“Etna: La Vendetta de Ceniza”

Aquí se irán publicando las escenas de rol tanto de trama principal, como las que querais publicar los jugadores. Debido a la naturaleza de este foro, si se admite contenido NSFW.
Larabelle Evans
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Registrado: Mar Jul 02, 2024 4:52 am

Re: “Etna: La Vendetta de Ceniza”

Mensaje por Larabelle Evans »

Planeando nuevos enfrentamientos contra Matteo.

Punto de vista: Etna.

La lluvia golpeaba los ventanales con una cadencia constante, como un metrónomo invisible marcando el paso de las horas. El refugio, aunque silencioso, respiraba tensión. El olor a café recién hecho se mezclaba con el de pólvora y aceite de armas que nunca parecía disiparse del todo.
Etna estaba sentada en un sofá, envuelta en una manta oscura. Su piel aún conservaba un matiz pálido, pero sus ojos… esos ojos tenían ahora un filo nuevo, como si hubieran atravesado un fuego del que no se sale igual. En la mesa frente a ella había papeles, croquis del puerto, nombres tachados, rutas señaladas. Su mano izquierda sostenía una taza, pero la derecha jugaba con un encendedor, abriéndolo y cerrándolo en un ritmo obsesivo.
Karlo, de pie junto a la pared, la observaba sin disimulo. No solo por preocupación. También porque cada día desde aquella noche en el muelle, temía que despertara y ella ya no estuviera.
Karlo dice con acento siciliano, "No deberías estar aquí. Aún no estás lista."
Etna no lo miró.
Dices con acento catanés, "Estoy más lista que todos ustedes juntos."
Maurizio entró desde el pasillo, secándose el cabello con una toalla. Traía un gesto de pocas palabras, pero la mirada cargada de noticias.
Maurizio dice con acento siciliano, "Los informantes confirman que Matteo no ha aparecido en Palermo. Ni en Nápoles. Es como si se hubiera borrado del mapa."
Pietro, que estaba apoyado en el marco de la puerta con los brazos cruzados, intervino.
Pietro dice con acento siciliano, "O está escondido… o está preparando algo más grande. Y no me gusta ninguna de las dos."
Etna dejó la taza sobre la mesa y se incorporó lentamente. La manta cayó al suelo, revelando un vendaje aún fresco en su abdomen.
Dices con acento catanés, "Lo que sea que esté haciendo… vamos a adelantarnos. No voy a esperar a que toque nuestra puerta."
Karlo dio un paso hacia ella.
Karlo dice con acento siciliano, "Etna, apenas sobreviviste a Kenia. No podemos—"
Etna lo interrumpió con una mirada cortante.
Dices con acento catanés, "Precisamente por eso no vamos a quedarnos quietos. Porque la próxima vez… puede que no sobreviva ninguno."
Un trueno retumbó sobre el refugio, como si el cielo confirmara sus palabras. En la mesa, los mapas parecían más que simples papeles: eran la promesa de la próxima guerra.
Pietro dice con acento siciliano, "¿Y cuál es el plan, entonces, Etna? ¿Un ataque frontal a un fantasma?"
Etna recogió el encendedor de la mesa, su movimiento deliberado. Lo abrió y cerró una vez más antes de hablar.
Dices con acento catanés, "No a un fantasma. A lo que dejó atrás. Matteo tiene puntos débiles. Familias, negocios, viejas alianzas. Vamos a quemar cada puente que tenga, hasta que no le quede más remedio que aparecer."
Maurizio asintió lentamente, su expresión sombría.
Maurizio dice con acento siciliano, "Es arriesgado. Podríamos despertar a toda la colmena."
Dices con acento catanés, "Que despierten. Que sepan que no estamos jugando. Si Matteo quiere guerra, guerra tendrá. Y esta vez, la jugaremos con nuestras reglas."
La mirada de Karlo se encontró con la de Etna. Había una mezcla de admiración y temor en sus ojos. Sabía que no había forma de hacerla cambiar de opinión.
Karlo dice con acento siciliano, "Bien. Pero vamos a necesitar más que un mapa y un encendedor. Necesitamos gente. Armas. Información."
Etna sonrió, una sonrisa fría y decidida.
Dices con acento catanés, "Ya me encargué de eso. La red se está moviendo. Los viejos favores están siendo cobrados. Y en cuanto a las armas... siempre hay un arsenal esperando a ser descubierto."
El sonido de la lluvia amainó, dejando solo el goteo constante de los aleros. Pero en la habitación, la tormenta apenas comenzaba. Etna tomó uno de los croquis y lo desdobló, señalando un punto en el mapa del puerto.
Dices con acento catanés, "Empezamos por aquí. El almacén de Salvatore. Nadie lo usa, pero es el punto de entrada perfecto para cualquier cargamento que Matteo intentara traer de vuelta a la ciudad."
Pietro y Maurizio se acercaron a la mesa, sus ojos fijos en el mapa. Karlo se mantuvo un paso atrás, observando a Etna. La chica que conocía había desaparecido, y en su lugar, había una estratega despiadada. La guerra había llegado a Sicilia, y Etna era su fuego.
La sala quedó en silencio tras la reunión. Pietro y Maurizio salieron del despacho rumbo al pasillo, dejando atrás el eco de sus pasos y el aroma del café aún flotando en el aire. Etna recogió los papeles de la mesa y los guardó en una carpeta negra, mientras Karlo permanecía apoyado contra la pared, sin quitarle los ojos de encima.
Karlo dice con acento siciliano, "Necesitamos hablar. A solas."
Etna lo miró de reojo, con un gesto que mezclaba impaciencia y curiosidad.
Dices con acento catanés, "Habla."
Karlo se acercó un paso, su voz más baja, pero cargada de tensión.
Karlo dice con acento siciliano, "No me trago lo de Gianluca. No me digas que es amor. No me digas que lo elegiste porque te hace feliz."
Etna frunció el ceño, dejando la carpeta sobre la mesa.
Dices con acento catanés, "No es asunto tuyo."
Karlo apretó la mandíbula, su mirada fija en ella.
Karlo dice con acento siciliano, "Claro que es asunto mío. Porque sé quién eres de verdad. Sé lo que vales. Y sé que ese bastardo no te conviene."
Etna suspiró, intentando mantener el control de su expresión.
Dices con acento catanés, "No entiendes nada, Karlo. Gianluca es… una pieza en un tablero mucho más grande."
Karlo dio otro paso, acortando la distancia entre ellos. Sus ojos ardían, pero no de ira, sino de algo más profundo.
Karlo dice con acento siciliano, "Entonces dime la jugada, Etna. Porque mientras tú estás con él, yo… me estoy volviendo loco. Y no solo por los celos. Es porque cada segundo que pasas cerca de él, sé que corres un riesgo que no necesitas correr."
Etna le sostuvo la mirada, sin retroceder.
Dices con acento catanés, "Sé cuidarme sola."
Karlo negó lentamente, su voz grave.
Karlo dice con acento siciliano, "Puede que sí. Pero eso no va a impedir que luche por ti. Y no voy a quedarme de brazos cruzados viendo cómo te enredas con un hombre que algún día podría venderte a Matteo sin pestañear."
Etna lo observó en silencio por un instante. Había un destello de algo en sus ojos, difícil de descifrar. No era rabia, ni miedo. Quizá un reconocimiento silencioso de la verdad que él estaba diciendo.
Dices con acento catanés, "No sabes en qué te estás metiendo."
Karlo sonrió apenas, pero su voz se volvió un susurro firme.
Karlo dice con acento siciliano, "Lo sé perfectamente. Me estoy metiendo en ti. Y no pienso salir."
El silencio se espesó entre ambos. Afuera, la lluvia volvía a arreciar, golpeando los cristales como un aplauso distante. Etna tomó la carpeta de nuevo, pero esta vez sus manos parecían menos seguras. Karlo se apartó solo lo suficiente para dejarle espacio, pero su mirada permaneció clavada en ella, como una promesa que no necesitaba más palabras.
Etna se giró para dejar la carpeta sobre la mesa auxiliar, dándole la espalda a Karlo por un instante. Él dio un paso más, acortando la distancia hasta que pudo percibir el aroma tenue de su perfume mezclado con el de pólvora.
Karlo dice con acento siciliano, "Solo dame un segundo… para que veas que hablo en serio."
Etna frunció el ceño, girándose hacia él.
Dices con acento catanés, "Karlo, no—"
No terminó la frase. Él inclinó el rostro, acercándose, la mano rozando apenas su brazo como una advertencia y una súplica al mismo tiempo. Sus labios estuvieron a un suspiro de los de ella, y Etna no se movió, atrapada entre el impulso y la razón.
Pero el sonido seco de una puerta abriéndose rompió el momento.
Gianluca dice con acento napolitano, "Interesante… muy interesante."
Su voz, cargada de veneno, llenó la habitación. Estaba recostado contra el marco de la puerta, con las manos en los bolsillos y una sonrisa torcida que no alcanzaba sus ojos.
Karlo se apartó de inmediato, pero no lo suficiente como para borrar la cercanía evidente.
Karlo dice con acento siciliano, "No es lo que parece."
Gianluca soltó una carcajada baja, caminando hacia ellos con paso lento y seguro.
Gianluca dice con acento napolitano, "Claro que no. Tú solo estabas… tomando medidas, ¿verdad?"
Etna se mantuvo inmóvil, su mirada fija en Gianluca, evaluando cada palabra que podría usar para desactivar la tensión.
Dices con acento catanés, "No es momento para estupideces. Tenemos un plan que ejecutar."
Gianluca se detuvo frente a Karlo, tan cerca que casi podían sentir el latido del otro. Su sonrisa se borró, dejando una expresión fría.
Gianluca dice con acento napolitano, "Te sugiero que mantengas las manos… y los labios… lejos de lo que no te pertenece."
Karlo sostuvo la mirada, sin retroceder ni un milímetro.
Karlo dice con acento siciliano, "Etna no le pertenece a nadie."
Un silencio denso se apoderó del lugar. Afuera, la lluvia golpeaba con fuerza renovada, como si el cielo quisiera advertirles que esa tormenta era apenas el principio.
Etna dio un paso al frente, interponiéndose entre ambos.
Dices con acento catanés, "Basta. No pienso perder tiempo con una pelea inútil. Tenemos trabajo que hacer."
Gianluca y Karlo se apartaron lentamente, pero la tensión no desapareció. Había quedado sembrada, como una chispa esperando encontrar combustible.
Gianluca dio un paso más hacia ella, como si no hubiera escuchado nada de lo que acababa de decir. Su mirada bajó brevemente a sus manos, que Etna mantenía firmes sobre la mesa para no mostrar el temblor sutil que recorría sus dedos. El veneno aún vivía en su cuerpo, dejando una sensación intermitente de frío en la piel y un ardor profundo en las articulaciones.
Gianluca dice con acento napolitano, "Aún tiemblas… No estás lista para enfrentarte a nada, y lo sabes."
Etna apretó la mandíbula. El calor de su respiración se mezclaba con el de él, pero sus rodillas amenazaban con ceder si permanecía demasiado tiempo de pie. Aun así, no le dio el gusto de verlo.
Karlo observaba cada detalle, el leve cambio en su respiración, el destello de dolor en sus ojos cuando su mano se apoyó un instante en el borde de la mesa para estabilizarse.
Karlo dice con acento siciliano, "Está más lista que tú. Aunque tenga que pelear con medio cuerpo."
Gianluca se giró lentamente hacia Karlo, pero su mano se mantuvo en la cintura de Etna, un gesto tan calculado como posesivo.
Gianluca dice con acento napolitano, "Mitad de cuerpo o no… es mía. Y voy a asegurarme de que siga respirando… para mí."
Etna apartó su mano de su cintura con un movimiento seco, aunque le costó un segundo recuperar el equilibrio.
Dices con acento catanés, "Respiraré para mí. No para ninguno de los dos."
El silencio fue como un hilo a punto de romperse. Afuera, un trueno sacudió el refugio. El sonido se coló por la ventana entreabierta, arrastrando el olor de la tierra mojada.
Gianluca se inclinó, lo suficiente como para que Karlo viera el gesto, y rozó la mejilla de Etna con los labios, un contacto suave pero cargado de un mensaje claro.
Gianluca dice con acento napolitano, "Recuerda quién estuvo ahí… cuando tu cuerpo decidió apagarse."
Karlo cerró los puños, pero no se movió. Solo clavó la mirada en Etna, como si quisiera atravesar esa barrera invisible que Gianluca había levantado entre ellos.
Etna, con la respiración controlada a duras penas, tomó el croquis de la mesa y lo sostuvo frente a ambos.
Dices con acento catanés, "La misión es mañana. O vienen conmigo… o se apartan del camino."
Ninguno respondió, pero en sus miradas estaba claro que esa guerra no era solo contra Matteo.
Un nuevo silencio se instaló en la habitación, más denso que los anteriores. Karlo desvió la mirada de Gianluca a Etna, su ceño fruncido con una preocupación que no intentaba ocultar. Gianluca, por su parte, mantuvo la sonrisa torcida, disfrutando del efecto que sus palabras habían causado.
Gianluca dice con acento napolitano, "¿Y si no queremos ninguno de los dos? ¿Qué pasaría si te dejáramos con tu propia guerra, Etna? ¿Crees que sobrevivirías sola?"
Etna no parpadeó. Su mano apretó el borde del croquis, arrugando ligeramente el papel. El dolor en sus articulaciones se intensificó, pero su voz no flaqueó.
Dices con acento catanés, "Sobreviví a cosas peores. Y si tengo que hacerlo sola, lo haré. Pero no les conviene."
Karlo dio un paso adelante, la paciencia agotada.
Karlo dice con acento siciliano, "No digas tonterías, Etna. No hay guerra que se gane en solitario. Y si Gianluca piensa abandonarte, tendrá que pasar por encima de mí."
Gianluca soltó una carcajada corta y despectiva.
Gianluca dice con acento napolitano, "Siempre tan predecible, Karlo. El héroe romántico. Pero ¿qué harás cuando descubras que no hay nada que salvar?"
Etna, harta de la disputa, alzó la voz, cortando la tensión con un filo nuevo.
Dices con acento catanés, "¡Ya basta! Ambos. La misión es mañana al amanecer. Necesito que estén concentrados, no peleando como niños. Si no pueden dejar sus… diferencias a un lado, entonces no necesito a ninguno de los dos."
Miró a Karlo, luego a Gianluca, una advertencia clara en sus ojos. La lluvia afuera comenzó a ceder, dejando solo un suave murmullo. El aire de la habitación, sin embargo, seguía cargado de la tormenta interna que los tres libraban.
Gianluca fue el primero en romper el contacto visual, su sonrisa desapareciendo por completo. Asintió con un movimiento imperceptible, la mandíbula tensa.
Gianluca dice con acento napolitano, "Entendido. Mañana al amanecer."
Se giró y salió de la habitación sin decir una palabra más, dejando un rastro de frialdad a su paso.
Karlo permaneció en su sitio, observando a Etna. La furia en sus ojos se había mezclado con una profunda preocupación.
Karlo dice con acento siciliano, "No me fío de él. Ni un poco."
Etna suspiró, el cansancio empezando a hacer mella en su postura.
Dices con acento catanés, "No tienes que fiarte. Solo tienes que hacer tu trabajo."
Se acercó a la ventana, observando el cielo oscuro que empezaba a clarear tímidamente. La lluvia había cesado por completo.
Karlo dice con acento siciliano, "Y tú… ¿te fías de él?"
Etna no respondió de inmediato. Sus ojos, antes llenos de fuego, ahora parecían más distantes, más cansados. Finalmente, sin girarse, pronunció una frase casi inaudible.
Dices con acento catanés, "No fío de nadie. Solo de mí misma."
Karlo se acercó, su voz grave y llena de reproche.
Karlo dice con acento siciliano, "Esa es la diferencia entre tú y yo, Etna. Yo sí confío en ti. Incluso cuando haces tonterías."
Etna se giró lentamente, sus ojos encontrándose con los de él. Había un brillo indescifrable, una mezcla de gratitud y la misma obstinación de siempre.
Dices con acento catanés, "Vete a descansar, Karlo. Mañana será un día largo."
Él dudó un instante, como si quisiera decir algo más, pero se contuvo. Asintió, su mirada fija en ella, y finalmente se dio la vuelta para salir de la habitación.
El silencio volvió a envolver a Etna. Sola en la habitación, con el croquis aún en la mano, se permitió un momento para cerrar los ojos. El veneno, las heridas, las palabras… todo se arremolinaba en su cabeza. Abrió los ojos de nuevo, fijando la mirada en el mapa. Mañana no solo sería un día largo, sería la continuación de una guerra que ella había decidido liderar. Y no había vuelta atrás.

Luchando por no enamorarse.

Etna dejó el croquis extendido sobre la mesa, sin volver a mirar a la ventana. Se incorporó lentamente, un leve temblor en sus piernas obligándola a aferrarse al respaldo de la silla antes de dar el primer paso. El dolor punzante en su costado era como una cuchilla enterrada que cada movimiento hacía girar más profundo.
La estancia quedó en silencio cuando salió. El pasillo estaba débilmente iluminado, las sombras proyectadas por las lámparas parecían alargarse, siguiéndola. Cada paso era medido, lento, como si calculara cuánto peso podía soportar su cuerpo sin que la traicionara. El eco de sus botas resonaba contra el piso de cemento, acompasado con la punzada rítmica en sus articulaciones.
Al llegar a la puerta de su recámara, se apoyó unos segundos en el marco, respirando hondo. Su mano temblaba al girar la perilla. Adentro, el ambiente estaba más cálido, pero eso no aliviaba el frío interno que el veneno había dejado en su sangre. Dejó caer la chaqueta sobre la silla y se sentó en el borde de la cama, inclinándose hacia adelante, los codos sobre las rodillas. Cerró los ojos, buscando un respiro.
No escuchó el primer paso detrás de ella. Solo sintió la presencia. Gianluca estaba allí, de pie, observándola con esa mezcla de deseo y dominio que lo volvía peligroso. Cerró la puerta despacio, el clic del cerrojo sonó como un sello final.
Gianluca dice con acento napolitano, "Estás empeñada en hacerme enfadar… caminando sola así, cuando apenas puedes sostenerte."
Etna levantó la vista, sus ojos afilados a pesar del cansancio.
Dices con acento catanés, "No necesito un guardián."
Él ignoró la respuesta. Se acercó despacio, agachándose frente a ella. Su mano rozó su rodilla, subiendo con lentitud hasta encontrar la cicatriz cubierta por el vendaje bajo la tela del pantalón.
Gianluca dice con acento napolitano, "No sabes lo que me hace verte así… rota… y aún desafiante."
Etna apartó la pierna, pero el dolor le hizo inhalar bruscamente. Gianluca notó el gesto y su mirada cambió, volviéndose más grave.
Gianluca dice con acento napolitano, "Dime dónde duele."
Sin esperar respuesta, tomó sus manos y las sostuvo con fuerza, como anclándola. Su pulgar acariciaba el dorso de una de ellas, pero el contacto no era enteramente tierno; había posesión en cada movimiento.
Dices con acento catanés, "No necesito tu compasión."
Gianluca esbozó una sonrisa breve, pero sus ojos permanecieron oscuros.
Gianluca dice con acento napolitano, "Esto no es compasión… es asegurarme de que mi mujer esté entera para lo que viene."
Etna le sostuvo la mirada. El pulso en sus sienes latía con fuerza. El veneno le había robado parte de su energía, pero no su voluntad. Sin embargo, cuando Gianluca deslizó una mano detrás de su cuello y la acercó más, no lo detuvo.
Los labios de Gianluca se encontraron con los suyos, un beso que comenzó con una suavidad engañosa antes de volverse más exigente, más profundo. Su aliento cálido la envolvió, y la mano en su nuca se tensó, atrayéndola con una fuerza que le hizo ceder. Etna sintió el calor extenderse por su cuerpo, una distracción bien recibida del frío punzante del veneno. Sus propias manos, casi por instinto, se aferraron a los brazos de él.
Gianluca se separó apenas un milímetro, sus ojos oscuros fijos en los de ella, cargados de un deseo innegable. Gianluca dice con acento napolitano, "¿Lo sientes, Etna? Esto es lo que te pertenece. Esto es lo que te mantiene viva."
Sus dedos se deslizaron desde su nuca hasta su espalda, acariciando suavemente la curva de su columna. El roce, en lugar de ser meramente posesivo, se sintió extrañamente protector, como si quisiera envolverla en su propio calor. Etna se inclinó ligeramente, una rendición casi imperceptible a su proximidad. El cansancio y el dolor se mezclaban con una punzada de anhelo.
Dices con acento catanés, "No… no necesito a nadie para sentirme viva." Su voz era un susurro, apenas audible, pero él la escuchó.
Gianluca sonrió con tristeza, una sonrisa que no llegó a sus ojos. Gianluca dice con acento napolitano, "Lo sé. Pero me necesitas para esto. Para que este veneno… no te consuma."
Se levantó, y con un movimiento suave, la alzó en brazos. Etna no protestó. Su cuerpo, fatigado y dolorido, se acurrucó contra el suyo. Él la llevó hasta la cama, recostándola con delicadeza, como si fuera de cristal. Se arrodilló a su lado, la mano firme pero suave sobre su frente, luego en su mejilla, sintiendo la fiebre intermitente.
Gianluca dice con acento napolitano, "Estás ardiendo. Maldito veneno."
Con una agilidad sorprendente, Gianluca buscó un ungüento en el botiquín cercano. Sus movimientos eran rápidos y eficientes. Untó una pequeña cantidad en sus dedos y comenzó a masajear suavemente sus sienes, luego su cuello, y finalmente, con una delicadeza inesperada, desabrochó los primeros botones de su camisa para alcanzar la piel pálida de su pecho, donde las venas aún se marcaban con un leve tinte azulado por el rastro del veneno.
Etna cerró los ojos, el contacto de sus dedos fríos sobre su piel febril era un alivio. No había erotismo en ese tacto, solo una preocupación tangible, una cura silenciosa. Gianluca dice con acento napolitano, "Te cuidaré, Etna. Incluso de ti misma. Deja que este dolor… se vaya."
Sus manos continuaron su labor, expertas y suaves, masajeando la tensión en sus músculos, aplicando el ungüento en cada punto donde el veneno había dejado su huella. Etna, por primera vez en días, sintió una relajación profunda. La lucha constante, la tensión, el dolor… todo cedió un poco ante la presencia de Gianluca, su protector, su debilidad. Y en ese momento de vulnerabilidad, no pudo evitar la entrega.
Etna abrió los ojos lentamente, encontrando los de Gianluca a pocos centímetros. La intensidad de su mirada no se había apagado; era una mezcla peligrosa de posesión y devoción que parecía envolverla por completo.
Dices con acento catanés, "Esto no cambia nada."
Gianluca inclinó la cabeza, una sonrisa ladeada asomando en sus labios.
Gianluca dice con acento napolitano, "Claro que lo cambia… aunque no quieras admitirlo."
Ella apartó la vista hacia la pared, como si al romper el contacto visual pudiera protegerse de la influencia que él ejercía sobre su voluntad. Sin embargo, sus manos seguían inmóviles sobre la sábana, no lo empujaban, no lo alejaban.
Gianluca volvió a rozar la herida en su costado, esta vez con extremo cuidado, como si estuviera memorizando cada línea de su cicatriz.
Gianluca dice con acento napolitano, "Te prometí que no dejaría que nadie volviera a tocarte así. Y me lo voy a cobrar."
Etna giró lentamente el rostro, fijando sus ojos en los suyos, una chispa de desafío brillando bajo el cansancio.
Dices con acento catanés, "¿Y cómo piensas cobrarlo, Gianluca? ¿Encerrándome aquí? No soy un trofeo."
Gianluca sonrió, una sonrisa cargada de una extraña melancolía.
Gianluca dice con acento napolitano, "¿Un trofeo? No, Chyara. Eres mi guerra. Y pienso ganarla. No encerrándote, sino haciendo que no quieras irte. Que entiendas que lo que te ofrezco no lo tiene ningún otro. Ni ese siciliano que te mira como un cachorro perdido, ni ninguno de los que te rodea. Ellos te quieren para sus fines. Yo te quiero para mí."
Su mano se movió desde la herida hacia su rostro, acariciando su mejilla con una delicadeza inesperada, casi reverente. Sus ojos, profundos y oscuros, buscaban algo en los de ella, una respuesta, una señal.
Gianluca dice con acento napolitano, "Te deseo, sí. Pero no solo eso. Quiero estar contigo. Quiero ser la única razón por la que te sientas viva cuando todo lo demás intente matarte. Que no busques consuelo en las promesas vacías de otros, ni en los riesgos innecesarios. Quiero que esta batalla… la libremos juntos. Tú y yo. Y nadie más."
Etna parpadeó, la intensidad de sus palabras resonando en la habitación. Era una declaración que no esperaba, una vulnerabilidad en él que apenas dejaba entrever. La mano de Gianluca se deslizó hasta sus labios, rozándolos con el pulgar, una invitación silenciosa.
Dices con acento catanés, "¿Y crees que con eso… vas a detenerme? ¿Crees que un par de palabras dulces van a cambiar lo que soy?"
Gianluca negó con la cabeza, su sonrisa se hizo más tierna, pero con un matiz de determinación férrea.
Gianluca dice con acento napolitano, "No. No busco cambiarte, Etna. Busco que me elijas. Que entiendas que mi amor es tan fuerte como tu fuego. Y que cuando llegue el momento, no haya duda de a quién le perteneces."
Se inclinó, y esta vez, el beso fue diferente. No era posesivo ni demandante, sino una promesa. Una promesa de guerra, de pasión, de una lucha constante por un espacio en su corazón que, por primera vez, Etna sintió que Gianluca se atrevía a reclamar.
Etna no cerró los ojos al recibir el beso. Lo sostuvo, lo midió, como si buscara descubrir en él la verdad detrás de las palabras. El calor de Gianluca contrastaba con el frío que todavía sentía en sus huesos por el veneno. Cuando él se apartó apenas unos centímetros, sus respiraciones se mezclaron.
Dices con acento catanés, "No te prometo nada, Gianluca. Si me quedo… será porque yo lo decida."
Gianluca sonrió levemente, inclinando el rostro hasta que su frente rozó la de ella.
Gianluca dice con acento napolitano, "Eso es todo lo que quiero."
Sus manos permanecieron en su rostro unos segundos más antes de retirarse. Se incorporó, pero no se alejó. La observó, como si quisiera grabar en su memoria cada detalle de ese momento: el brillo desafiante de sus ojos, la palidez que aún marcaba su piel, la tensión sutil en su respiración.
Etna giró el rostro, buscando un poco de distancia. El dolor en su costado volvió a recordarle su fragilidad. Sus dedos se cerraron sobre la manta, intentando disimular el temblor de sus manos.
Gianluca se inclinó, su mano derecha se deslizó por la espalda de Etna hasta su cintura, levantándola con suavidad hasta acomodarla mejor en la cama. El cuerpo de ella, todavía frágil por el veneno, se moldeó al suyo, y él la cubrió con la manta con un gesto de profunda protección. Su otra mano acarició su cabello, apartándolo de su rostro, revelando la palidez que aún no la abandonaba.
Gianluca dice con acento napolitano, "Me tienes preocupado, Chyara. Este veneno… se aferra a ti como una sombra. No me gusta verte así, tan… vulnerable. Cada día es una lucha para ti, lo veo en tus ojos."
Sus dedos trazaron la línea de su mandíbula, con una ternura que contrastaba con la tensión que había en su voz.
Gianluca dice con acento napolitano, "No quiero que salgas de nuevo… no así, aún no te recuperas. Necesito que estés fuerte, Etna. No solo por la guerra que viene, sino por ti. Por lo que somos. Por lo que podemos ser."
Etna cerró los ojos, sintiendo el calor de su mano en su mejilla. Era una caricia que pedía una tregua a la batalla interna que libraba su cuerpo. La pasión en su toque se mezclaba con una protección casi feroz, una que, a pesar de su orgullo, agradecía.
Gianluca inclinó la cabeza, observando cada gesto de ella como si buscara leer pensamientos ocultos. Su pulgar continuó dibujando círculos lentos en su piel, una insistencia silenciosa para que se quedara en ese instante, lejos de planes y venganzas.
Gianluca dice con acento napolitano, "Déjame ser tu escudo esta vez. No quiero verte forzarte, no cuando tu cuerpo todavía tiembla al caminar."
Etna sintió un peso extraño en esas palabras, como si no solo hablara de la guerra contra Matteo, sino de la lucha que él creía librar por mantenerla a su lado. Su mano subió lentamente, descansando en el antebrazo de Gianluca, un gesto que no era rendición, pero tampoco rechazo.
Dices con acento catanés, "No sé si algún día entenderás que no puedo quedarme quieta. No sé estar inmóvil."
Gianluca mantuvo la mirada fija en ella, sin parpadear.
Gianluca dice con acento napolitano, "Entonces déjame al menos caminar contigo… aunque sea en medio del infierno."
El silencio se apoderó de la habitación, roto solo por el golpeteo distante de la lluvia en las ventanas del refugio. Etna apartó la mirada, respirando hondo. El calor de su mano aún en su rostro era reconfortante, pero también un recordatorio incómodo de la intensidad con la que él la reclamaba.
Gianluca se inclinó para besar su frente, un toque breve pero cargado de intención. Luego se levantó lentamente, acomodando la manta sobre ella una vez más antes de dirigirse a la puerta.
Gianluca dice con acento napolitano, "Descansa, Etna. Mañana será otro día para pelear… y para decidir si me dejas estar en esa pelea."
El cerrojo sonó suave al cerrarse, y la penumbra volvió a envolver la habitación. Etna permaneció inmóvil, mirando el techo, sintiendo que la guerra que Gianluca prometía no se libraría solo fuera… sino también en su propio corazón.

Leila cada día sufre más en Montenegro.

Punto de vista: Leila.

El viento del Adriático golpeaba las paredes de piedra húmeda, colándose por rendijas invisibles y dejando un eco frío que se mezclaba con el olor a sal y óxido. El lugar, un antiguo fuerte costero en ruinas, se erguía sobre un acantilado de Montenegro, invisible desde el mar salvo para quien conociera sus coordenadas exactas.
En el pasillo principal, iluminado por lámparas amarillentas, el sonido de botas resonaba con un ritmo pesado y constante. Gianlorenzo caminaba al frente, un cigarro medio consumido entre los dedos, la sombra de su abrigo proyectándose alargada sobre las paredes desconchadas. Detrás de él, dos hombres armados custodiaban la entrada de una puerta reforzada con acero y cerrojos dobles.
Uno de los guardias se enderezó al verlo.
Guardia dice con acento montenegrino, "Todo tranquilo, señor. No ha intentado nada desde ayer."
Gianlorenzo no contestó de inmediato. Exhaló una nube de humo, observando la cerradura como si pudiera ver más allá. Finalmente, asintió y extendió la mano.
Gianlorenzo dice con acento siciliano, "Dame las llaves."
El guardia obedeció. El metal tintineó antes de que Gianlorenzo lo girara en la cerradura, liberando el cerrojo con un sonido seco. Empujó la puerta y entró.
La celda era pequeña, con paredes encaladas que el tiempo había cubierto de manchas de humedad. Una cama de hierro ocupaba un rincón, cubierta por una manta gris áspera. Sentada en el borde, con las manos unidas sobre el regazo, estaba la mujer que habían mantenido allí durante dos meses. Su cabello, más largo y opaco que antes, caía sobre su rostro, ocultando en parte la palidez de su piel. Los vendajes en sus muñecas asomaban bajo la tela ligera de la blusa, recuerdo de cadenas que ya no llevaba pero cuyo peso aún se notaba en su postura.
No levantó la cabeza cuando él entró. Sus ojos permanecieron fijos en un punto invisible en el suelo, como si no mereciera gastar energía en reconocer su presencia.
Gianlorenzo cerró la puerta tras de sí, quedando solo con ella. Avanzó despacio, sus pasos marcando la distancia que los separaba. Se detuvo a menos de un metro, inclinando la cabeza para intentar captar su mirada.
Gianlorenzo dice con acento siciliano, "¿Otra vez en silencio? Me pregunto si es por dignidad… o porque ya te has acostumbrado."
Ella no respondió. Sus dedos se tensaron levemente sobre la manta, un gesto mínimo, pero suficiente para que él sonriera de lado.
Gianlorenzo dice con acento siciliano, "Sabes… Montenegro es un buen lugar para desaparecer. Nadie pregunta, nadie busca. Y si alguien lo hace… nunca encuentra lo que quiere."
Se inclinó, apoyando una mano en el colchón a su lado. El aroma a tabaco y sal lo envolvió todo.
Gianlorenzo dice con acento siciliano, "Pero tú… tú eres demasiado valiosa para desaparecer. Demasiado valiosa para morir… todavía."
Una lágrima solitaria se deslizó por su mejilla, pero ella no hizo ningún sonido. La respiración de Leila se volvió apenas perceptible, como si intentara volverse invisible. Él sonrió de nuevo, esta vez con menos diversión y más satisfacción.
Gianlorenzo dice con acento siciliano, "Veo que aún queda algo de la vieja Leila. Bien. Eso nos ahorra trabajo."
Sacó del bolsillo interior de su abrigo una jeringa prellenada. El líquido ámbar en su interior brilló bajo la tenue luz de la celda. Leila lo vio y su cuerpo se tensó. El terror se instaló en sus ojos. Él no necesitó forzarla. Con la experiencia de quien ha repetido el acto decenas de veces, le tomó el brazo y, con una destreza casi suave, localizó la vena. El pinchazo fue rápido, casi indoloro, pero la sensación del líquido frío entrando en su torrente sanguíneo la hizo estremecerse.
Gianlorenzo la soltó y la jeringa cayó con un leve tintineo sobre la manta. El efecto fue casi inmediato. Los músculos de Leila se relajaron, sus ojos se entornaron y la mirada se le perdió en la nada. El miedo dio paso a una calma forzada, una rendición química.
Gianlorenzo la observó por un momento, asegurándose de que la droga había surtido el efecto deseado. La expresión ausente en el rostro de Leila era la confirmación que necesitaba. Con movimientos pausados, sacó de un maletín de cuero una pila de documentos y un bolígrafo. Había extractos bancarios de cuentas en Suiza, Luxemburgo y las Islas Caimán, todas a nombre de empresas fantasma, pero controladas por la red de Cosa Nostra que Leila había manejado tras la enfermedad de su padre, Matteo. También había otros papeles, actas de acuerdos subterráneos y autorizaciones que le permitían tomar control total sobre los activos restantes de la familia.
Con una facilidad alarmante, guio la mano flácida de Leila para que firmara en los lugares indicados. Su firma, antes tan firme y decidida, ahora era un garabato tembloroso, un reflejo de su voluntad anulada. Cuando terminó, Gianlorenzo sonrió, una expresión de triunfo que apenas se molestó en disimular.
Luego, sacó de otro compartimento del maletín un conjunto de ropa. No era ropa de viaje, ni mucho menos de abrigo. Era un vestido de seda fina, de un color carmesí oscuro que contrastaba con la palidez de su piel. El escote era pronunciado, dejando al descubierto una parte de su pecho, y la tela caía de forma fluida, apenas rozando sus muslos. Los hombros quedaban expuestos, y la espalda se abría en un corte profundo. Era un atuendo diseñado para exhibir, no para proteger.
Con la misma desapasionada eficiencia, la obligó a quitarse su ropa y ponerse el vestido. Los vendajes en sus muñecas quedaron en evidencia, un detalle que Gianlorenzo ignoró por completo. Una vez vestida, Leila parecía una muñeca, su cuerpo laxo y su mirada vacía.
Gianlorenzo la levantó y la llevó hacia la puerta, que el guardia, ahora identificado como Dragan, abrió sin dudar. Otro hombre, Kuzman, un lugarteniente robusto con una cicatriz en la mejilla, esperaba en el pasillo. Entre los dos, condujeron a Leila por un laberinto de pasillos hasta una puerta de madera maciza al final del corredor.
Al entrar en la habitación, un hombre alto y de semblante duro se puso de pie. Su cabello era canoso, y sus ojos, de un azul gélido, observaron a Leila con una mezcla de calculada satisfacción y frialdad. Era Domenico Rossi, un antiguo rival de Leila en los bajos fondos, un hombre que había jurado venganza por viejas afrentas y que ahora había comprado a Leila como un trofeo, una herramienta para humillar lo que quedaba de la Principessa del terror.
Domenico se acercó, la mirada fija en Leila. Una sonrisa lenta y cruel se extendió por sus labios.
"La Principessa del terror", Domenico siseó, su voz un murmullo áspero que apenas ocultaba el desprecio. Su mano se levantó y rozó el hombro desnudo de Leila, una caricia calculada para provocar repulsión. Sus ojos, sin embargo, bajaron por su cuerpo con una maldad hambrienta. "Mira qué bajo has caído. De reinar la noche de Palermo a ser… esto."
Gianlorenzo y los hombres, que habían permanecido en la entrada de la habitación, soltaron risas contenidas. "Disfruta el espectáculo, Domenico", dijo Gianlorenzo, con una burla en la voz. "Te lo has ganado."
Dragan soltó una carcajada estridente. "No te olvides de la propina, jefe", bromeó, y Kuzman asintió, una sonrisa lasciva en su rostro.
Gianlorenzo les hizo un gesto para que salieran. Las palabras y risas se desvanecieron a medida que la puerta se cerraba con un suave clic, dejando a Domenico y Leila solos en la fría habitación. El silencio que siguió fue denso, cargado con el resentimiento y el deseo perverso de Domenico.
Domenico se acercó a Leila, la sonrisa cruel nunca abandonando sus labios. Su mano, grande y áspera, se posó en el hombro desnudo de ella, y luego se deslizó lentamente por el brazo, con una lentitud que era más tortura que caricia. La seda del vestido cedía bajo sus dedos, y Leila sintió un escalofrío helado que nada tenía que ver con la temperatura de la habitación. Sus ojos, ya empañados por la droga, intentaron enfocar el rostro de Domenico, pero todo era una bruma. Solo podía ver la crueldad en sus ojos gélidos, la satisfacción de un depredador que había acorralado a su presa.
"¿Qué te pasa, Principessa?" susurró Domenico, su aliento cálido y repugnante en la mejilla de Leila. "¿No tienes nada que decir? ¿Acaso el gran terror de Palermo ha perdido su voz?"
La mano de Domenico se detuvo en el escote del vestido, justo en el punto donde la tela cubría el inicio de sus pechos. Con un tirón brusco, el delicado tejido se desgarró con un sonido seco, revelando una parte más íntima de su cuerpo. Leila gimió, un sonido apenas perceptible, más una exhalación de dolor que una protesta. Su cabeza se movió de un lado a otro, un débil y patético intento de negación, pero la droga había anulado su voluntad. Su cuerpo no le respondía, sus músculos eran gelatina.
Domenico se rió, una carcajada ronca y desagradable que llenó el silencio de la habitación. "No te niegues, Leila. Siempre fuiste una mujer de pasiones, ¿no? Siempre buscando el poder, el control. Y ahora… mira cómo te has quedado."
Continuó desgarrando la tela, sin prisa, como si saboreara cada ruptura. El vestido, que antes había sido una burla de su feminidad, ahora se convertía en un testimonio de su humillación. Pedazos de seda carmesí cayeron al suelo, revelando más y más de su piel pálida y vulnerable. Los vendajes en sus muñecas quedaron completamente expuestos, recordatorios gráficos de su cautiverio, de las cadenas que la habían atado y doblegado.
Leila cerró los ojos, intentando escapar del horror, de la vista de sí misma, de la mirada hambrienta de Domenico. Las lágrimas seguían deslizándose por sus mejillas, silenciosas, mezclándose con el sudor frío. Por dentro, su mente gritaba, maldecía, luchaba contra la impotencia. Quería gritar, escupirle a la cara, morderlo, pero su garganta estaba cerrada, su boca incapaz de formar palabra alguna. Era una prisionera en su propio cuerpo, un recipiente vacío donde antes había habitado la fiera "Principessa del Terror".
Domenico se inclinó, su rostro peligrosamente cerca del de ella. "Sabes, siempre quise esto, Leila," susurró, su voz cargada de un resentimiento antiguo. "Verte así, rota, indefensa. Después de todo lo que me hiciste, después de cómo te reíste de mí… la venganza es dulce, ¿no crees?"
Con cada palabra, con cada toque, Domenico desnudaba no solo su cuerpo, sino también su alma. La humillación se grababa en cada fibra de su ser, en cada latido de su corazón desesperado. La respiración de Leila se volvió irregular, pequeños jadeos que se perdían en el aire. La droga la mantenía en un estado de duermevela, un infierno consciente donde no podía escapar de su propia degradación.
Domenico, con un último tirón, desgarró el resto del vestido, dejando a Leila completamente desnuda y expuesta. Su mirada se detuvo en los vendajes de sus muñecas por un instante, una mueca de desprecio cruzando su rostro antes de que la empujara con fuerza hacia un sofá cama cercano. El cuerpo de Leila, inerte por la droga, cayó sobre la tela gastada con un golpe sordo.
Sin perder un segundo, Domenico comenzó a desvestirse, sus movimientos bruscos y llenos de una impaciencia voraz. La camisa voló por la habitación, seguida del pantalón y la ropa interior, revelando su cuerpo con una desnudez cruda y sin pudor. Sus ojos no se apartaban de Leila, una mezcla de ansia y una satisfacción perversa brillando en ellos. La erección en sus pantalones era evidente, una señal de su excitación y del oscuro propósito que lo impulsaba.
Se abalanzó sobre ella, la tela del sofá crujiendo bajo su peso. El aliento de Domenico, pesado y caliente, golpeó el rostro de Leila mientras él se colocaba entre sus piernas, forzándolas a abrirse sin un ápice de delicadeza. El gemido ahogado que escapó de los labios de Leila se perdió en el aire. Sus ojos, aunque velados por la droga, reflejaban un terror insondable, una súplica silenciosa que él ignoró por completo.
Domenico no pronunció palabra. Su rostro estaba contraído por la excitación y la rabia contenida. Sin preocuparse por su dolor o su resistencia, sin buscar su consentimiento que de todos modos era imposible obtener, la penetró con una brutalidad que le arrancó a Leila un grito silencioso. El impacto fue un tormento físico, un desgarro que la hizo arquearse débilmente, sus músculos temblaban en un esfuerzo inútil por liberarse. Las lágrimas, ahora abundantes, se desbordaron por sus sienes, perdiéndose en el cabello enmarañado. Cada embestida era un golpe de martillo, una reafirmación de su impotencia, de la anulación total de su ser. Ella era solo un objeto en sus manos, una marioneta sin voluntad, obligada a soportar el horror que se desarrollaba. El silencio en la habitación, roto solo por los jadeos de Domenico y los débiles suspiros de Leila, amplificaba la cruda realidad de la violación.
Mientras el tiempo se arrastraba, cada embestida de Domenico era un nuevo clavo en el ataúd de su espíritu. La mente de Leila se desconectaba, buscando refugio en algún rincón oscuro de su conciencia, lejos de la agonía y la degradación. Solo la mantenía anclada a la realidad el dolor, punzante y constante, y las lágrimas que no dejaban de correr. La furia de Domenico, su sed de venganza, se desbordaba en cada movimiento, cada jadeo. Finalmente, con un gemido gutural, se desplomó sobre ella, su cuerpo pesado e inerte por un momento, antes de rodar a un lado.
El silencio volvió a caer en la habitación, aún más opresivo que antes. Domenico se levantó, jadeando, y comenzó a vestirse con la misma prisa con la que se había desnudado, como si quisiera borrar la evidencia de su acto. No le dirigió ni una sola mirada a Leila, quien yacía inmóvil en el sofá, su cuerpo desnudo y ultrajado, los vendajes en sus muñecas como el único adorno en su piel pálida. Una mancha oscura se extendía entre sus piernas, un recuerdo brutal de lo que acababa de ocurrir.
Cuando Domenico terminó de vestirse, se alisó la ropa y se dirigió a la puerta sin una palabra. Antes de salir, se detuvo un instante y miró por encima del hombro. Su voz, ahora fría y sin rastro de la pasión violenta de antes, rompió el silencio.
—Disfruta tu nueva vida, Principessa. Esto es solo el principio.
La puerta se cerró con un eco sordo, dejando a Leila sola, abandonada en su propia ruina. El efecto de la droga empezaba a disiparse, lentamente, devolviéndole la conciencia de su cuerpo, de cada dolor, de cada herida. Quería gritar, vomitar, desaparecer, pero solo pudo temblar, sus músculos contraídos por una mezcla de náusea y espasmos incontrolables. El frío de la habitación se colaba en sus huesos, y el olor a tabaco, sal y algo más, algo oscuro y perturbador, llenaba el aire.
Se llevó una mano a la boca, intentando contener un sollozo que se negaba a salir. Las lágrimas, ahora más amargas, se mezclaban con la saliva mientras su garganta se cerraba. No había consuelo, no había escape. Solo el vacío, y el eco de la crueldad. Y una frase que resonaba en su mente, una y otra vez, como un martillo golpeando su cráneo: "Esto es solo el principio".
Una ola de recuerdos la asaltó, más vívidos y dolorosos que el frío de la celda. Las caras de su gente desfilaron ante sus ojos empañados: Chyara, su confidente, su hermana de corazón, con su risa franca y su lealtad inquebrantable. Karlo y Maurizio, sus guardias, sus hermanos de sangre y de armas, sus sombras protectoras. Pietro, el custodio silencioso, el pilar de su imperio. Y luego, la imagen que más la desgarraba, la que la hacía aferrarse a un hilo de cordura: Massimo, su cioccolatto.
Su nombre escapó de sus labios en un susurro, una súplica ahogada que se perdió en el aire viciado. "Massimo… por favor…" La voz le temblaba, rota por el llanto y el agotamiento. Se aferraba a su recuerdo, a la calidez de su piel, al consuelo de sus brazos, a la promesa de un amor que ahora parecía tan distante, tan imposible. Cada sollozo era un ruego para que él la encontrara, para que la sacara de ese infierno antes de que la oscuridad la consumiera por completo. El dolor físico y la agonía emocional se mezclaban, arrastrándola hacia un abismo de inconsciencia. Sus párpados pesaban, la vista se le nublaba. "Massimo…" El nombre fue el último sonido que emitió antes de que el cansancio y el desespero la arrastraran a un sueño sin sueños, una pausa forzada en su tormento.
Larabelle Evans
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Registrado: Mar Jul 02, 2024 4:52 am

Re: “Etna: La Vendetta de Ceniza”

Mensaje por Larabelle Evans »

Una pésima noche para mí.

Punto de vista: etna.


La madrugada en el refugio era silenciosa, apenas interrumpida por el goteo constante en algún punto del techo y el rumor lejano del viento contra las paredes de concreto. La habitación de Etna estaba a oscuras, iluminada solo por la tenue luz azulada que se colaba por la ventana entreabierta.
Etna se removió en la cama, el cuerpo entumecido, cada músculo quejándose con el eco del veneno que aún no la abandonaba del todo. Un quejido bajo escapó de sus labios cuando intentó girar hacia un costado. El dolor en su abdomen la obligó a detenerse, mordiéndose el labio para contener la exhalación cortada.
Su respiración estaba agitada, marcada por el rastro de una pesadilla que todavía vibraba en su mente. Había visto a Leila. No como en los recuerdos cálidos que guardaba, sino en una sombra borrosa, un rostro distorsionado entre gritos, cadenas y sangre. La imagen había sido tan real que aún podía sentir el peso de esa mirada perdida, como si Leila estuviera reclamándola desde algún lugar al que no podía llegar.
Etna se incorporó lentamente, apoyando los codos sobre las rodillas. El sudor frío le pegaba el cabello a la frente. Levantó la mirada hacia la ventana, buscando el aire de la madrugada, como si así pudiera ahuyentar la sensación de asfixia.
Dices con acento catanés, "Leila…"
El susurro se escapó entre dientes, apenas audible, pero cargado de dolor. Su mano se llevó instintivamente al pecho, donde el corazón latía con una fuerza irregular. La angustia la ahogaba más que el dolor físico.
Se recostó de nuevo, esta vez de lado, abrazando la manta contra sí misma como si intentara encontrar calor en un vacío demasiado grande. Sus ojos se humedecieron, y aunque trató de mantenerlos abiertos, terminaron cerrándose con lentitud.
Dices con acento catanés, "Me haces falta… más que nunca."
La soledad de la habitación se volvió más pesada. Afuera, el amanecer aún estaba lejos, pero para Etna cada minuto en esa cama parecía eterno. Entre el dolor, el frío del veneno y la ausencia de Leila, lo único que quedaba era ese nudo en su pecho que no sabía si alguna vez se disolvería.
La noche avanzó lenta, arrastrando las horas como si fueran cadenas. Etna, tras soltar el último suspiro de angustia, cayó nuevamente en un sueño ligero, más parecido a un desmayo que a un verdadero descanso. Su respiración era irregular, marcada por el veneno que aún corría como un fantasma silencioso en su cuerpo. Cada tanto, su frente se perlaba de sudor frío y sus labios se movían en un murmullo ininteligible, atrapada en un vaivén de fiebre y sombras.

Un desayuno romántico para etna.

Punto de vista: Etna.

Cuando el amanecer comenzó a teñir de gris la ventana, Etna abrió los ojos con dificultad. El dolor punzante en su abdomen seguía ahí, más apagado, pero constante, como una herida que se negaba a cicatrizar. Se incorporó lentamente, apoyándose en los codos primero, luego en las manos, con un jadeo entrecortado. Sus piernas temblaban antes incluso de tocar el suelo.
Gianluca estáva aí, la mirava, la opcervava, la cuidaba desde la puerta. Su espalda, recargada contra la puerta, pero sus ojos, grices y oscuresidos no se apartavan de ella. Su presencia como un candado humano.
Se obligó a ponerse de pie. Cada movimiento era una batalla en sí misma. Sujetándose del respaldo de la silla y luego del borde de la mesa, avanzó hasta el pequeño baño de su recámara. El reflejo en el espejo le devolvió un rostro pálido, con las ojeras marcadas y la piel aún apagada por la toxina. Sus ojos, sin embargo, ardían con un fuego obstinado que no cedía.
Giró la llave de la regadera. El agua tibia golpeó su piel como un alivio momentáneo, pero también expuso su fragilidad. Sus músculos tensos se contrajeron bajo la caída del agua, y un quejido escapó de su garganta al apoyar la mano en la pared para no desplomarse. Cada respiración era un recordatorio de que aún no estaba recuperada. El veneno había dejado cicatrices invisibles, un rastro que la debilitaba más de lo que estaba dispuesta a admitir.
Se pasó las manos por el rostro, dejando que el agua borrara el sudor de la fiebre y el rastro de lágrimas de la madrugada. Cerró los ojos unos segundos más, apoyando la frente contra los azulejos fríos, buscando fuerzas en la calma artificial de la ducha.
Al cabo de un rato, apagó el agua y se envolvió en una toalla, respirando hondo como si aquel simple acto hubiera sido una misión titánica. Regresó al cuarto despacio, cada paso medido, con el cuerpo exhausto, pero la determinación intacta.
Gianluca dice con acento napolitano, "vine hace un rato, savía que tratarías de levantarte sola"
Etna gira lentamente para verlo.
Suspiras profundamente.
Dices con acento Catanés, "buongiorno."
Gianluca asiente afirmativamente.
Gianluca dice con acento napolitano, "buongiorno"
Dices con acento Catanés, "Tan temprano quieres guerra?, almenos deja que desayune."
Gianluca sonríe.
Etna lo mira con una sonrisa irónica.
Gianluca se le acercó, y con una delicadeza inpropia de él, la tomó en brazos caminando con ella hasta la puerta. No habló, no avisó, solo, actuó
Gianluca dice con acento napolitano, "claro que vas a desallunar, pero yo te llevaré. "
Dices con acento Catanés, "ayno, bájame gian. "
Gianluca niega con la cabeza.
Gianluca dice con acento napolitano, "cláro que no"
Etna sonríe ligeramente mientras la lleba gianluca al comedor.
Gianluca sonríe.
Dices con acento Catanés, "Me vas a cocinar?"
Etna lo mira un tanto divertida, el dolor en su abdomen aumenta un poco.
El comedor estaba silencioso, apenas iluminado por la luz tenue que entraba por las ventanas empañadas de la madrugada. La mesa ya tenía encima una bandeja con pan recién horneado, queso y una cafetera humeante. Gianluca cruzó el umbral sin apartar la vista de ella, sus brazos firmes pero cuidadosos, como si cargara algo más frágil que la porcelana.
La depositó suavemente en una de las sillas, inclinándose un poco hacia adelante hasta asegurarse de que estaba bien apoyada. Su mirada seguía fija en su rostro, como si cada respiración de ella fuese un reloj que él necesitaba controlar.
Gianluca dice con acento napolitano, "No voy a dejar que sigas jugando a ser de hierro cuando tu cuerpo apenas puede sostenerte."
Etna lo miró, arqueando una ceja, mientras tomaba la taza de café con manos que temblaban apenas perceptiblemente.
Dices con acento catanés, "Y tú no vas a dejar de tratarme como si fuera de cristal, ¿verdad?"
Él se inclinó más, apoyando una mano en el respaldo de su silla, inclinando la cabeza para acercarse a su oído.
Etna apartó la taza y lo miró directo a los ojos. La ironía en su rostro se desvaneció un instante, reemplazada por una vulnerabilidad que no quería mostrar. El veneno aún estaba en sus venas, debilitándola, y la sensación de ser observada, sostenida, le provocaba un nudo en la garganta.
Dices con acento Catanés, "odio estar así cuando Leila exige ser vengada."
Gianluca dice con acento napolitano, "el problema es que como sigas así, a la siguiente que se tendrá que vengar, es a tí"
Dices con acento Catanés, "Anoche la vi llena de sangre como seguramente estuvo en esa maldita envoscada."
Gianluca suspira profundamente.
Gianluca dice con acento napolitano, "entonces qué Etna?, quieres salir y que todo sea envano? eso quieres?"
Gianluca la mira salvaje a los ojos.
Gianluca dice con acento napolitano, "quieres que todo lo que has hecho hasta ahora no sirva de nada, para que con un solo toque ahora sí estés muerta?."
Etna baja la mirada y niega con la cabeza.
Gianluca Se enderezó, sirviéndole un trozo de pan y acercando el plato con un gesto casi doméstico, impropio de la tensión que cargaban sus vidas. Etna, sin dejar de mirarlo, tomó un pequeño bocado, forzando a su cuerpo a obedecer.
El silencio que siguió estaba cargado, no de incomodidad, sino de una especie de pacto no dicho. Ella luchaba por demostrar fuerza, él insistía en cuidarla aunque no se lo pidiera.
Gianluca dice con acento napolitano, "Come, Etna. Hoy lo necesitas más que nunca. No me hagas darte la guerra antes del desayuno."
Ella soltó una leve risa ronca, bajando la mirada al plato.
Dices con acento catanés, "Estás aprendiendo a negociar conmigo, gelato napolitano."
Sonríes.
Gianluca sonríe.
Gianluca dice con acento napolitano, "gelatto?. Io no soy el que se parecía a una principessa al zucchero"
Gianluca sonríe.
Dices con acento Catanés, "Pareceque en la unibersidad me analizabas mucho. "
Gianluca dice con acento napolitano, "no avía que graduarse para darse cuenta, zucchero."
Dices con acento Catanés, "pero nunca te gustaron las princesas de azúcar, porque ahora si?. "
Gianluca dice con acento napolitano, "venga, te lo dejo de taréa, gran sicóloga. "
Etna ríe suavemente mientras sigue comiendo.
Etna mientras come lo mira de reojo, el chico que tanto le gustaba en la univercidad ahora está a su lado de la forma menos esperada.
Dices con acento Catanés, "Hablando de terapias y análisis, cuando vas a volber a recibir terapias?"
Gianluca se parte de risa.
Gianluca dice con acento napolitano, "cuando las necesite, talvéz."
Niegas con la cabeza.
Dices con acento Catanés, "era parte del trato de que leila te sacara."
Gianluca dice con acento napolitano, "que pretendes con este tema, volcanzito. "
Gianluca sonríe.
Sonríes.
Dices con acento Catanés, "Quiero que lo hagas gianluca. Quieres que confíe en tí, haslo entonces."
Etna lo mira a los ojos con más que ceriedad, con una chispa de lo que un día ella sentía por él.
Gianluca se le acercó, mirándola significativamente. La tomó firmemente de las manos con sus ojos grises clabados en los ojos verdes de ella.
Gianluca pegó su frente a la de ella.
Etna no pudo hebitar sonrojarse un poco.
Gianluca dice con acento napolitano, "dime algo, volcanzito. Esto lo haces por capricho, o por seguridad?, por que realmente aunque digas que sí, y aunque solo me veas como una pieza de tablero, así como le dijiste a tu cachorrito, tu y io savémos que no es así. Que aunque lo niegues, no hay desconfianza en tí, Ya no. "
Dices con acento Catanés, "Escuchaste mi combersación con karlo. "
Gianluca sonríe.
Gianluca dice con acento napolitano, "es lindo saverse una pieza, saves. "
Gianluca dice con acento napolitano, "pero deverías de pensar, si solo es de un tablero, o que actúa de pilar y de cuerda en tu equilibrio. "
Gianluca sonríe.
Etna entrecierra los ojos.
Dices con acento Catanés, "Tanto te inporto que me salbaste la vita."
Gianluca sonríe.
Gianluca dice con acento napolitano, "hay chyara, me encanta como lo mencionas, pero no dimencionas"
Dices con acento Catanés, "Pués dímelo tú."
Dices con acento Catanés, "perque me salbaste. "
Dices con acento Catanés, "solo por lo que pasó esa noche?"
Dices con acento Catanés, "porque dices que sono tuya, asi iono qiera?"
Dices con acento Catanés, "solo por eso gian."
Gianluca sonríe.
Etna lo mira con duda, con desafío en los ojos.
Gianluca dice con acento napolitano, "pregúntate, deverdad no quieres?. "
Gianluca dice con acento napolitano, "hasta este punto. "
Gianluca la mira a los ojos
Dices con acento Catanés, "respóndeme primero."
Gianluca sonrió con una lentitud exasperante, como si quisiera saborear cada segundo de la incertidumbre de Etna. Sus ojos grises, antes salvajes, ahora tenían un brillo casi juguetón.
Gianluca dice con acento napolitano, "Te salvé porque lo necesitaba. Porque verte así, muriéndote, no era una opción para mí."
Su pulgar acarició la palma de la mano de Etna, un gesto tierno que contrastaba con la firmeza de sus palabras.
Gianluca dice con acento napolitano, "Y porque lo que pasó esa noche, volcanzito, no fue solo una noche. Fue… un inicio. Algo que no se borra, por mucho que quieras negarlo."
Etna parpadeó, sintiendo el calor extenderse desde sus manos hasta su rostro. El desafío en sus ojos se suavizó, dando paso a una expresión de perplejidad.
Dices con acento Catanés, "¿Un inicio? ¿De qué hablas?"
Gianluca se inclinó un poco más, su voz bajando a un murmullo que solo ella podía escuchar.
Gianluca dice con acento napolitano, "De algo que tú también sientes, aunque te escondas detrás de tu coraza. De algo que te aterra, pero que también te atrae. Y sí, sigues siendo mía, Etna. En cada latido de tu corazón, en cada respiración, en cada vez que me miras y no puedes disimular lo que realmente piensas."
Se apartó un poco, rompiendo el contacto físico, pero su mirada permaneció clavada en la de ella, intensa y sin evasivas.
Gianluca dice con acento napolitano, "Así que, respondiéndote. No. No fue solo por lo que pasó esa noche. Y no. No eres mía solo porque yo quiera. Eres mía porque lo sientes. Y porque no te dejaré ir."
Gianluca dice con acento napolitano, "pero si es lo que quieres oír, Sí. Eres mía por que yo lo digo, también. "
Gianluca se alejó un poco mas, su rostro volviendo a su mueca de pura diverción al ver sus expreciones con cada palabra que salía de sus labios.
Etna se debate entre lo que quiere demostrarle, y lo que gianluca le hace sentir.
Etna agarra su taza de café y da un trago largo.
Dices con acento Catanés, "Te odio por presumido gian."
Etna deja la taza he intenta levvantarse.
Gianluca dice con acento napolitano, "y tu muy humilde no? volcanzito?. "
Gianluca se parte de risa.
Dices con acento Catanés, "No tengo la culpa de benir de una de las mejores familias de nápoles."
Sonríes.
Gianluca dice con acento napolitano, "pues mira, muy privilegiada y todo, pero, quien sacó mejor nota que tú casi en el parciál final?. "
Gianluca sonríe.
Te partes de risa.
Dices con acento Catanés, "Leila me tenía ocupada esos meses, fue por eso. "
Etna se acerca con paso lento hasta él.
Etna lo abraza aún con temblor en las manos.
Dices con acento Catanés, "Quiero confiar en tí. "
Dices con acento Catanés, "sí, reviviste cosas que yo sentía por tí."
Dices con acento Catanés, "Significa mucho para mí que hayas hecho esto. Salbarme de Kenia, no imaginé que lo harías."
Gianluca la rodeó con sus brazos, apretándola contra su pecho. El temblor en las manos de Etna se hizo menos pronunciado, encontrando una calma inesperada en el abrazo. Su barbilla descansó sobre la cabeza de ella, y un suspiro escapó de sus labios.
Gianluca dice con acento napolitano, "No tienes que imaginarlo, volcanzito. Siempre te salbaría."
El silencio se instaló entre ellos, un silencio diferente al de la madrugada, este cargado de una intimidad recién descubierta. Etna se aferró a él, sintiendo el calor de su cuerpo, la firmeza de su abrazo. Las palabras de Gianluca resonaron en su mente, "siempre te salvaría". Era una promesa, un ancla en medio del caos de su vida.
Etna se separó lentamente, sus ojos verdes buscando los suyos.
Dices con acento Catanés, "Lo sé."
Una pequeña sonrisa apareció en sus labios, una sonrisa genuina y libre de ironía.
Dices con acento Catanés, "Gracias, Gianluca."
Él le devolvió la sonrisa, sus ojos grises llenos de una ternura que rara vez mostraba.
Gianluca dice con acento napolitano, "De nada, principessa al zucchero."
Etna le dio un suave golpe en el hombro, la sonrisa aún en sus labios.
Dices con acento catanés, "¿Aún con eso? Creí que ya lo habías superado."
Gianluca se encogió de hombros, la diversión aún presente en su mirada.
Gianluca dice con acento napolitano, "Hay cosas que uno nunca supera, volcanzito. Como tú y tu necesidad de tener la razón."
Ambos rieron, un sonido ligero que disipó un poco la tensión de la mañana. Etna se sintió un poco más ligera, el peso de la pesadilla y la discusión con Gianluca disminuyendo. Aún le dolía el cuerpo, y el vacío de Leila seguía ahí, pero por un momento, en esa cocina, rodeada por el aroma a café y la presencia de Gianluca, se sintió… menos sola.
Dices con acento catanés, "Tienes razón en algo, napolitano."
Gianluca arqueó una ceja, esperando.
Dices con acento catanés, "Necesito confiar en ti. Y no solo como una pieza en mi tablero."
Etna dio un paso más cerca de él, sus ojos verdes fijos en los suyos.
Dices con acento catanés, "Quiero confiar en ti con esto."
Etna se llevó la mano al pecho, donde la cicatriz invisible del veneno y la ausencia de Leila aún la atormentaban.
Dices con acento catanés, "Con todo esto."
Gianluca dejó de sonreír, su rostro volviéndose serio de nuevo. Su mirada se suavizó, pero la intensidad no disminuyó.
Gianluca dice con acento napolitano, "Estoy aquí para eso, Etna. Siempre."
Le tomó la mano que ella tenía sobre el pecho, entrelazando sus dedos con los de ella.
Gianluca dice con acento napolitano, "Y no te preocupes por las terapias. Las retomaré. Por Leila. Por ti. Y por mí."
Etna asintió lentamente, sintiendo el calor de su mano. Era una promesa, un compromiso que iba más allá de las palabras. Era el inicio de algo nuevo, algo que aún no podía nombrar, pero que sentía en lo más profundo de su ser.
Dices con acento catanés, "Bien. estamos juntos ahora y deseo que siempre lo estemos mio Gelato napolitano."
Su voz era apenas un susurro, pero estaba cargada de una emoción que Gianluca supo reconocer. Era confianza. Y un atisbo de esperanza.
El aire entre ambos se volvió más denso, cargado de esa tensión que no era solo deseo, sino una mezcla peligrosa de amor, orgullo y cicatrices compartidas. Gianluca bajó la cabeza lentamente, buscando sus labios con una calma inusual en él. El beso fue primero suave, casi un roce, pero pronto se volvió más profundo, una descarga contenida de todo lo que habían callado hasta ese momento.
Etna respondió, con el mismo temblor que llevaba en las manos desde que despertó, pero ahora no por el veneno, sino por la intensidad con la que lo sentía. Sus dedos se aferraron al cuello de Gianluca, acercándolo más, borrando cualquier distancia.
Gianluca deslizó una mano por su espalda, trazando con los dedos la silueta de su columna hasta detenerse en la curva de su cintura. La apretó con fuerza contra él, como si quisiera asegurarse de que realmente estaba ahí, viva, entre sus brazos.
Gianluca dice con acento napolitano, "No sabes lo que significas para mí, volcanzito. Juro que haré lo que sea para que nunca más vuelvas a estar al borde de la muerte."
Etna respiró hondo, sus labios aún rozando los de él.
Dices con acento catanés, "Entonces prueba que puedo confiar en ti… no solo aquí, en este momento. Hoy, Gianluca… el puerto es tuyo. Toma el mando. Yo… no estoy lista todavía."
Las palabras le salieron con dificultad, como si al entregarle esa parte de sí misma renunciara a un pedazo de control que siempre había defendido con uñas y dientes.
Gianluca la sostuvo de las mejillas, forzándola a mirarlo directo a los ojos.
Gianluca dice con acento napolitano, "¿Confías en mí para llevar su bandera? ¿Para llevar la tuya?"
Etna asintió, sus ojos verdes brillando con un destello de vulnerabilidad y fuerza al mismo tiempo.
Dices con acento catanés, "Sí. Hoy… eres tú. Pero recuerda, Gianluca… no lo hagas por ti. Hazlo por mí. Hazlo por Leila."
Él no dudó, la besó de nuevo, con una pasión que dejó claro que entendía lo que acababa de recibir: no solo una misión, sino un voto de confianza que nadie más había logrado arrancarle.
Gianluca dice con acento napolitano, "Por ti, Etna. Y por ella. Te lo juro."
La abrazó con fuerza, como si sellara con su propio cuerpo aquella promesa. El amanecer entraba ya más claro por las ventanas, tiñendo la cocina de un tono cálido que contrastaba con la dureza de sus palabras.
Etna apoyó la frente en su pecho, escuchando el latido firme de su corazón. Era un sonido que, por primera vez en mucho tiempo, le dio paz.
Dices con acento catanés, "Entonces sal y demuéstralo. Hoy, yo te cedo la guerra."
Gianluca sonrió apenas, besando la cima de su cabeza antes de apartarse para prepararse. En su mirada había determinación, pero también algo más: el reconocimiento de que, en ese instante, Etna lo había hecho suyo de un modo irrevocable.

Gianluca lidera la misión.

Minutos más tarde en la recámara.
El sonido del cinturón al ajustarse fue lo primero que rompió el silencio de la recámara. Gianluca se puso de pie, abotonándose la camisa negra de manera meticulosa, como si cada movimiento fuese parte de un ritual previo a la guerra. Su chaqueta de corte militar descansaba sobre la silla, lista para cubrir sus hombros anchos. Etna lo observaba desde la cama, envuelta en la manta, con el rostro todavía marcado por el cansancio, pero con los ojos encendidos en esa mezcla de angustia y determinación que nunca la abandonaba.
Dices con acento catanés, "Recuerda, Gianluca… esta no es una pelea cualquiera. El puerto es una vena abierta. Si lo controlamos hoy, cortamos el aire a los bastardos."
Gianluca giró la cabeza, sus ojos grises fijos en ella, y asintió con una firmeza que no necesitaba palabras. Tomó la chaqueta, se la colocó y le extendió una mano.
Etna dudó apenas un segundo, pero finalmente la tomó. Se incorporó con esfuerzo y lo siguió hasta la sala de reuniones, donde el croquis de la noche anterior aún estaba extendido sobre la mesa. Los mapas del puerto, las rutas de salida y los puntos de emboscada señalados con tinta roja parecían un tablero de ajedrez donde cada pieza debía moverse con precisión.
Ella se inclinó sobre el plano, marcando con un dedo cada paso.
Dices con acento catanés, "Tú irás aquí, con Maurizio cubriéndote desde el muelle exterior. Karlo quedará en el perímetro sur, el más expuesto, pero es donde necesitamos que nadie entre ni salga. Yo… me quedaré aquí, monitoreando todo desde el refugio. Tendrás comunicación directa conmigo."
Gianluca apretó los labios, observándola con atención.
Gianluca dice con acento napolitano, "Te escucho, Etna. Pero dime algo… ¿estás segura de que quieres soltar las riendas, aunque sea por hoy?"
Etna lo miró de frente, sus ojos verdes firmes.
Dices con acento catanés, "No es soltar. Es delegar. Porque si me quiebro, si caigo otra vez… entonces sí lo perderemos todo. Hoy eres tú."
Un silencio cargado se instaló en la sala. Ella lo había dicho con un tono que no dejaba espacio a réplica.
Etna respiró hondo, y con un gesto llamó a uno de los muchachos de confianza.
Dices con acento catanés, "Reúne a Karlo y a Maurizio. Es hora de hablarles."
Minutos después, el sonido de botas pesadas resonó en el pasillo. Karlo entró primero, serio, con los brazos cruzados. Maurizio le seguía, con expresión más abierta, aunque no ocultaba la tensión en los hombros.
Etna se apoyó en el borde de la mesa, sin ocultar su cansancio.
Dices con acento catanés, "Escuchen bien. Hoy el mando en el puerto no lo llevaré yo. Será Gianluca quien dirija la operación."
Un silencio gélido llenó la sala. Maurizio arqueó las cejas, sorprendido, mientras que Karlo entrecerró los ojos, su mandíbula tensándose con un rictus de incomodidad.
Karlo dice con acento siciliano, "¿Qué? ¿Y desde cuándo dejamos la cabeza de la misión en manos de él?"
Gianluca dio un paso al frente, erguido, su mirada fija en Karlo.
Gianluca dice con acento napolitano, "Desde que ella lo decidió. Y porque yo puedo hacerlo."
Karlo soltó una risa seca, incrédula.
Karlo dice con acento siciliano, "Esto no es un juego de universidad, napolitano. Aquí no basta con músculo y palabras bonitas."
Etna levantó la voz, cortando de raíz la discusión.
Dices con acento catanés, "¡Basta! No estoy pidiendo opiniones. Lo estoy ordenando. Gianluca va al frente hoy. Punto."
Karlo la miró con los ojos encendidos, pero guardó silencio. Su respiración era pesada, como si luchara contra las palabras que querían salir. Finalmente, dio un paso atrás, con el rostro sombrío.
Dentro de sí, la batalla era más dura que cualquier enfrentamiento en el puerto. Parte de él gritaba que no podía soportar estar bajo el mando de Gianluca, no después de cómo lo había visto acercarse a Etna, ocupar un lugar que, en su mente, no le correspondía. Otra parte, la más leal a Leila y a la promesa que alguna vez se hicieron, le recordaba que no estaba allí por Etna ni por Gianluca, sino por la sangre derramada de su jefa, de su amiga, de su hermana elegida.
Karlo cerró los puños, tragándose la rabia.
Karlo piensa: Tal vez necesito alejarme un tiempo de ella… o tal vez quedarme y recordar por qué estoy aquí. Por Leila.
Maurizio rompió el silencio, con un asentimiento firme hacia Etna y luego hacia Gianluca.
Maurizio dice con acento siciliano, "Si ella lo decidió, lo respeto. Vamos al puerto."
El aire en la sala seguía cargado de tensión, pero la decisión estaba tomada. Etna lo había sellado, y cada uno de ellos tendría que lidiar con lo que significaba.
Etna se mantuvo en el centro de la sala, observando cómo Karlo y Maurizio salían, seguidos por Gianluca, quien le dedicó una última mirada antes de desaparecer por el pasillo. El eco de sus pasos se desvaneció, dejando a Etna en un silencio que se sentía más pesado que antes. El croquis sobre la mesa parecía cobrar vida propia, cada línea roja palpitando con la inminencia de la batalla.
Se acercó a la mesa y encendió una pequeña pantalla táctil integrada en el borde, activando un sistema de monitoreo. En la pantalla aparecieron las cámaras de seguridad del refugio, y luego, en una sección separada, los puntos clave del puerto. El mapa mostraba puntos verdes en movimiento: sus hombres, dirigiéndose a sus posiciones.
Dices con acento catanés, "Que empiece la danza."
Su voz, aunque apenas un susurro, llevaba la carga de la responsabilidad. Se sentó frente a la pantalla, sus manos frías, pero su mente aguda. La estrategia, la había planeado durante noches de insomnio, cada variable calculada, cada riesgo sopesado. Ahora, la ejecución dependía de Gianluca, de su capacidad para liderar, para actuar bajo la presión del fuego.
El refugio se había transformado en el centro de control, una fortaleza subterránea desde donde Etna, con su cuerpo aún adolorido, dirigiría la orquesta del caos. A pesar de la entrega de mando, no se permitiría un solo momento de debilidad. Leila merecía esto, y más. Y si Gianluca era la pieza clave para lograrlo hoy, entonces se aseguraría de que no fallara.
El rugido de los motores anunció la partida. Tres vehículos avanzaban por la carretera secundaria que conducía al puerto. Gianluca iba al frente, en la camioneta principal, con Pietro a su lado repasando las armas en silencio. Detrás, en otro vehículo, Karlo conducía con el ceño fruncido, los nudillos blancos por la fuerza con la que sujetaba el volante; Maurizio, a su lado, mantenía la vista en el horizonte, más tranquilo, pero atento a la tensión que impregnaba el aire.
Dentro del vehículo líder, Gianluca revisaba el comunicador en su oído.
Gianluca dice con acento napolitano, "Etna, aquí estamos. En quince entramos al perímetro."
La voz de Etna llegó nítida desde el refugio, serena pero con una firmeza que no admitía dudas.
Dices con acento catanés, "Copiado. Recuerden: entrada sur despejada por cinco minutos. Esa es la ventana. Si alguien se retrasa, no habrá segunda oportunidad."
Pietro asintió sin apartar la vista de su rifle.
Pietro dice con acento siciliano, "Cinco minutos bastan. Pero hay que moverse como fantasmas."
Karlo, desde el segundo vehículo, intervino con un tono seco.
Karlo dice con acento siciliano, "Eso, si los fantasmas obedecen a quien los guía."
Maurizio giró el rostro hacia él, reprobando con una mirada severa.
Maurizio dice con acento siciliano, "Basta, Karlo. No es el momento."
Gianluca sonríe al comunicador, con un comentario que finaliza la discución.
Gianluca dice con acento napolitano, "ya ragazzi, pietro dijo como fantasmas, no fantasmas en pena, deacuerdo?"
Gianluca sonríe.
Los vehículos se detuvieron a varios metros del puerto. El aire estaba cargado con olor a sal y combustible, mezclado con el eco metálico de grúas y cadenas golpeando el acero. A lo lejos, el puerto parecía un monstruo dormido, iluminado por las luces anaranjadas de los postes, con sombras que se movían en los muelles.
Etna habló de nuevo, desde el refugio.
Dices con acento catanés, "Punto alfa asegurado. Avancen ahora."
Los hombres descendieron. Gianluca al frente, su silueta recortada contra la niebla del amanecer, levantó un puño y todos se agacharon. Señaló con la mano, dividiendo posiciones. Pietro cubrió el ala este, Maurizio se internó por el perímetro norte, y Karlo se quedó en el sur, el punto más vulnerable.
Gianluca dice con acento napolitano, "Recuerden, cada movimiento sincronizado. Ni un paso en falso."
Los pasos resonaban sobre el pavimento húmedo, amortiguados por el peso de la tensión. Desde el refugio, Etna observaba en las pantallas cómo sus hombres se deslizaban entre contenedores y sombras. Su respiración era acompasada, sus ojos atentos a cada punto verde que se movía en el mapa digital.
De pronto, un destello rojo apareció en la esquina de la pantalla. Etna frunció el ceño, su dedo marcando el punto en el mapa.
Dices con acento catanés, "Alto. Movimiento en el muelle tres. No está en el plan. Repito, no está en el plan."
En el puerto, Gianluca levantó la mano en señal de detención. Su voz bajó a un murmullo cargado de tensión.
Gianluca dice con acento napolitano, "Cambio de juego. Escuchen a Etna."
La respiración de Etna se volvió más lenta, forzándose a mantener la calma.
Dices con acento catanés, "Son cuatro… no, cinco hombres armados. Parecen mercenarios, no estibadores. Vigilen el cargamento, están demasiado cerca del contenedor 27."
Karlo, desde su posición, gruñó entre dientes.
Karlo dice con acento siciliano, "¿Ves lo que digo? Esto ya se salió del guion."
El puerto entero parecía contener la respiración, la tensión lista para estallar en cualquier instante. Etna, desde la seguridad del refugio, cerró los ojos un segundo, sabiendo que en cuestión de minutos la sangre correría.

Una sorpresa desagradable lo descontrola todo.

Las grúas se mecían sobre los contenedores como esqueletos oxidados, crujientes bajo la brisa marina. El eco metálico de cadenas golpeando se mezclaba con el rumor de las olas. Cinco hombres armados bajaron de una camioneta blindada, desplegándose con disciplina. Sus botas golpeaban el concreto húmedo con un ritmo marcial.
Al frente de ellos, una silueta femenina caminaba con paso firme, felino. La luz anaranjada de los postes del puerto resbalaba sobre su piel canela, sobre el negro azabache de su cabello que caía como una sombra viva sobre su espalda. Cada movimiento suyo parecía calculado, natural y letal al mismo tiempo.
El hombre armado dice: "La Leopardo dice que primero aseguramos el 27. Nadie se acerca sin su palabra. "
Ella se detuvo junto al contenedor señalado, con un cigarro apagado entre los labios. Sus ojos, oscuros y hondos, recorrían el muelle como si pudiera ver a través de las sombras. Su voz, con un acento culichi inconfundible, se alzó sin necesidad de gritar, cargada de dominio.
Shawnee La Leopardo dice con acento sinaloense, "A ver, plebes… ni un cabrón se me adelanta. Aquí el negocio es limpio: cargamento entra, dinero fluye. El que falle, lo entierro en la arena como a perro sarnoso, ¿quedó claro? "
Los hombres asintieron sin atreverse a mirarla directamente.
Desde su posición en lo alto de un contenedor, Gianluca observaba la escena a través de los binoculares. Su mandíbula se endureció al ver la precisión con la que “La mujer distribuía a sus hombres. No era una amateur, no era simple carne de cañón de Matteo. Era alguien acostumbrada a liderar bajo fuego.
Gianluca dice con acento napolitano, "Mierda… Etna, tenemos un problema. Esta mujer no es cualquiera. Sabe lo que hace."
La voz de Etna llegó clara al comunicador desde el refugio, aunque temblaba ligeramente, todavía debilitada.
Dices con acento catanés, "Una mercenaria mexicana. Si está aquí, significa que Matteo ya no confía en sus hombres sicilianos. Es peor de lo que pensaba. "
El pulso de Etna se aceleraba frente a las pantallas, observando cómo los puntos verdes de sus hombres se acercaban peligrosamente al perímetro enemigo. Cada línea en el mapa era ahora un hilo de tensión a punto de romperse.
Karlo, en el flanco sur, apretó los dientes al escuchar el apodo en el canal abierto.
Karlo dice con acento siciliano, "¿Leopardo? ¿Y ahora vamos a pelear contra putos animales exóticos también? Perfecto lo que nos faltaba."
Maurizio le lanzó una mirada fulminante desde la sombra del contenedor más próximo.
La Leopardo levantó una mano y sus hombres se detuvieron como si el tiempo mismo se hubiera congelado.
Gianluca dice con acento napolitano, "etna, o lo trankilizas tu, o lo hago yo. Con enemigos tan serca, sus quejas están demás. "
Dices con acento Catanés, "Karlo, ya vasta concéntrate. "
Gianluca sonríe.
Shawnee la Leopardo dice con acento sinaloense, "Ya los olí… Están aquí. Esos perros de esa tal Etna creen que van a joder mi cargamento. Pues que vengan, a ver si traen huevos. "
Sus labios se curvaron en una sonrisa apenas perceptible, peligrosa, mientras con un movimiento fluido cargaba su rifle y lo apoyaba sobre el hombro.
El viento arrastró olor a sal y a pólvora anticipada. El silencio duró apenas unos segundos, roto por el chirrido de un seguro deslizándose.
Gianluca dice con acento napolitano, "Ya no hay vuelta atrás. Esperen mi señal."
Maurizio ajustó el cargador de su rifle, con una serenidad que contrastaba con la rabia contenida en los ojos de Karlo.
Maurizio dice con acento siciliano, "Cuando caiga el primero, no se detengan."
Desde el refugio, Etna seguía cada movimiento en la pantalla. Los puntos verdes se encontraban ya a escasos metros de los rojos. La tensión en sus hombros se hizo visible, como si el veneno aún la quemara por dentro.
Dices con acento catanés, "Gian, recuerda: corta sus líneas primero. No vayan directo al cargamento. Si ella es tan buena como parece, va a jugar con su posición."
La Leopardo alzó la barbilla, exhalando humo del cigarro recién encendido. Su silueta recortada contra la bruma parecía la de una estatua viva, felina y desafiante.
Shawnee La Leopardo dice con acento sinaloense, "Quiero ojos en las grúas y el muelle sur. Nadie se duerme. El primero que vea movimiento, dispara sin preguntar."
Uno de sus hombres asintió y subió a la torre metálica, mientras otro se adelantaba hasta la pasarela del contenedor 27.
Karlo apretó la radio, mascullando entre dientes.
Karlo dice con acento siciliano, "Si no disparamos ya, van a fortificarse. ¿Qué esperas, napolitano?"
Gianluca lo fulminó con una mirada, pero no contestó. Su mano levantada fue la única señal. Tres dedos arriba… luego dos… luego uno.
El estampido de la primera ráfaga rompió el aire, un rugido metálico que hizo vibrar las paredes de los contenedores. Una lluvia de balas estalló desde el flanco norte, rebotando contra el acero y arrancando chispas.
La Leopardo giró sobre sus talones, sacudiendo el cigarro de entre sus labios.
Shawnee La Leopardo dice con acento sinaloense, "¡Cobertura, plebes, cúbranse ya!"
Sus hombres se desperdigaron con rapidez, rodando tras barriles y cajas. Ella, en cambio, se quedó en pie, firme, ajustando el rifle en su hombro. Una bala silbó a centímetros de su rostro, pero su sonrisa permaneció intacta.
Desde su escondite, Karlo descargó su fusil con rabia.
Karlo grita con acento siciliano, "¡Vamos, carajo! ¡Que no se lleven un gramo!"
Etna, viendo el caos en la pantalla, murmuró casi para sí misma, con la garganta seca.
Dices con acento catanés, "Que la sangre de Leila nos guíe… No fallen."
La Leopardo dio un paso al frente, disparando en ráfagas cortas y precisas. Cada tiro suyo encontraba metal, aire o carne. Sus ojos brillaban con esa mezcla de furia y placer que solo quienes nacen en la guerra conocen.
Shawnee La Leopardo grita con acento sinaloense, "¡Óiganlo bien, hijos de la chingada! Hoy a mí no me quitan ni un puto cargamento. ¡Ni uno!"
El puerto, de pronto, se convirtió en un campo abierto de fuego y acero. Las luces parpadeaban sobre charcos de agua que ahora se mezclaban con sangre fresca, mientras los rugidos de ambos bandos chocaban contra el eco del mar.
Gianluca frunce el ceño.
Las balas rebotaban contra el acero de los contenedores como chispas endemoniadas. El aire era un zumbido constante de disparos, gritos y metal desgarrado. Karlo, con los ojos encendidos de furia, salió de su cobertura como si la cordura ya no existiera.
Karlo gritó con acento siciliano, "¡Per Leila!"
Su fusil rugió en un solo barrido, y dos hombres de La Leopardo cayeron de inmediato, uno contra el asfalto húmedo y otro desplomado sobre un barril que se tiñó de rojo al instante. Sin detenerse, Karlo rodó hacia adelante, disparando a quemarropa contra un tercero que apenas alcanzó a levantar su arma.
Etna se incorporó sobresaltada frente a las pantallas, la mano crispada sobre el borde de la mesa.
Dices con acento catanés, "¡Karlo, no! ¡No te expongas así!"
Pero el siciliano no escuchaba. Era puro instinto, pura rabia. Sus botas chapotearon sobre un charco, su silueta recortada contra las luces amarillentas del puerto.
Shawnee lo vio venir. Una chispa brilló en sus ojos, mezcla de desafío y deleite.
Shawnee La Leopardo dice con acento sinaloense, "Así me gusta, cabrón. ¡Con huevos!"
Shawnee Se giró, apuntó y soltó una ráfaga que pasó rozando la oreja de Karlo, haciéndolo girar sobre sí mismo para cubrirse detrás de un contenedor oxidado. La carcajada de ella retumbó en el muelle, feroz, tan viva como las balas.
Karlo, jadeante, recargó el fusil y gritó entre dientes.
Karlo grita con acento siciliano, "¡Sal de ahí, Leopardo! ¡Ven a pelear conmigo de frente!"
La mexicana se acomodó el rifle en la espalda y desenfundó una pistola cromada, caminando hacia él con un paso lento, seguro, casi provocador. El brillo del metal iluminaba su sonrisa torcida.
Shawnee La Leopardo dice con acento sinaloense, "¿De frente? Órale pues… aquí estoy, siciliano. Enséñame qué tanto sabes pelear. "
Los ojos de Karlo ardieron con una rabia tan pura que Pietro, desde su posición apretó los dientes.
Pietro grita con acento siciliano, "¡Karlo, fratello, contróllati!"
Maurizio, cubierto tras otro contenedor, disparaba contra los hombres restantes para abrir paso hacia el cargamento, pero no podía evitar mirar hacia donde Karlo y La Leopardo ya se encontraban frente a frente, fuego y acero en los ojos.
Etna se inclinó hacia la pantalla, sus dedos temblando sobre el borde.
Dices con acento catanés, "Dios santo… ese loco va a morir si sigue así."
Shawnee levantó la pistola, apuntando directo al pecho de Karlo, mientras él ya tenía el cañón de su fusil alineado con la frente de ella.
Dices con acento Catanés, "Karlo, maldita sea que rayos te pasa, sal de allí. "
Karlo sostenía el fusil con ravia, mirándo a la intrusa con una ira de dragón.
Shawnee la Leopardo dice con acento sinaloense, "A varios cabrones como tú he matado, no me intimidas. "
Karlo dice con acento siciliano, "así, y a varias perras de tu color las tuve en mi cama. "
Shawnee se carcajea.
Shawnee la Leopardo dice con acento sinaloense, "qué mierda te traes con mi color hijo de puta. "
Los demás lo escuchan sorprendidos y preocupados.
Etna grita por el comunicador.
Dices con acento Catanés, "Joder que estás haciendo karlo vasta."
Karlo no pensó, solo disparó. La ráfaga vino por su parte, oviamente, la fiera lo esquibó, y a el le tocáva agacharze. La ira lo iva nublando, las balas y gritos cada vez mas fuertes. Karlo no respondía, no hacía caso, no retrosedía. Solo disparava, con la muerte reflejada en la mirada. Muy pocas vezes se le avía visto así, pero mientras karlo dava su chou, le servía a los demás para acavar con el grupo de la leopardo Poco a poco.
Las balas rebotaban contra los contenedores, el eco metálico mezclado con el rugido del mar. El aire estaba cargado de pólvora y rabia. Mientras Karlo y Shawnee se enzarzaban en su duelo personal, Gianluca aprovechaba para dar la señal.
Gianluca grita con acento napolitano, "¡Ahora, muévanse, tomen ese contenedor ya!"
Varios camiones, ocultos a unos metros del muelle, rugieron al unísono cuando recibieron la señal. Sus luces se encendieron de golpe y avanzaron en formación cerrada hacia la zona de carga. Los hombres de Etna salieron de sus posiciones, disparando para cubrir la maniobra. El estruendo de los motores se sumó al concierto de fuego cruzado.
Maurizio disparaba con precisión quirúrgica, abriendo paso.
Maurizio grita con acento siciliano, "¡Avanti, avanti, que no quede ni un perro de pie!"
En el corazón del caos, Pietro intentaba contener a Karlo, quien seguía persiguiendo a la Leopardo con un odio desmedido.
Pietro grita con acento siciliano, "¡Fratello, basta, no es el momento! ¡Escúchame, por Leila, contróllate!"
Pero Karlo no escuchaba. La sangre le hervía en las venas, la imagen de Leila muerta en su mente, sumado a la de etna con Gianluca alimentaba cada disparo. Shawnee, con su sonrisa feroz, retrocedía calculando cada paso, hasta que sus botas pisaron el muelle lateral.
Karlo sonríe.
Shawnee La Leopardo dice con acento sinaloense, "Ya estuvo, siciliano… yo sé cuándo moverme, cosa que tú no. "
De un salto ágil, subió a una lancha amarrada al borde del puerto. Sus manos rápidas buscaron en los bolsillos del guardia abatido a su lado, encontrando un manojo de llaves. El motor rugió segundos después, mientras ella cubría la maniobra disparando con su pistola cromada.
Karlo, sin pensarlo, saltó detrás de ella, rodando sobre la cubierta y apuntando directo a su espalda.
Etna golpeó la mesa con la palma, viendo la escena desde las pantallas.
Dices con acento catanés, "¡Karlo, idiota, bájate de esa lancha ya!"
Pero ya era tarde.
Karlo frunce el ceño.
Las sirenas comenzaron a aullar a lo lejos, acercándose cada vez más. Las luces rojas y azules parpadeaban en la bruma, anunciando la llegada de varias patrullas policiales.
Karlo descontrolado por la ira, lanzó el comunicador al mar sin pensarlo.
Gianluca masculló entre dientes, observando cómo la situación se torcía.
Gianluca dice con acento napolitano, "Mierda… la polizia."
Maurizio, disparando mientras retrocedía hacia el convoy de camiones, gritó sobre el estruendo.
Maurizio grita con acento siciliano, "¡Tenemos que largarnos ya! ¡Cargamento asegurado, no podemos quedarnos más tiempo!"
Shawnee, al volante de la lancha, sonrió con la misma intensidad salvaje de siempre.
Shawnee la Leopardo dice con acento sinaloense, "están pendejos si creen que me voy a dejar agarrar por ellos. "
El motor rugió con fuerza, levantando espuma a medida que la embarcación se separaba del muelle. Karlo, aferrado al fusil, la encañonaba a escasos metros, pero sin disparar todavía, atrapado en la locura del momento.
En el muelle, Pietro corrió unos pasos, impotente al ver a su hermano perderse en la oscuridad del mar.
Pietro grita con acento siciliano, "¡Karlooo!"
Mientras tanto, los camiones de Etna se retiraban a toda velocidad con el cargamento asegurado, escapando entre las calles del puerto antes de que las patrullas cerraran el paso. La operación se daba por cumplida… pero Karlo había quedado atrapado con la fiera mexicana en aguas desconocidas.
Las sirenas se multiplicaban en el aire, cada vez más cercanas, hasta que las patrullas irrumpieron en el muelle como un enjambre. Las luces azules y rojas pintaron el puerto con destellos frenéticos, reflejándose en los charcos de agua y sangre sobre el concreto.
Las puertas de los vehículos policiales se abrieron de golpe y, entre los uniformados, descendieron hombres vestidos de civil con la rigidez de quien no era policía común. Trajes discretos, miradas frías, movimientos sincronizados. Eran agentes infiltrados.
Uno de ellos gritó, en un tono cargado de autoridad.
"¡Ese es uno de ellos, tomen a ese hombre!"
Pietro estaba aún en shock, con los ojos fijos en la lancha que se alejaba hacia la oscuridad del mar. El eco del nombre de su hermano todavía vibraba en su garganta. No reaccionó hasta que las botas lo rodearon. Sintió un golpe seco en la espalda y cayó de rodillas, su rostro contra el concreto húmedo.
Pietro gruñe con acento siciliano, "¡Lassatimi, bastardi!"
Lo esposaron sin darle oportunidad de levantarse. Un agente lo levantó tirando de su brazo torcido, mientras otro le apretaba el cuello contra la pared metálica de un contenedor.
Maurizio, al verlo, intentó volver hacia él, pero Gianluca lo detuvo en seco, empujándolo hacia el convoy.
Maurizio se revolvió con rabia, los ojos ardiendo al ver a Pietro reducido como un animal.
Maurizio grita con acento siciliano, "¡No podemos dejarlo!"
Gianluca lo sujetó por el chaleco, prácticamente arrastrándolo hacia uno de los camiones que rugían con los motores encendidos.
Gianluca dice con acento napolitano, "Tenemos que salbarnos y salbar el cargamento, si regresas allí, te van a atrapar igual, Luego buscaremos como sacarlo. "
Las llantas de los camiones chirriaron sobre el asfalto húmedo cuando arrancaron en formación. Las balas comenzaron a silbar otra vez: varios agentes abrieron fuego contra los vehículos en retirada.
Uno de los conductores gritó por radio, la voz entrecortada por el rugido del motor.
El Conductor dice con acento siciliano, "¡Nos siguen, tenemos patrullas detrás!"
Desde el refugio, Etna observaba la persecución en las pantallas, el sudor frío pegado a su frente. Sus manos apretaban los bordes de la mesa hasta blanquear los nudillos.
Dices con acento catanés, "Mierda… no solo eran policías, Matteo metió a sus perros entre ellos."
Un mapa en la pantalla mostraba varios puntos rojos persiguiendo a los verdes, que se alejaban en dirección a la carretera principal. El pulso de Etna martillaba con fuerza. Sabía que el cargamento estaba en riesgo, pero lo que más la quemaba por dentro era la imagen de Pietro siendo arrastrado hacia un auto patrulla, esposado, impotente.
Los motores rugían como bestias desatadas sobre el asfalto mojado. Tres camiones se abrieron paso a toda velocidad hacia la salida del puerto, escoltados por dos camionetas más pequeñas que disparaban hacia las patrullas que les seguían el paso. Las luces azules rebotaban en los retrovisores, bañando el interior de los vehículos en destellos intermitentes.
El conductor volvió a gritar por radio.
Conductor dice con acento siciliano, "¡Nos pisan los talones! ¡Uno más y nos cierran el paso en la curva!"
Maurizio, desde el asiento del copiloto, apretaba el fusil contra el pecho, mirando hacia atrás por la ventana lateral.
Maurizio grita con acento siciliano, "¡Entonces hay que dividirnos, cazzo! Si nos alcanzan juntos, perdemos todo."
Etna escuchaba con los labios apretados, la garganta seca, sus ojos clavados en las pantallas que proyectaban el movimiento de cada vehículo. Los puntos verdes corrían como presas perseguidas por una jauría roja.
Dices con acento catanés, "Desvíen dos camiones hacia el norte. Que los otros tomen la ruta vieja por el túnel de carga. ¡Ya!"
Gianluca respondió de inmediato por el comunicador, su voz dura, sin titubeos.
Gianluca dice con acento napolitano, "¡Lo oyen, muévanse ya! ¡Camión uno y dos, giro norte! ¡El tres viene conmigo por el túnel!"
Los motores aullaron cuando los conductores obedecieron. En el cruce, dos camiones giraron bruscamente hacia la carretera principal, las llantas levantando agua y humo. Las patrullas que les seguían aceleraron detrás de ellos, dividiendo la persecución.
Etna se inclinó hacia la pantalla, siguiéndolos con los ojos. Su respiración era rápida, su cuerpo débil todavía por el veneno, pero su mente calculaba con precisión.
Dices con acento catanés, "Bien… que esos dos los entretengan. Pero el cargamento real está en el tercero. Nadie debe perderlo."
Desde el túnel de carga, Gianluca miraba por los espejos mientras conducía uno de los camiones. Su mandíbula estaba apretada, pero sus manos firmes sobre el volante.
Gianluca dice con acento napolitano, "Etna, aguanta… este camión va a llegar a salvo, te lo juro amore."
Etna cerró los ojos un instante, con el auricular pegado al oído. El peso de la operación, la pérdida de Pietro, el veneno que aún la debilitaba… todo caía sobre ella. Pero al abrirlos, volvió a clavar la vista en las luces parpadeantes de los mapas digitales.
Dices con acento catanés, "Resguárdenlo en la bodega vieja de Trapani. Es la única salida segura. Yo abriré la compuerta desde aquí."
La persecución seguía su curso, rugidos de motores, ráfagas de balas y el eco de sirenas que se mezclaba con los gritos en la radio. En medio de ese caos, una certeza se grabó en la mente de todos: Pietro había caído… pero el cargamento debía salvarse.
Minutos más tarde, la camioneta de Gianluca irrumpió en la bodega vieja de Trapani. El lugar, oscuro y cubierto de polvo, se abrió como una boca gigantesca, revelando un espacio cavernoso con maquinaria oxidada y el olor a humedad. Gianluca dio un volantazo, deteniendo el camión con un chirrido de llantas. Saltó de la cabina, su rostro serio, la tensión de la persecución aún marcada en su mandíbula.
Gianluca dice con acento napolitano, "¡Etna, estamos dentro! Abre las puertas. Necesitamos mover esto ahora."
Desde el refugio, la voz de Etna llegó entrecortada, pero firme.
Dices con acento catanés, "Entendido. La compuerta principal está cediendo. Aseguren el perímetro interior. Maurizio, ¿dónde estás?"
La radio crujió antes de que Maurizio respondiera, su voz agitada.
Maurizio dice con acento siciliano, "Llegando, Etna. Nos las arreglamos para despistar a la última patrulla. Estoy a un minuto."
Gianluca asintió, encendiendo la linterna de su teléfono y barriendo el haz de luz por la bodega. El cargamento era un contenedor sellado, brillante y amenazante en medio de la penumbra. Se acercó a él, tocando el frío metal con la punta de los dedos.
Gianluca dice con acento napolitano, "Ya está aquí, volcanzito. Por ti, y por Leila."
Un suspiro de alivio, casi imperceptible, escapó de los labios de Etna en el refugio. Se recostó contra el respaldo de su silla, cerrando los ojos por un instante. El cansancio la golpeaba, pero la misión principal estaba cumplida.
Dices con acento catanés, "Bien. Gianluca, necesito que asegures el cargamento con Maurizio. Y luego... encuentren a Karlo. Vivo. Si es posible."
La última palabra, "posible", se quedó suspendida en el aire, cargada de una incertidumbre que ninguno de los dos quería nombrar. Gianluca apretó la mandíbula.
Gianluca dice con acento napolitano, "Lo encontraremos, Etna. Te lo prometo."
El sonido de un vehículo entrando en la bodega confirmó la llegada de Maurizio. Los motores se apagaron, y el silencio volvió a reinar, un silencio pesado, lleno de ecos de la batalla recién librada y de las pérdidas sufridas. La noche apenas comenzaba para ellos.
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