
Mássimo dice con acento turinés, “Non è giusto, Leila… nada de lo que hago te devuelve lo que perdiste. Pero te juro que no quedará uno solo impune.”
El sonido de un golpeteo suave en la puerta lo arrancó de sus pensamientos.
Rodrico apareció en el umbral, con la mirada seria y el porte rígido de quien trae noticias que pueden alterar el equilibrio de la casa.
Mássimo levantó la vista lentamente, sin disimular el cansancio.
Mássimo dice con acento turinés, “Adelante, Rodrico.”
Rodrico avanzó unos pasos, manteniendo siempre el respeto que lo caracterizaba.
Rodrico dice con acento turinés, “Señor… ya tenemos a los tres hombres restantes. Fueron localizados esta mañana en las afueras de Palermo. Domenico estaba con ellos.”
El silencio cayó como un golpe seco.
El aire pareció espesarse dentro del despacho.
Mássimo apoyó los codos sobre el escritorio, entrelazó los dedos y permaneció inmóvil unos segundos. Su mandíbula se tensó, el músculo del cuello se marcó. Luego, con voz grave, apenas contenida, habló:
Mássimo dice con acento turinés, “¿Estás completamente seguro?”
Rodrico asintió.
Rodrico dice con acento turinés, “Sí, signore. Los tres. Uno intentó escapar. El otro estaba escondido en una bodega vieja. Los tenemos en el sótano, junto con Gianlorenzo.”
Mássimo se recostó hacia atrás en el sillón de cuero, exhalando lentamente. Sus ojos oscuros, cargados de una calma peligrosa, se clavaron en la pared frente a él.
En su mente, las imágenes se sucedieron como una descarga: los informes, las cicatrices en el cuerpo de Leila, los días que la creyó muerta, el llanto ahogado en el silencio del cuarto.
Mássimo se levantó despacio, caminó hacia la ventana y observó los jardines bañados por el sol.
Mássimo dice con acento turinés, “Finalmente… el círculo se cierra.”
Rodrico se mantuvo firme, pero su respiración era tensa.
Rodrico dice con acento turinés, “¿Desea que los mantengamos allí hasta la noche?”
Mássimo giró lentamente, sus pasos firmes resonando sobre el mármol. Su mirada era la de un hombre que no había olvidado el precio del dolor.
Mássimo dice con acento turinés, “Sí. Nadie los toca hasta que yo baje. Quiero verlos con mis propios ojos.”
Rodrico asintió.
Rodrico dice con acento turinés, “Como ordene, signore.”
Antes de salir, Mássimo añadió en tono más bajo, pero helado:
Mássimo dice con acento turinés, “Y asegúrate de que no falte nadie. Quiero que Gianlorenzo esté consciente. No quiero excusas esta vez.”
Mássimo dice con acento turinés, “Ordena que bajen las máquinas de cera.
Rodrico inclinó la cabeza y se retiró, cerrando la puerta tras de sí con discreción.
Mássimo permaneció solo nuevamente.
Apoyó ambas manos sobre el escritorio y bajó la cabeza, respirando hondo.
El sonido distante de los pájaros llegaba desde los jardines, pero no lograba calmar la tormenta que hervía dentro de él.
La hora de Vengar a Leila por tantas torturas y violaciones había llegado.
Tomó su móvil y escribió un mensaje corto, directo, con los dedos firmes:
A Chyara:
“¿Cómo está Leila? Necesito que no la dejes sola. Hoy no podré subir por un tiempo. Dile que estoy ocupado con los envíos. No debe preocuparse por nada.”
Mássimo Apretó enviar y se dejó caer en el sillón, cerrando los ojos unos segundos.
El sol seguía entrando por la ventana, bañando su rostro cansado, pero dentro de él solo había sombra.
Sabía que la justicia de los tribunales nunca bastaría para lo que le hicieron a Leila.
Y esa tarde, mientras la villa respiraba en calma, él comenzaba a preparar su propio juicio.
Por la noche.
El corredor subterráneo olía a humedad y hierro.
Las luces amarillas del pasillo parpadeaban con un zumbido intermitente, iluminando a ratos los muros de piedra y los viejos conductos de ventilación que recorrían el techo. El eco de los pasos de Mássimo resonaba acompasado, pesado, implacable.
Cada paso lo acercaba más a lo inevitable.
Rodrico caminaba un metro detrás, en silencio. Los dos hombres de seguridad que custodiaban la entrada del sótano se cuadraron al verlo pasar, con el rostro tenso, sin atreverse a levantar la vista.
—Aprite —ordenó con voz baja.
El cerrojo metálico chirrió. La puerta de acero se abrió, liberando un aire denso, cargado del olor agrio de sudor y miedo.
Dentro, la luz era escasa. Solo una bombilla colgante alumbraba el centro del cuarto, lanzando sombras alargadas sobre el suelo de cemento. En un rincón, tres hombres permanecían arrodillados, las manos atadas a la espalda. Uno de ellos —Domenico— levantó la cabeza con dificultad. El rostro hinchado, el labio roto, los ojos vidriosos. A su lado, los otros dos respiraban entrecortado, con la piel marcada por los días de encierro.
Más al fondo, una celda más pequeña.
Detrás de los barrotes, Gianlorenzo.
Mássimo avanzó despacio hasta quedar frente a ellos. No habló de inmediato. Solo los miró. Sus ojos, oscuros y quietos, parecían más fríos que el metal que los rodeaba.
El silencio era tan pesado que se oía el zumbido de la bombilla.
Domenico fue el primero en romperlo, con la voz temblorosa.
—Signore Marttini… por favor… fue un error… nosotros… no sabíamos quién era ella…
El golpe seco contra el suelo lo hizo callar.
Mássimo no había levantado la voz, pero el gesto bastó para imponer silencio.
Mássimo dice con acento turinés, ¿Un error? —repitió despacio, con un tono casi amable—.
Mássimo dice con acento turinés, Un error es derramar un cargamento. Un error es perder una factura… —dio un paso más—.
Mássimo dice con acento turinés, Pero lo que ustedes hicieron… eso no tiene nombre.
Su acento turinés se volvió más denso, casi gutural.
Mássimo dice con acento turinés, La violaron. La humillaron. La dejaron casi morir. Y todavía tienen el valor de seguir respirando en mi casa.
Rodrico se mantuvo firme detrás, esperando una orden.
Mássimo lo miró apenas un segundo.
Mássimo dice con acento turinés, Chiudi la porta.
El sonido del cerrojo resonó, sellando la habitación.
Mássimo se acercó a Domenico hasta quedar a menos de un metro. Lo observó con una calma aterradora, la misma que precede a una tormenta.
Mássimo dice con acento turinés, Tú eras el que hablaba con Gianlorenzo. El que la violó en Montenegro cuando estaba drogada.
Domenico bajó la cabeza, temblando.
—Signore, io… Fueron órdenes de Don Matteo Ferrari.
El golpe lo interrumpió.
Mássimo le dió una fuerte patada que lo hizo doblarse del dolor.
Su voz bajó hasta volverse un hilo helado.
Mássimo dice con acento turinés, Ustedes tres fueron la mano que tocó lo que era sagrado.
Caminó hacia la celda donde estaba Gianlorenzo.
El hombre, con el rostro demacrado y los ojos hundidos, lo observaba con una mezcla de odio y temor.
Finalmente ti vedo, bastardo —susurró Mássimo.
Gianlorenzo sonrió apenas, con cinismo.
Gianlorenzo dice con acento siciliano, ¿Y qué vas a hacer, Marttini? ¿Juzgarme tú mismo?
Gianlorenzo dice con acento siciliano, Leila Fue mia y no me vas a quitar esa satisfacción. La hize sufrir, la ví retorcerse de dolor, o talvez era placer lo que sentía la muy zorra.
Mássimo se inclinó levemente, apoyando una mano sobre los barrotes.
Mássimo dice con acento siciliano, No. No voy a juzgarte. —Sus ojos brillaron con una calma siniestra—. Ya lo hiciste tú mismo cuando tocaste lo que amaba.
El silencio volvió.
Solo se oía el goteo constante de una tubería.
Mássimo se giró hacia Rodrico.
Mássimo dice con acento turinés, Tráeme la máquina de cera. Y cierren todas las salidas. Nadie entra ni sale sin mi permiso.
Rodrico asintió y salió, dejando el eco de sus pasos perdiéndose en el pasillo.
Mássimo volvió la mirada a los hombres arrodillados. Caminó lentamente alrededor de ellos, como un depredador que estudia a su presa.
Mássimo dice con acento turinés, Hoy no habrá gritos. Ni ruido. Nadie sabrá lo que pase aquí abajo. Pero ustedes van a entender lo que significa el silencio… el mismo silencio que ella sufrió.
Su voz se quebró apenas al pronunciar ella. Fue un segundo, imperceptible, pero suficiente para mostrar la grieta detrás de la furia.
El rostro de Leila apareció en su mente, inmóvil, frágil, envuelto en las sábanas blancas del cuarto del piso superior.
Mássimo cerró los ojos un instante y murmuró apenas:
Mássimo murmura con acento turinés, Per te, amore mio… tutto per te.
Rodrico regresó con las máquinas. Dos aparatos de metal, pesados y ruidosos, que colocó con precisión en el centro del cuarto. Los hombres arrodillados levantaron la vista, sus rostros desfigurados por el pánico. El zumbido de las máquinas se unió al golpeteo intermitente de la bombilla, creando una melodía macabra.
El primer aparato comenzó a calentar la cera, un líquido espeso que burbujeaba lentamente en el recipiente. El olor dulce y denso de la cera caliente se mezcló con el sudor y el miedo. Domenico, con los ojos inyectados en sangre, intentó hablar, pero solo un gemido escapó de sus labios rotos.
Gianlorenzo, desde su celda, observaba con una expresión indescifrable, aunque un temblor casi imperceptible recorría su cuerpo.
Mássimo sonrió, una sonrisa fría que no llegó a sus ojos. Caminó hacia el primer prisionero, un hombre joven que lloraba en silencio, con la cabeza gacha.
Mássimo dice con acento turinés, "¿Ven? Esto no es tan diferente al trato que ustedes le dieron a Leila. Solo que ella no tenía la opción de rogar."
El hombre levantó la cabeza, sus ojos suplicantes.
Donatto dice, "¡Por favor, signore! ¡No sabíamos, se lo juro por mi madre! ¡Matteo nos obligó!"
Mássimo se inclinó, su voz apenas un susurro, pero cargada de una amenaza glacial.
Mássimo dice con acento turinés, "Tu madre no estaba allí cuando mi mujer gritaba. Tu madre no la vio desangrarse."
Dio un paso hacia la máquina de cera, que ya emitía un vapor fino. El líquido ámbar dentro del recipiente brillaba bajo la luz tenue.
Mássimo dice con acento turinés, "Rodrico, asegúrate de que todos vean el proceso. No quiero que se pierdan ni un solo detalle."
Rodrico asintió, su rostro impasible. Ajustó una de las máquinas, el sonido del metal rozando contra el suelo reverberó en el sótano. Los prisioneros se encogieron, sus súplicas ahora eran murmullos ahogados por el terror.
Mássimo volvió a posar su mirada en Domenico, que ahora temblaba incontrolablemente.
Mássimo dice con acento turinés, "Tú eres el que mejor recuerda el tacto. ¿Verdad, Domenico?"
Domenico cerró los ojos, lágrimas mezcladas con sangre rodando por sus mejillas. "¡No... signore... no...!"
Mássimo disfrutaba de cada instante, del miedo que se reflejaba en los ojos de esos hombres. Era una sed de venganza que había guardado durante demasiado tiempo, una promesa silenciosa hecha a la mujer que amaba.
Mássimo dice con acento turinés, "Hoy, el silencio hablará por sí mismo. Y ustedes lo escucharán, fuerte y claro."
La máquina de cera zumbaba con intensidad. Rodrico, con guantes de cuero, sostuvo firmemente al joven Donatto, que forcejeaba y gritaba, pero sus lamentos eran apenas audibles. El olor dulce y empalagoso de la cera caliente se hizo insoportable, mezclándose con el sudor frío del pánico.
Mássimo tomó el cazo metálico y, con una lentitud premeditada, sumergió la mano de Donatto en la cera hirviente. El grito ahogado del hombre resonó en la habitación, un sonido gutural, más animal que humano. La piel se contrajo al contacto, burbujeando, y un humo leve se elevó en el aire.
Gianlorenzo, desde su celda, observaba con los puños apretados. Su rostro, antes cínico, ahora reflejaba un miedo helado. Domenico y el otro prisionero se retorcían en el suelo, sus ojos fijos en el espantoso espectáculo, incapaces de apartar la mirada.
Mássimo retiró la mano de Donatto, ya cubierta por una capa gruesa y brillante de cera que se solidificaba rápidamente. El hombre cayó al suelo, convulsionando, con el brazo deformado y la boca abierta en un grito silencioso. La cera se había adherido a la piel, atrapando el dolor.
Mássimo dice con acento turinés, "¿Lo sientes, Donatto? Este es solo el principio. Un recordatorio del tacto, de las marcas que ella sufrió, pero sin el privilegio de la inconsciencia."
Luego, se volvió hacia Domenico, sus ojos oscuros cargados de una furia implacable.
Mássimo dice con acento turinés, "Tú, Domenico, serás el siguiente. Quiero que recuerdes cada detalle, cada sensación. La violaste, la drogaste, la dejaste rota en una bodega. Hoy, la bodega eres tú, y la droga… es esta."
Señaló la máquina de cera, que seguía burbujeando, y luego a Rodrico.
Mássimo dice con acento turinés, "Rodrico, que Gianlorenzo no se pierda nada. Que lo vea todo. Y que lo escuche todo. Esta es mi justicia. La justicia de Leila."
Mientras Rodrico preparaba a Domenico, Mássimo se acercó a la celda de Gianlorenzo, quien lo miró con una mezcla de desafío y pavor.
Mássimo dice con acento turinés, "Tú creíste que podías jugar con la vida de una mujer inocente, Gianlorenzo. Que podías romperla y salir impune. Pero te equivocaste. Muy pronto, desearás no haber nacido."
Domenico gritó, pero su voz se ahogó en un gemido de dolor mientras Rodrico, con una fuerza implacable, le inmovilizaba los brazos. Mássimo, con la misma calma fría, tomó el cazo de metal lleno de cera hirviente. La primera inmersión fue lenta, deliberada, en la mano de Domenico, replicando el suplicio de Donatto.
El hombre se retorció, sus músculos se tensaron hasta el límite. La cera se pegó a su piel, quemando, sellando, atrapando cada fibra de dolor. Mássimo disfrutaba de la escena, sus ojos fijos en la agonía, como si cada quejido purgara una parte de la suya.
Mássimo dice con acento turinés, "Cada grito tuyo es una melodía en mis oídos, Domenico. ¿Recuerdas los gritos de Leila? No creo. Ella no tuvo el lujo de ser escuchada."
Rodrico, sin inmutarse, procedió a sumergir el antebrazo de Domenico. La piel se erizó, y el olor a quemado se intensificó, mezclándose con el dulzor de la cera. El prisionero cayó de rodillas, su cuerpo convulsionando, la boca abierta en un alarido mudo. Gianlorenzo, en su celda, retrocedió hasta chocar con la pared, sus ojos muy abiertos, el terror reflejado en su rostro.
Mássimo se acercó a Domenico, que ahora balbuceaba incoherencias, y le susurró al oído.
Mássimo dice con acento turinés, "Esto es por Montenegro. Por cada vez que la tocaste, que la humillaste. Esto es por cada momento de terror que le hiciste vivir."
El ritual continuó, inexorable. Rodrico seguía las órdenes de Mássimo, sumergiendo poco a poco cada parte del cuerpo de Domenico: un pie, la otra mano, una pierna. La cera se acumulaba, creando una escultura macabra de sufrimiento sobre su cuerpo. El hombre estaba casi irreconocible, cubierto por una segunda piel brillante y solidificada, deformada por las contracciones de su agonía.
Mássimo observaba, su respiración tranquila y constante, mientras la máquina de cera zumbaba como un réquiem. Finalmente, cuando el cuerpo de Domenico apenas respondía a los estímulos, Mássimo se dirigió a Gianlorenzo.
Mássimo dice con acento turinés, "Tu turno se acerca, Gianlorenzo. Y para ti, tengo algo especial. Algo que te hará desear haber sido tan insignificante como estos dos."
La sonrisa de Mássimo fue la de un demonio, y en sus ojos no había piedad, solo la sombra de una venganza cumplida.
Mariano, el penúltimo hombre, estaba arrodillado junto a Donatto y Domenico, sus ojos desorbitados por el horror. Había visto el sufrimiento de sus compañeros, y el pánico le oprimía el pecho. Sus ruegos, inaudibles, se perdían en el zumbido de las máquinas y el eco de los lamentos silenciosos de los otros dos.
Mássimo se acercó a él, su rostro inexpresivo, con el cazo de cera caliente en la mano. La cera seguía burbujeando, su aroma dulce ahora era un presagio de tormento.
Mássimo dice con acento turinés, "¿Recuerdas, Mariano? Recuerdas la noche en que la violaron, cuando ella luchaba, y tú te reías. ¿Recuerdas su miedo?"
Mariano negó con la cabeza frenéticamente, intentando hablar, pero solo un balbuceo tembloroso salió de su garganta.
Mássimo dice con acento turinés, "Hoy, ese miedo será tuyo. Y no habrá risas."
Rodrico, con la misma eficiencia fría, inmovilizó a Mariano. Mássimo procedió con la lentitud que caracterizaba su venganza. La mano de Mariano fue la primera en ser sumergida en la cera hirviente. El grito que escapó de sus labios fue desgarrador, una explosión de dolor que resonó en el sótano, una melodía cruel para los oídos de Mássimo.
Gianlorenzo, en su celda, se aferraba a los barrotes, su rostro pálido y sudoroso. Los sonidos de la agonía de Mariano eran una tortura para él, una antesala de lo que le esperaba.
Mássimo, impasible, retiró la mano de Mariano, ya cubierta por la capa brillante y endurecida de cera. El hombre cayó al suelo, convulsionando, con la respiración entrecortada. Sus ojos, llenos de un horror indescriptible, se clavaron en Mássimo.
Mássimo dice con acento turinés, "No hay piedad para ti, Mariano. No la hubo para Leila."
El proceso continuó, cada inmersión un acto deliberado de castigo. Un pie, luego el otro, las piernas, los antebrazos. Mariano gritaba, se retorcía, pero la cera se adhería implacable, creando una máscara de sufrimiento sobre su cuerpo. El olor a piel quemada se mezclaba con el de la cera, un cóctel nauseabundo.
Cuando el cuerpo de Mariano, como el de Domenico y Donatto, se convirtió en una escultura deformada de cera, inmóvil y silente, Mássimo se limpió las manos con un paño que Rodrico le ofreció. Sus ojos se posaron en Gianlorenzo, que lo miraba con un terror absoluto.
Mássimo dice con acento turinés, "Gianlorenzo, ahora es tu turno. Y para ti, la espera ha sido la tortura más larga. ¿No es así?"
Gianlorenzo tragó saliva, sus ojos deambularon por el cuarto, fijos en las figuras cerosas de sus cómplices. El cinismo había desaparecido por completo de su rostro, reemplazado por un miedo primario y paralizante.
Gianlorenzo dice con acento siciliano, "Mássimo… por favor… no hagas esto. Te lo ruego… puedo darte lo que quieras. Dinero… información… lo que sea."
Mássimo se acercó a la celda, su sombra proyectándose sobre el rostro de Gianlorenzo.
Mássimo dice con acento turinés, "¿Dinero? ¿Información? No me ofrezcas lo que ya tengo, bastardo. Me quitaste algo que no tiene precio. Y ahora, pagarás por ello."
Con un gesto, Mássimo le indicó a Rodrico que abriera la celda. El cerrojo metálico resonó con un click final, y Gianlorenzo retrocedió hasta el último rincón, como un animal acorralado. Rodrico entró y, con una brusquedad calculada, lo sacó de la celda, arrastrándolo hacia el centro del cuarto, junto a las máquinas de cera.
Gianlorenzo forcejeaba, sus gritos ahora sí audibles, llenos de desesperación.
Mássimo se detuvo frente a él, el cazo de cera caliente en la mano.
La primera inmersión no fue en una extremidad. Mássimo, con una crueldad metódica, ordenó a Rodrico que le sujetara la cabeza a Gianlorenzo. Los ojos de Gianlorenzo se abrieron con un horror inmenso mientras Mássimo acercaba el cazo al rostro.
Mássimo dice con acento turinés, "Quiero que veas. Que recuerdes. Cada segundo de lo que le hiciste a Leila."
La cera caliente rozó su piel. Un grito desgarrador, ahogado por el metal frío del cazo, resonó en el sótano. El olor a pelo y piel quemados se hizo insoportable. Mássimo retiró el cazo, y una capa brillante de cera cubría parte del rostro de Gianlorenzo, deformándolo.
Gianlorenzo se retorció, intentando liberarse, pero Rodrico lo mantenía firme. El dolor era inmenso, pero el terror de lo que venía lo superaba.
Mássimo dice con acento turinés, "Ahora, Rodrico, sus ojos. Que vea cómo se apaga la luz, igual que se apagó en los ojos de Leila cada vez que la tocaron."
Rodrico, sin dudar, inmovilizó la cabeza de Gianlorenzo. Mássimo, con la punta de un pequeño aplicador, comenzó a verter la cera caliente directamente sobre los párpados. El hombre gritó con una intensidad brutal, un grito que venía de lo más profundo de su ser, mientras la cera sellaba sus ojos, quemando la delicada piel, cegándolo.
El sótano se llenó del sonido de la agonía de Gianlorenzo, un coro macabro de suplicas y gemidos. Las figuras de cera de Donatto, Domenico y Mariano parecían observar en silencio, testigos inmóviles de la venganza de Mássimo.
Mássimo se inclinó sobre Gianlorenzo, cuya cabeza se movía desesperadamente de un lado a otro.
Mássimo dice con acento turinés, "¿Sientes el silencio ahora, Gianlorenzo? ¿La oscuridad? Así fue para ella. Y esto es solo el comienzo. Para ti, el infierno será personal. Te prometo que la tortura de Leila no fue en vano."
Rodrico soltó a Gianlorenzo, quien cayó al suelo, convulsionando, sus manos cubriendo sus ojos cegados. Mássimo lo observó con una frialdad calculada, luego hizo una señal a Rodrico.
Mássimo dice con acento turinés, "Ahora, que sienta el verdadero significado de la humillación. Lo que él le hizo a Leila, pero multiplicado por mil."
Rodrico, con movimientos firmes, tomó a Gianlorenzo por las piernas y lo arrastró hasta una de las máquinas de cera. El hombre, ciego y en agonía, gemía y se retorcía, intentando inútilmente defenderse. Mássimo se acercó, el cazo de metal hirviendo en su mano.
Mássimo dice con acento turinés, "Te reíste de sus gritos, Gianlorenzo. Disfrutaste de su sufrimiento. Hoy, el espectáculo es solo para ti."
Con una precisión despiadada, Mássimo vertió la cera caliente directamente sobre los genitales de Gianlorenzo. El grito que escapó de la garganta del hombre fue una mezcla de horror, agonía y una humillación insoportable. Se retorció violentamente, sus músculos tensos, intentando escapar del tormento, pero Rodrico lo mantuvo inmovilizado. El olor a piel quemada se hizo aún más penetrante, mezclándose con el dulzor empalagoso de la cera.
Mássimo observó cada contracción, cada espasmo de dolor. Sus ojos, oscuros y sin piedad, no mostraban el menor atisbo de arrepentimiento.
Mássimo dice con acento turinés, "Este es el dolor que le ofreciste, bastardo. El mismo que sentía ella, indefensa y a tu merced. Pero ella no tuvo esta oportunidad de ser vista. Hoy la tendrás tú."
El proceso continuó, inexorable. Cada gota de cera caliente era un fragmento de la venganza de Mássimo, un castigo meticulosamente infligido. Gianlorenzo se desmayó y recuperó la conciencia varias veces, sus gritos reducidos a gemidos roncos, su cuerpo cubierto de una capa brillante y deforme de cera. La oscuridad de sus ojos, ahora permanentemente sellados, se correspondía con la oscuridad de su destino.
Finalmente, cuando Gianlorenzo apenas era una figura irreconocible de cera y carne quemada, inerte en el suelo, Mássimo dejó caer el cazo. El silencio volvió al sótano, solo interrumpido por el zumbido de las máquinas y el goteo constante de la tubería. Las figuras de cera de sus cómplices parecían mirarlo, ahora silentes testigos de un final aún más terrible.
Mássimo se limpió las manos con un paño y se dirigió a Rodrico, su voz tranquila, casi un susurro.
Mássimo dice con acento turinés, "Limpia esto. Que no quede rastro."
Rodrico asintió. Mássimo se giró para marcharse, su figura perdiéndose en la oscuridad del pasillo subterráneo. Dejó atrás el hedor a cera, a carne quemada, y a la venganza cumplida.
En el piso superior, la villa seguía envuelta en la calma de la noche. Pero en el sótano, la sombra de Leila había encontrado su justicia.
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