El último respiro de Leila. Especial: Montenegro.
La oficina de Matteo Ferrari en Montenegro estaba helada, no por el clima, sino por la densidad de su furia. Las paredes revestidas en madera oscura y el escritorio de mármol negro parecían absorber la luz de la lámpara de techo, proyectando un ambiente sepulcral. Matteo estaba sentado tras su escritorio, con un vaso de whisky en la mano. No lo bebía: lo giraba lentamente, observando el líquido ámbar como si en él pudiera leer la respuesta a su tormento.Cuando la puerta se abrió, sus ojos se clavaron de inmediato en la figura que los gemelos arrastraban. El cuerpo débil de Leila parecía apenas sostenerse entre Piero y Angelo, las muñecas hinchadas por las esposas, el cabello apelmazado pegado a la piel sudorosa. Sus labios resecos temblaban, murmurando palabras que nadie alcanzaba a entender.
Matteo la miró con una mezcla de desprecio y locura. Se levantó de la silla con un movimiento brusco, golpeando la mesa con el vaso que se partió en dos, derramando el whisky sobre los papeles.
Matteo dice con acento siciliano, "Così sei ancora viva… y llevas cuatro meses respirando mi aire como un perro escondido. ¿Crees que no me doy cuenta? Etna… Leila… ¡Sei la stessa puttana!"
Leila apenas levantó la cabeza. Sus ojos, vidriosos, parecían perdidos en un vacío imposible de llenar. La respiración le silbaba por la garganta, pero no contestó.
Matteo avanzó hacia ella, cada paso pesado, cada respiración impregnada de rabia. La tomó del mentón con violencia, obligándola a mirarlo a los ojos.
Matteo dice con acento siciliano, "¡Habla! ¿Dime qué juego me estás haciendo con esa bastarda de Etna? ¿Quién de ustedes dos es la sombra de la otra?"
El silencio de Leila fue su única respuesta. Un silencio que enardeció más a Matteo, quien la soltó de golpe, empujándola hacia el suelo de mármol. Ella cayó de rodillas, sin fuerzas para amortiguar la caída.
Gianlorenzo, apoyado contra la pared, fumaba en silencio. Sus ojos la recorrieron un instante, oscuros, calculadores, pero no intervino.
Matteo, con una sonrisa torcida, señaló hacia una gran pantalla instalada en la pared. Con un clic en el control remoto, la imagen se encendió. El zumbido metálico de drones sobrevolando se escuchó de fondo: la transmisión era en directo.
En la pantalla, el refugio de Etna aparecía rodeado. Varias camionetas negras se habían detenido en los límites del terreno. Hombres armados, con uniformes tácticos, descendían en formación cerrada. Los drones enfocaban a los mercenarios acercándose a las entradas, a las torretas, al perímetro completo.
Matteo se inclinó sobre Leila, su voz era un cuchillo.
Matteo dice con acento siciliano, "Mira bien, figlia ingrata. Ese es tu espejo. Así acaba la puta que te vengaba, la que me robó lo que me pertenecía. Hoy la ves caer, y mañana te tocará a ti en un acantilado."
Las manos de Leila temblaron. Sus ojos, apagados hasta ese momento, parpadearon como si una chispa perdida regresara a la superficie. Las imágenes del refugio, hombres armados irrumpiendo, el eco de los disparos que apenas se escuchaban por los micrófonos del dron… todo golpeaba su alma rota.
Piero y Angelo apretaron los labios, forzándose a mantener la máscara de obediencia. El corazón de Piero latía con violencia; sabía que Etna estaba dentro de ese refugio. Y ahora, el verdugo que tenían delante estaba usando la vida de ambas como piezas de un tablero maldito.
Matteo volvió a sonreír, disfrutando de la agonía de su hija.
Matteo dice con acento siciliano, "Cuando terminen con Etna, me traerán sus huesos. Y tú, Leila… tú serás llevada a un acantilado. Allí te verás caer al mar como un saco de basura. Porque si algo odio más que a mis enemigos, es la traición de mi propia sangre."
Gianlorenzo tiró la colilla de su cigarro en el suelo y la aplastó con la bota. Su mirada permaneció fría, pero en la comisura de sus labios apareció un gesto ambiguo, imposible de descifrar.
El silencio de la celda, interrumpido solo por el zumbido del dron en la pantalla, se cargó con la tensión insoportable de lo inevitable.
Leila, con la voz rota, apenas un susurro, murmuró:
Leila dice con acento siciliano, "Etna… corre…"
Y su ruego se perdió en el eco de la sala, mientras Matteo reía como un demonio satisfecho de su propia crueldad.
Matteo se inclinó sobre Leila, su risa resonando en el despacho.
Matteo dice con acento siciliano, "¿Lo ves, piccolina? El espectáculo apenas comienza. Quédate aquí, y mira cómo tu querida Etna cae. Tendrás un asiento de primera fila para su destrucción."
Piero, con el corazón latiéndole en el pecho, dio un paso hacia la puerta. Su mente gritaba que tenía que advertir a Etna, que todavía había una oportunidad. Pero antes de que pudiera moverse, Gianlorenzo se interpuso en su camino, su mirada gélida y sospechosa.
Gianlorenzo dice con acento siciliano, "¿Adónde vas, Piero? Don Matteo no ha terminado."
Piero se detuvo en seco, forzándose a mantener la calma.
Piero dice con acento siciliano, "Solo… solo iba por algo de beber para Don Matteo. Se ha roto el vaso."
Gianlorenzo lo miró fijamente, sin parpadear.
Gianlorenzo dice con acento siciliano, "Aquí no se necesita beber. Quédate y observa. Y tú, Leila… ¿sigues con tus oraciones?"
Leila, tirada en el suelo de mármol, las lágrimas surcando su rostro sucio, levantó la cabeza. Sus ojos se fijaron en la pantalla, donde el asalto al refugio de Etna se desarrollaba con brutal lentitud.
Leila dice con voz quebrada, "¡No… no, por favor…! ¡Etna no…! ¡Mátame a mí, pero a ella no…! ¡Ella es inocente…!"
Matteo se rio con una carcajada cruel.
Matteo dice con acento siciliano, "¿Inocente? Nadie es inocente en este juego, Leila. Y tu amiga, tu 'Etna', ha firmado su propia sentencia de muerte. Disfruta el espectáculo."
Piero y Angelo se quedaron inmovilizados, observando la escena con un horror creciente. La desesperación de Leila, las risas de Matteo, y la implacable imagen en la pantalla, todo se grababa en sus mentes. Era tarde. Demasiado tarde para advertir a Etna.
Coordinando el rescate.
En una pequeña casa de seguridad en el centro de Montenegro.Alessio dice con acento turinés, "Marco y los demás están confirmando el perímetro. Parece que Matteo reforzó la seguridad por el lado este. Algo debe estar planeando."
Giorgio, con los auriculares puestos, frunció el ceño.
Giorgio dice con acento turinés, "Esperen… estoy interceptando una transmisión. No es de Marco. Es de Angelo. No está encriptada… está usando un canal abierto."
Alessio se acercó de inmediato, sus ojos fijos en la pantalla. La voz de Angelo, aunque distorsionada, era inconfundible.
Angelo dice con acento siciliano, "Estoy en el búnker, cerca de la celda. Ella está aquí. Leila… está aún viva. Y muy mal herida."
Un silencio tenso llenó la habitación. Alessio y Giorgio intercambiaron una mirada de asombro y preocupación. La noticia de que Leila estaba todavía viva era un terremoto, una pieza clave que Mássimo no esperaba.
Giorgio dice con acento turinés, "Lo tengo, Alessio. La ubicación es exacta. Está en el ala sur del búnker, en el tercer nivel subterráneo."
Alessio sacó su teléfono satelital, marcando un número que conocía de memoria.
Alessio dice con acento turinés, "Informen a Don Mássimo de inmediato. Esta información lo cambia todo. La signorina está aún viva."
La voz de Mássimo, al otro lado de la línea, era grave.
Mássimo dice con acento turinés, "¿Qué sucede, Alessio? ¿Hay problemas?"
Alessio dice con acento turinés, "Don Mássimo, tenemos noticias cruciales desde el búnker. Angelo, el hombre de Etna, nos ha contactado. Confirmó que la signorina Leila está todavía viva. Y tenemos su ubicación dentro del búnker de Matteo. Está muy mal herida."
El silencio de Mássimo fue ensordecedor. Por un momento, Alessio temió haber cometido un error, pero luego, la voz de Mássimo resonó, fría y cortante, cargada de una emoción que rara vez mostraba.
Mássimo dice con acento turinés, "Repite eso. ¿Leila… aún vive? ¿Estás seguro?"
Alessio dice con acento turinés, "Sí, Don Mássimo. Angelo la vio. Dijo que está agonizando, pero viva. En el tercer nivel del búnker."
Una respiración profunda al otro lado de la línea. Luego, la voz de Mássimo se volvió más dura, más calculada.
Mássimo dice con acento turinés, "Bien. Que nadie más se entere de esto, ¿entendido, Alessio? Nadie. Ni siquiera Etna. Esto… esto es un asunto mío. Voy a ese bunker. Prepara todo para mi llegada inminente. Y quiero que Marco y su equipo se mantengan en sus posiciones. Que no se atrevan a mover un músculo hasta que yo dé la orden."
Alessio asintió, aunque Mássimo no pudiera verlo.
Alessio dice con acento turinés, "Sí, Don Mássimo. Se hará."
Mássimo no dudó un instante. Se incorporó de un salto, la silla chirrió contra el suelo, y su rostro se endureció como roca pulida por el viento. Miró la pantalla del ordenador unos segundos, como repasando mentalmente cada ruta, cada hombre, cada posibilidad. Luego comenzó a hablar, sin levantar la vista, ordenando con esa calma que corta como un bisturí.
Mássimo dice con acento turinés, "Alessio, prepara el avión. Salgo en una hora. Marco, mantén tu equipo quieto. Nadie se mueve sin mi orden. Giorgio, vigila las comunicaciones; quiero silencio absoluto. Pietro, te necesito al frente conmigo. ¿irás? "
Alessio, en la línea, no ocultó la tensión, pero contestó con rapidez.
Alessio dice con acento turinés, "ya está listo, Don Mássimo. Jet privado en pista en menos de sesenta minutos. Marco y Giorgio han recibido la orden y permanecen en posición. Nada se va a mover."
Pietro, que había estado escuchando desde la puerta, se levantó con esfuerzo. La venda en el brazo se le veía frágil, pero su cara tenía la determinación de quien ha decidido expiar su culpa con actos.
Pietro dice con acento siciliano, "voy con usted, Don Mássimo. Si ella respira, yo la sacaré. Aunque tenga que caer io"
Mássimo lo miró un instante, leyendo la sinceridad en el gesto. Asintió, apenas.
Mássimo dice con acento turinés, "bien. Preparen lo imprescindible. Medicinas, vendas, analgesia. Noche cerrada, entrada rápida, salida más rápida. Y si alguien se interpone… recuerden por qué vamos."
El despacho se transformó en una maquinaria de precisión. y las órdenes fluyeron igual. Enrico ya había vuelto de Kotor y se presentó sin anuncio en el umbral, la sombra fiel. Llevaba un abrigo corto, botas listas, y en la mirada la misma promesa que había pronunciado mil veces: estar siempre.
Enrico dice con acento piamontés, "estoy listo, signore. Hombres en tierra, vehículos preparados. Sólo diga la orden. "
Mássimo recorrió la lista con el dedo sobre la pantalla: rutas alternativas, puntos de extracción, casas seguras en Kotor y Tivat. Marcó el búnker de Matteo como objetivo. Memorizó el número de niveles, las posibles defensas, la existencia de cámaras, la ventilación —el sistema que podrían usar para entrar si la frontalidad resultaba imposible.
Mássimo dice con acento turinés, "Subiremos en la noche. Rápido, letal si hace falta. Marco nos guiará desde la lejanía. Al final de la operación quiero a Leila con vida. ¿entendido?"
La voz de Pietro, rota por la fatiga pero firme, completó la orden.
Pietro dice con acento siciliano, "entendido, Don Mássimo. Si la veo… le juro, la saco de ese infierno."
La hora pasó como un latido. Hombres llegaron y se marcharon con bolsas negras al hombro: cofres con instrumentales médicos, maletines con documentación falsa, armamento camuflado en mochilas que parecían de escalada. Nadie hablaba más de lo indispensable. La tensión era un juramento compartido con su jefe.
Momentos más tarde. Un avión privado, oscuro como un fantasma en la noche sin luna, cruzó el cielo balcánico. Dentro, Mássimo y su equipo se movían con una calma tensa. Cada fibra de su ser gritaba, pero su rostro permanecía impasible.
Pietro revisaba su arma, el cañón brillando bajo la tenue luz de la cabina. La culpa de no haber protegido bien a Leila era una losa en su pecho.
Si Leila había sobrevivido a la crueldad de Matteo, él la sacaría de allí. Sería lo último que haría por ella.
Mássimo observaba la pantalla de su tablet, donde un mapa del búnker parpadeaba con puntos rojos, indicando la ubicación de las cámaras y los guardias conocidos. La entrada principal era un reto. Tenían que usar el conducto de ventilación, el mismo que Angelo había sugerido, aunque sería un descenso peligroso.
El avión aterrizó en una pista de tierra improvisada, oculta entre la densa vegetración. Las puertas se abrieron, y el aire frío de la noche los recibió. Los hombres se movieron con rapidez, descargando el equipo y dirigiéndose hacia el punto de encuentro.
Un zumbido rompió la tensa calma. Mássimo sacó su segundo teléfono satelital. El nombre de Salvatore brilló en la pantalla. Contestó, su voz un murmullo cortante.
Mássimo dice con acento turinés, "¿Qué sucede, Salvatore? ¿Algún problema en Catania?"
La voz de Salvatore, agitada, llegó con la estática del satélite.
Salvatore dice con acento siciliano, "¡Don Mássimo! ¡Es el refugio de la signorina Etna! Los hombres de Ferrari… están atacando. Mercenarios. Han rodeado el lugar."
El rostro de Mássimo se contrajo apenas. Sus ojos, fijos en el mapa parpadeante del búnker de Matteo, no se desviaron ni un milímetro. La información lo golpeó con la fuerza de un puño, pero su resolución no vaciló.
Mássimo dice con acento turinés, "Mantén la calma, Salvatore. ¿Hay heridos? ¿Etna está a salvo?"
Salvatore dice con acento siciliano, "No lo sabemos, Don Mássimo. Es un caos. Estamos intentando repelerlos, pero son muchos. Matteo los ha enviado."
Una respiración profunda. Mássimo cerró los ojos por un instante, la imagen posible de Leila agonizando en el búnker de Matteo grabada en su mente. No podía detenerse. No ahora. No por Etna.
Mássimo dice con acento turinés, "Salvatore, mantén la posición. Haz lo que sea necesario para proteger a Etna. No puedo enviar más refuerzos esta vez. Esta misión es prioritaria. Resiste. En cuanto termine aquí, me ocuparé de eso."
Mássimo Cortó la llamada sin esperar respuesta. Pietro, que había escuchado en silencio, sintió un escalofrío. La situación de Etna era grave, pero la prioridad de Mássimo era inamovible: Leila.
La victoria de Matteo.
De vuelta en el despacho de Matteo. Matteo, con una sonrisa de satisfacción, observaba la pantalla. Leila había sido arrastrada por los gemelos fuera, desmayada por el impacto de las imágenes. Solo él y Gianlorenzo permanecían, este último con la mirada pegada a la pantalla, un ligero brillo de interés en sus ojos.En la pantalla, el caos de Catania era evidente. Los mercenarios de Ferrari se movían con brutal eficiencia, pero una figura destacaba entre el asalto: Etna. Kenia, una de las enviadas de Matteo, una mujer con la agilidad de una araña se abalanzaba contra Etna clabándole un cuchillo en la pierna.
Matteo, en su despacho, se rió con sarcasmo.
Gianlorenzo, sin apartar la vista de la pantalla, se encendió otro cigarro.
Gianlorenzo dice con acento siciliano, "Es buena. La araña tiene efisiencia."
Matteo sonrió, un brillo oscuro en sus ojos.
Matteo dice con acento siciliano, "Quiero que la traigan, Gianlorenzo. Quiero ver cómo esa putana se muere en mis manos."
En la pantalla, Etna y Kenia seguían luchando, un torbellino de golpes y esquives. La transmisión era un testimonio de la furia y la desesperación que se desataba en Catania.
Matteo, satisfecho con la escena, apagó la pantalla con un chasquido del control remoto. El zumbido de los drones y los ecos de la batalla cesaron, dejando la oficina en un silencio tenso. Se sirvió un trago de whisky, el sonido del hielo chocando contra el cristal el único ruido audible.
Matteo dice con acento siciliano, "Esto es cuestión de tiempo. Gianlorenzo, mejor encárgate de Leila. Que esta noche todo esto termine. Mi hija y la perra de su amiga dejarán de ser un problema para mí."
Gianlorenzo asintió, su rostro inexpresivo. Apagó el cigarro en el cenicero de mármol y se dirigió hacia la puerta, la sombra de su silueta alargándose por el pasillo. La crueldad de Matteo se había cumplido.
En la celda de Leila. Angelo se arrodilló junto a ella, su rostro pálido por el miedo. Sus manos, antes firmes y decididas, temblaban ligeramente mientras le daba suaves palmadas en la mejilla, intentando obtener alguna reacción. Angelo dice con acento siciliano, "Signorina Leila, por favor, reaccione. Don Mássimo viene por ti. Tienes que resistir", susurró, su voz apenas audible, un hilo de esperanza mezclado con la desesperación. Cada segundo que pasaba, el pulso de Leila se sentía más débil bajo sus dedos.
Piero, con la espalda pegada a la puerta de la celda, mantenía la vista fija en el pasillo. Escuchaba los pasos que se acercaban, el resonar de las botas militares contra el frío suelo de piedra, y el corazón le latía desbocado en el pecho. La vida de Leila pendía de un hilo, y el tiempo se agotaba cruelmente. Habían logrado llegar a la celda en un audaz movimiento, pero la presencia inminente de Gianlorenzo era una amenaza constante.
Angelo sabía que si no lograban reanimarla pronto, todo estaría perdido. Las palabras de Mássimo, prometiendo liberarla, resonaban en su mente, dándole la fuerza para seguir intentándolo. Angelo dice con acento siciliano, "Resiste, Leila. Por favor, resiste, " repitió Angelo, suplicante, mientras su vida se desvanecía ante sus ojos.
Gianlorenzo apareció por el pasillo, su mirada fría y analítica recorriendo a ambos hombres. Entró en la celda y se inclinó para cargar a Leila, cuyo pulso seguía débil.
Gianlorenzo dice con acento siciliano, "Llévenla al acantilado. Ya no le sirve a Don Matteo. Esta noche acaba todo."
Ambos hombres asintieron, sus rostros tensos. Gianlorenzo les hizo un gesto hacia la salida, y los dos se movieron para tomar a Leila de sus brazos. La cargaron con cuidado por el pasillo, sus pasos resonando en el silencio opresivo de la prisión. Gianlorenzo los siguió de cerca, su mirada de halcón fija en la figura inconsciente de Leila. La noche se cernía oscura sobre ellos, y el sonido lejano de las olas rompiendo contra el acantilado parecía susurrar el destino inminente.
Mássimo recupera su piccolina.
De pronto, un estruendo sacude todo el lugar. Una explosión lejana, seguida de inmediato por el inconfundible sonido de una balacera. Las ráfagas de disparos resuenan por los pasillos, acercándose. Gianlorenzo, con la mirada de halcón, reacciona al instante.Gianlorenzo dice con acento siciliano, "¡Desháganse de ella! ¡Ahora mismo! ¡Que no quede rastro!"
Piero y Angelo, a pesar del temblor en sus manos, aprietan el paso, arrastrando a Leila por los pasillos. Saben que el asalto de Mássimo al búnker es inminente.
Gianlorenzo corrió a toda prisa por los pasillos, esquivando las balas que zumbaban a su alrededor. Sacó su pistola y comenzó a disparar sin pensar, buscando a Matteo en medio del caos. Mientras tanto, Piero y Angelo aprovecharon la confusión para acercar a Leila a una de las salidas del búnker.
Arrastraron a Leila, que seguía inconsciente, hacia un pasadizo lateral que conducía a una antigua salida de emergencia. Las explosiones resonaban, y los gritos de los hombres de Matteo se mezclaban con los disparos de los hombres de Mássimo.
Piero dice con acento siciliano, "Casi llegamos. ¡Resiste, Leila!"
La arrastraron por la puerta, que cedió con un chirrido metálico, revelando un túnel oscuro y húmedo. Las luces de emergencia parpadeaban tenuemente, guiándolos hacia el exterior. A lo lejos, se escuchaba la voz de Mássimo, dando órdenes con una frialdad implacable.
Mássimo se mueve y dispara con la brutalidad y ajilidad de un león, un león molesto, y que viene a casar, a recuperar lo que le pertenese, y que viene por venganza
Mássimo grita: "sáven cual es el objetibo, no dejen a nadie vivo!. Llegamos por un solo objetibo, y no nos irémos sin cumplirlo. está claro!.
El caos era total. Pietro, con una determinación inquebrantable, se abrió paso a través de los pasillos del búnker, la sed de encontrar a Leila alimentando cada disparo. Los guardias y mercenarios caían a su paso, sus gritos ahogados por el estruendo de los disparos y las explosiones. No había vacilación en sus movimientos, solo una furia implacable.
Mientras tanto, en otro sector del búnker, Mássimo se topó de frente con Gianlorenzo. El rostro del siciliano estaba contorsionado por la rabia, su arma apuntaba directamente a Enrico, quien se movía con agilidad felina para esquivar el ataque.
Gianlorenzo fijó su mirada en Mássimo, sorprendido.
Gianlorenzo dice con acento siciliano, "Marttini, qué, que hace aquí, cómo supo... "
Mássimo sonríe.
Mássimo solo sonrió, una sonrísa fría y calculada. Una sonrísa que no prometía nada bueno para Gianlorenzo y matteo. Ese segundo de sorpresa, fue tódo lo que mássimo necesitó. se lanzó contra él, mirándolo, con una cara tan desprobista de emociones que asustava.
Mássimo lo tomó del cuello firme mente, y con una patada directo en la pierna, lo hiso caér.
Mássimo dice con acento turinés, "sorprendído, lorenzo?."
Mássimo ahora sujetó con una sola mano. Mientras que sacó de su chaleco una ahuja. Le abrió demaciado los párpados y le clabó esta en ambos ojos con una jélidez muonstrosa.
Gianlorenzo soltó el arma mientras enrico cubría a Mássimo.
Un grito ahogado brotó de la garganta de Gianlorenzo, un sonido gutural de agonía y terror. Se retorció en el suelo, las manos desesperadas cubriéndose los ojos de donde brotaba un hilo de sangre, pero la oscuridad ya era absoluta. Mássimo lo soltó un momento con un gesto de desprecio, y Gianlorenzo quedó tirado, debatiéndose como un insecto moribundo.
Mássimo dice con acento turinés, "¿Donde está Leila, infeliz?. Habla, por que esto no es todo lo que te espera. "
Mássimo grita: "parla o te juro que te dejo sin los otros 4 sentidos, maldita basura..."
Gianlorenzo, a pesar del dolor que le desgarraba los ojos y la oscuridad que lo había engullido, soltó una risa gutural y llena de desprecio. Su cuerpo se sacudía en el suelo, pero una chispa de malicia se encendió en su voz.
Gianlorenzo dice con acento siciliano, "¿Leila? ¿La perra de Leila? Así que por eso estás aquí, Marttini. Por ella… por esa puta. Tu amor por ella, tu desesperación… Es patética."
Gianlorenzo se parte de risa.
Tosió, y luego, con una voz que intentaba ser burlona a pesar del hilo de sangre que le corría por la comisura de los labios, añadió.
Gianlorenzo dice con acento siciliano, "Si buscas a Leila… quizás la encuentres, sí. Pero no esperes que esté como la recordabas, Marttini. Io… y otros hombres… nos encargamos de que no le quedara nada de su belleza. Se revolcaba como una puta, rogando que pararan, ¿sabes? Gimiendo. Suplicando. Y lo disfrutamos. Cada segundo."
Su risa se volvió más estridente, una carcajada demente que resonaba en el pasillo, teñida de un sadismo absoluto.
Mássimo siente desgarrársele el corazón al escuchar eso, no es que no se lo imaginara. Pero tener la serteza de que la mujer que tanto amaba había sufrido tanto, y él sin saberlo por varios meses. Le causaba un gran dolor y una fuerte sed de hacerlos pagar a todos.
La ira de Mássimo estalló, una furia contenida por meses que ahora se liberaba con violencia inaudita. Sus ojos se oscurecieron, y un gruñido gutural escapó de su garganta. Se abalanzó sobre Gianlorenzo, cada golpe de su arma, cada puñetazo, era una descarga de la agonía que sentía. La sangre salpicó el suelo y las paredes mientras Gianlorenzo, ya casi ciego, solo podía retorcerse y gemir, sus alaridos de dolor se ahogaban bajo la furia implacable de Mássimo.
Mássimo dice con acento turinés, "¡Maldito bastardo!. "
Mássimo dice con acento turinés, "¡Tú y Matteo van a pagar por cada lágrima, por cada herida que le hicieron! ¡Lo juro. "
Enrico, con el rostro serio, observó la brutalidad de su jefe, pero no intervino. Sabía que Mássimo necesitaba liberar esa rabia. Cuando Gianlorenzo apenas respiraba, un amasijo de carne y huesos rotos, Mássimo se detuvo, exhausto y tembloroso, pero con la mirada aún cargada de un odio helado.
Mássimo dice con acento turinés, "Sáquenlo de aquí. Que se pudra en una de nuestras celdas. Todavía no he terminado con él. Le haré desear no haber nacido. Esto… esto es solo el comienzo. Nadie toca a la mia donna y vive para contarlo."
Enrico asintió y dos de sus hombres arrastraron el cuerpo inerte de Gianlorenzo, dejando un rastro de sangre. Mássimo se quedó de pie, respirando con dificultad, su mente solo enfocada en encontrar a Leila y en hacer pagar a todos los que la habían lastimado. La búsqueda en el búnker continuaba.
Las ráfagas de disparos seguían resonando en otros sectores del búnker, creando una sinfonía caótica de destrucción. Matteo, con el rostro descompuesto por el pánico, intentaba escapar por el mismo pasillo donde Piero y Angelo arrastraban a Leila. Sus ojos se abrieron con sorpresa y una furia inaudita cuando reconoció a Pietro, quien se acercaba desde afuera, su mirada clavada en la figura casi sin vida de Leila.
Matteo, en un segundo, ató cabos. Comprendió el engaño, la traición. Los gemelos, sus hombres de confianza, nunca habían estado de su lado. Eran infiltrados, espías de Mássimo, o de etna y la ira lo consumió.
Matteo dice con acento siciliano, "¡Piero! ¡Hijo de puta! ¡Traidor! ¡Sabía que había una rata en mi búnker!"
Matteo levantó su arma, apuntando a Piero, pero la rápida intervención de Angelo, quien se interpuso, lo detuvo. El pasillo se convirtió en un torbellino de movimientos. Pietro, con la vista fija en Leila, se lanzó hacia los gemelos, ignorando las balas que silbaban a su alrededor.
Pietro dice con acento siciliano, "¡Déjenla! ¡Yo me encargo!"
Matteo dice con acento siciliano, "A quien tenemos de nuevo aquí intentando ser hérue. "
Matteo vuelbe a apuntar con su arma pero esta vez, a Leila mientras se ríe de Pietro.
Matteo dice con acento siciliano, Acércate, y la mato. "
Pietro se detuvo en seco, el pánico reflejado en sus ojos al ver el arma de Matteo apuntando a Leila.
Matteo dice con acento siciliano, "¿cuando vas a entender que solo eres un Estorbo en la vitta de Leila Pietro, que esta puta que ves aquí, nunca será tuya. Pierdes el tiempo, no pudiste salvarla esa noche y no puedes ahora."
Matteo dice con acento siciliano, "nunca tuviste las agallas para meterla en tu cama. Solo fuiste su sombra, su títere. Y ahora quieres rescatarla como principessa de cuento, que patético te ves."
Pietro no respondió. Su mirada, una mezcla de dolor y furia contenida, se fijó en Leila, en las marcas de su sufrimiento. Vio las heridas, la palidez de su piel, el cabello apelmazado, y cada una de esas señales se clavó en su corazón. En un destello, le hizo una seña a Angelo, un movimiento apenas perceptible con la cabeza. Angelo comprendió al instante.
Mientras Matteo, eufórico por su crueldad, levantaba el arma y disparaba, Pietro se interpuso sin dudarlo. El impacto directo lo arrojó hacia atrás, pero antes de que cayera, Piero se abalanzó sobre Matteo. La fuerza de su golpe fue brutal, arrancándole el arma de las manos y haciendo que el líder siciliano cayera al suelo con un sonido de sorpresa y dolor. La prioridad de Pietro era Leila, siempre Leila.
Elgrito de Mássimo resonó por el pasillo, un trueno de furia que detuvo a Matteo en seco.
Matteo intentaba inútilmente levantarse,. Mientras Otros hombres ayudaban a sacar a Pietro y a Leila que seguía resguardada por Angelo.
Mássimo grita: "no te atrevas a levantarte, ferrari!. "
Matteo dice con acento siciliano, "¡Marttini! ¿Cómo demonios...? ¿Estás aquí por esta basura? ¡Leila es mía! Io hago lo que quiera con lei. "
Mássimo apareció, hecho una furia. Ya no dejó nisiquiera hablar más a Matteo. Mássimo lo patió con firmeza en su costado, justo donde savía que matteo avía enfermado este último tiempo. Después de la patada, lo levantó como si nada mirándolo a los ojos.
Mássimo miró a sus hombres antes de hablar. Ignoró las palábras de matteo, su mente tomando desiciónes a mil por segundo.
Mássimo dice con acento turinés, "vállanse, llévenzela de aquí. Llévenla a un lugar seguro. Deve de ser atendida médicamente. Vállanse ya. Yo me encargaré de lo que queda del supuesto lider de sicilia."
Duelo que ajusta cuentas.
Punto de vista: Mássimo.
Mientras sus hombres se llevaban a Leila, Mássimo apretó el agarre en el cuello de Matteo. La rabia, contenida durante tanto tiempo, se desató en cada músculo de su cuerpo. Matteo intentaba forcejear, sus ojos inyectados en sangre, pero la fuerza de Mássimo era abrumadora.Mássimo lo empujó contra una pared sercana. Su puño inpactó contra el rostro de matteo por primera vez. Sus ojos eran de un enloquezido total. Sí mássimo tenía la fama de ser sanguinário ahora la tendría al triple. Después del puñetaso, le dió dos patadas en las piernas haciéndolo caer de nuevo, pero sin soltarlo totalmente.
Mássimo dice con acento turinés, "mírame. "
Mássimo grita: "ten huebos y mírame! cabrón!. "
Matteo, sorprendido y debilitado por los golpes y el alcohol que tenía en su cuerpo, abrió grande los ojos mirándolo con desafío.
Mássimo sonríe.
Mássimo sonrió. Una sonrísa de sovervia, de saver que por más que se penzaba que esto sería una batalla pareja. En realidad matteo, hoy dejaría de respirar en sus manos.
Mássimo dice con acento turinés, "eso, eso es!. "
Mássimo grita: "Quiero que tengas huevos, cabrón. Mira al hombre que va a quitarte tu miserable y patética vida. Con los mismos huevos que tuviste para vender y secuestrar niñas inocentes, con los mismos que tuviste para asesinar civiles, con esos, que tuviste para casi asesinar a tu propia hija. Con esos. Con esos quiero verte. Quiero verte con el mismo valor, cabrón. Quiero que tengas los mismos pantalones para enfrentarte a alguien que no está solo a tu nivel, sino por encima de ti. De un verdadero jefe de la mafia".
Mássimo sonríe con crueldad, con una maldad que solo matteo, solo él puede reconoser.
Matteo dice con acento siciliano, "no me inporta morir. Leila también se morirá, Leila no va ser la misma. La he destruído por dentro, y esa satisfacción me queda, que nunca fue ni será feliz Marttini. "
Mássimo se parte de risa.
Mássimo dice con acento turinés, "¿Sabes cuál es tu error? Que tú creaste a alguien muy fuerte. Pero esa fuerza se puso en tu contra al ver la mierda que eras. Ten por seguro que Leila va a recuperarse. Y sabes por qué estás tan molesto: porque en el fondo, muy en el fondo, lo sabes."
Mássimo lanzó otra patada que hiso que matteo se doblara de dolor
Mássimo dice con acento turinés, "¿Sabes algo? Hoy no solo voy a vengar a Leila. No solo voy a vengar a cada víctima de tu maldito imperio, no solo actúo en memoria de todos los que destruiste."
Matteo dice con acento siciliano, "Leila solo es una zorra, una traidora de su propia sangre. Nunca supo llebar mis negocios, ni mi apellido.
Mássimo dice con acento turinés, "Esto va en memoria de Etna, de Pietro, de Carlo, de Maurizio, y por sobre todo, ¡por Leila! Pero esto, también es seguir una tradición familiar. ¿Lo recuerdas?"
Mássimo dice con acento turinés, "pues hablando de apeídos. saves quien fue el único que puso de rodillas al covarde de tu padre, y hasta lo secuestro? saves?"
Mássimo dice con acento turinés, "saves quien fue y aparentemente lo sigue siendo"
Mássimo dice con acento turinés, "la pesadilla de tu padre y de tus putos ancestros"
Mássimo dice con acento turinés, "¿Pues hablando de apellidos, sabes quién fue el único que puso de rodillas al cobarde de tu padre y hasta lo secuestró? ¿Sabes?"
Mássimo dice con acento turinés, "Sabes quién fue y aparentemente lo sigue siendo".
Mássimo dice con acento turinés, "La pesadilla de tu padre y de tus putos ancestros".
Mássimo dice con acento turinés, "giancarlo marttini. "
Mássimo sonríe.
Matteo lo mira con desprecio y rencor.
Mássimo dice con acento turinés, "Mi padre, en paz descanse, hoy mira desde arriba con satisfacción, no solo cómo llevo el apellido a la gloria, sino cómo sigo la tradición familiar, humillando una vez más lo que queda de tu apellido."
Mássimo dice con acento turinés, "de tu maldita familia, si es que así se le puede llamar"
Mássimo dice con acento turinés, "Deberías de agradecer que todavía te estoy dando la oportunidad de pelear por tu vida, y que te doy la oportunidad de enfrentarte a mí, como hombre, aunque tú no lo seas, de jefe a jefe."
Matteo dice con acento siciliano, "Por eso la enamoraste y te acostaste con la puta de mi hija, verdad. Todo esto es tu plan, Marttini. "
Mássimo se levantó, mirándolo desde el suelo con desprécio, soltándolo.
Mássimo dice con acento turinés, "Hmm, puede ser, tal vez, pero dime algo. ¿Crees que vendría hasta acá para rescatarla pudiendo destruirte de formas más sencillas?"
Mássimo dice con acento turinés, "la verdad te dejaría que lo pienses, pero tu caveza no da lo suficiente para encontrar la respuesta. Ahora, levántese y pelée como hombre. "
Matteo niega con la cabeza sin mostrar rendición.
Matteo se limpió la sangre que le chorreaba por la ceja abierta, escupiendo un hilo rojo sobre el mármol. Sus labios se curvaron en una sonrisa torcida, de esas que solo nacen del odio más profundo.
Matteo dice con acento siciliano, "Va bene, Marttini… si quieres que me levante, lo haré. Pero no te equivoques… no me arrastrarás como a un perro. Te mataré con mis propias manos."
Con un esfuerzo que parecía sobrehumano, Matteo se apoyó en la pared, incorporándose tambaleante. El olor a alcohol y sangre lo envolvía. Sus ojos estaban enloquecidos, como brasas apagándose, pero aún ardientes.
Mássimo lo observó de pie, erguido como una sombra imponente. Su mirada era la de un juez que ya había dictado sentencia.
Mássimo dice con acento turinés, "Vamos, cabrón. Hoy se acaba tu apellido, y contigo se entierra la última piedra podrida de los Ferrari."
Matteo lanzó un rugido y se abalanzó, su puño derecho impactó en el costado de Mássimo. El golpe fue fuerte, pero apenas logró hacerlo retroceder un paso. Mássimo respondió con un derechazo seco en la mandíbula, el crujido del hueso resonó en el búnker.
Ambos se enfrascaron en un combate brutal, sin armas, solo carne contra carne, odio contra odio. Los muros retumbaban con los golpes, el eco metálico del búnker amplificaba cada impacto.
Matteo, jadeando, logró sujetar a Mássimo por el cuello, empujándolo contra la pared. Sus ojos inyectados de rabia se encontraron una última vez con los del turinés.
Matteo dice con acento siciliano, "¡Yo soy Ferrari! ¡Mi nombre jamás morirá!"
Mássimo, con una calma gélida, apretó sus manos sobre los brazos de Matteo y con un movimiento de pura fuerza lo quebró, liberándose. Lo tomó del cuello, lo levantó unos centímetros del suelo.
Mássimo dice con acento turinés, "Los Ferrari murieron contigo, Matteo."
Y sin dudar, le estampó la cabeza contra la pared de mármol. Una, dos, tres veces. El cráneo crujió bajo el impacto final. Matteo cayó de rodillas, tambaleándose, la vida escapando de sus ojos.
Mássimo lo sostuvo por el cabello, obligándolo a mirarlo una última vez.
Mássimo dice con acento turinés, "Este es el legado Martini. Que quede claro en el infierno."
Y con un giro certero, le partió el cuello. El cuerpo de Matteo se desplomó pesadamente en el suelo, inerte, como un muñeco roto.
El silencio que siguió fue absoluto. Solo se escuchaba la respiración agitada de Mássimo, el goteo de la sangre sobre el mármol y los ecos de la batalla que aún resonaban a lo lejos en el búnker.
Mássimo se pasó una mano por el rostro sudoroso, manchado de sangre ajena. No sonrió. No había gloria en aquella muerte, solo justicia tardía.
Mássimo dice con acento turinés, en un murmullo, "Por Leila…"
Enrico se acercó a su jefe, sus ojos escudriñando el pasillo en busca de más amenazas. La pelea había dejado un rastro de destrucción, pero la calma de Mássimo, aunque tensa, era un ancla.
Enrico dice con acento piamontés, "Hemos asegurado el perímetro. La señorita Leila está a salvo, bajo atención médica. Pietro está muy mal herido junto a ella."
Mássimo asintió lentamente, la mención de Leila suavizando la rigidez de su expresión por un instante. Se agachó y recogió el arma de Matteo del suelo, arrojándola sin miramientos a un lado.
Mássimo dice con acento turinés, "Bien. Que Gianlorenzo sea el último en respirar aquí. Reúnan a nuestros hombres. Nos vamos."
El aire se llenó con el sonido de pasos apresurados y órdenes susurradas. Los hombres de Mássimo se movían con eficiencia, barriendo el búnker en busca de cualquier rezago de resistencia. El silencio se cernía sobre el cuerpo de Matteo, un recordatorio sombrío del fin de un imperio. La venganza había sido servida, pero la herida de Leila permanecería, un eco silencioso de la oscuridad que habían enfrentado.